Fuera caretas
Después de casi diez años en el sector de la enseñanza puedo asegurar de forma bastante científica que me he encontrado a muchos talibanes del nacionalismo. Mentes extremistas que no llamo fundamentalistas directamente porque suelen tener bien aprendida la pose y la apariencia. Personas que lejos de significar una minoría aislada vociferante, que tendrían serias dificultades para formar parte del templo sagrado que debería ser la escuela, la manejan, la controlan y la someten a sus indignas prioridades.
La mayor parte de la sociedad no es consciente del funesto juego al que se está jugando cada día en muchas escuelas catalanas
En todo este tiempo he podido sufrir en mis carnes lo que significa no estar “integrado” y la heroicidad no pretendida que supone no tener ninguna intención de estarlo y ejercer como disidencia a lo “políticamente correcto” marcado por las instancias oficiales. Enfrentarte por dignidad como profesional y como ser humano a la imposición de una ideología totalitaria en una escuela aparentemente laica no tiene pocas contrapartidas negativas, algunos bien que lo sabemos. Plantar cara en según qué momentos ante la violación de un espacio en teoría de libertad e ilustración, convertido en un proyecto de ingeniería social hacia la homogeneidad tiene un caro peaje que abonar. En este recorrido profesional he podido comprobar también como la debilidad humana puede permitir a personas inteligentes y capaces mirar para otro lado o hacer seguidismo de todo aquello en lo que en realidad ni creen ni toleran.
Pero de poco sirve la lucha aislada de cuatro “fachas españolistas castellanohablantes” (“y encima perico”) como yo, si el conjunto de la sociedad no profundiza en la realidad y coloca a cada uno en el lugar que le corresponde. La lamentable etiqueta se convierte en tu carta de presentación, convirtiéndote en el enemigo deshumanizado carne de cañón para la censura, el desprecio, el desprestigio y el aislamiento.
La mayor parte de la sociedad no es consciente del funesto juego al que se está jugando cada día en muchas escuelas catalanas, principalmente porque el propio sistema ha sabido parapetarse para que todo lo que sucede internamente prácticamente no se sepa en el exterior, y se hace muy difícil explicar lo que acontece con un altavoz en medio del desierto. El sentimiento de frustración es brutal y la tentación de acabar dejándote arrastrar por la corriente se impone en tu día a día.
El sentimiento de frustración es brutal y la tentación de acabar dejándote arrastrar por la corriente se impone en tu día a día
Y entonces te levantas una mañana y se te atraganta el desayuno con este artículo. Y no se te atraganta precisamente porque lo que leas te resulte extraño o no lo hayas escuchado nunca, o no lo veas puesto en práctica a diario como filosofía de fondo en el hecho educativo de la “escola catalana”. Más bien porque por fin todo aquello que llevas años denunciando que ves cada día lo saca a relucir un filólogo “guay”, uno del sistema, uno de los que cortan el bacalao, uno que no podría ser nunca etiquetado como lo hacen algunos contigo a diario.
Los que estamos viviendo desde dentro el peligro de dejar que se introduzca la política en la educación y padecemos las consecuencias de nadar a contracorriente, debemos agradecer artículos como el de este "científico de la lengua". Gracias Pau Vidal por explicarle a mis conciudadanos que lo que algunos venimos manifestando desde hace más de una década no es otra cosa que la cruda realidad. Gracias por arrancarnos la etiqueta de cuajo y enganchártela en una parte bien visible de tu atuendo. Gracias por ser tan abiertamente integrista, porque de tu bilis saldrá nuestra victoria, la victoria de la razón frente a la barbarie.