Pensamiento

'Je suis Charlie', y yo tampoco

17 enero, 2015 11:26

Si no fuera por la rotundidad de la tragedia, la empalagosa simplicidad del eslogan "Je suis Charlie" nos mostraría la vacuidad del pensamiento postmoderno que ha convertido a la civilización occidental en un parque temático de pensamiento adaptativo.

"Je suis Charlie", repite cualquiera sin coste alguno. A nada compromete y asegura buena conciencia. Tiempos y circunstancias han ofrecido múltiples oportunidades para mostrar coraje. No sobraron voluntarios contra el nacionalsocialismo en la Alemania nazi, ni fueron tantos los que pisaron los adoquines del barrio latino de Paris en el 68, menos aún los opositores al franquismo. La mayoría prefirió colaborar, o callar. Quién sabe si participar. Pocos se atrevieron a ser Charlie Hebdo entonces, a escribir contra el integrismo islámico cuando enterraron en vida a Salman Rushdie, Geert Wilders, Ayaan Hirsi Ali, Magdi Allam, o pusieron en la diana a los caricaturistas de Mahoma.

¿Por qué nos mostramos tan dignos en defensa de la libertad de expresión cuando es el integrismo islámico el intolerante, y nos escandalizamos cuando esas mismas revistas ridiculizan o cuestionan nuestras iglesias laicas?

Bien está esta empalagosa simpatía por el espectáculo de la dignidad, pero no deja de ser una impostura. ¿Dónde estaban cuando aparecieron las primeras amenazas? ¿Por qué ahora se abalanzan contra el Islam cuando antes se escandalizaron por similares portadas contra el Vaticano? ¿Es más respetable la Iglesia católica? He ahí la derecha católica conservadora. También la laica es así de incoherente.

No es mejor la derecha liberal y la gauche divine. ¿Por qué nos mostramos tan dignos en defensa de la libertad de expresión cuando es el integrismo islámico el intolerante, y nos escandalizamos cuando esas mismas revistas ridiculizan o cuestionan nuestras iglesias laicas? A la iglesia feminista me refiero, a la izquierda sacralizada, al día del orgullo gay, al ecologismo, al animalismo, a la fiebre nacionalista de nuestras periferias ultraconservadoras, y a todas las ideologías que se sitúan por encima del bien y del mal por el mero hecho de ser laicas. ¡Ay, qué selectivos somos a la hora de exigir libertad de expresión en función de si los dioses son propios o extraños!

Pero si la impostura nos cuestiona como civilización coherente, la condescendencia de la izquierda con el Islam nos deja perplejos. La misma que construyó su hegemonía moral sobre la crítica despiadada a las tradiciones y creencias cristianas, exige ahora respeto para las musulmanas. Se cuelga la placa de "Je suis Charlie" y a la vez pide comprensión para la religión de Mahoma. ¡Cuánta impostura! Quizás solo sea ceguera, la muerte inadvertida de una ideología, que por querer seguir dando lecciones de progresismo, legitima la opresión islámica contra la mujer, la exclusión ideológica, la persecución de la disidencia, o la teocracia de una casta religiosa al servicio de una sociedad medieval. Son tan políticamente correctos dentro de sus cánones progresistas que confunden respeto cultural con opresión y tiranía.

Hay miedo a ser incorrectos, confundimos la prudencia con la renuncia, nos atan demasiados tabúes nacidos de las tragedias totalitarias del siglo XX. Ya no nos atrevemos a hacer revoluciones. Ni siquiera a teorizarlas no sea que caigamos en lo políticamente incorrecto. No nos queremos mostrar arrogantes, ni caer en desconsideración religiosa o cultural. ¡Está todo tan señalizado!

Fue el antropólogo Claude Lévi-Strauss en 1952 con su crítica al etnocentrismo europeo quien desautorizó a Occidente por haberse arrogado una superioridad infundada sobre el resto de culturas colonizadas. No hay culturas superiores ni inferiores, solo culturas diferentes, dejó escrito en 'Raza e historia'. Desde entonces, el pensamiento Occidental, el europeo, para ser más exactos, vaga perplejo arrastrando un complejo colonial que le impide ejercer un pensamiento ilustrado fuerte en sus relaciones culturales con el resto del mundo. Sobre todo con aquellas culturas y religiones que despreció en otro tiempo.

Lo que los ilustrados europeos se atrevieron a cuestionar en nuestra propia cultura y religión, se abstienen ahora en la musulmana. Renuncia incomprensible, pues la razón que llevó a la civilización ilustrada occidental a denunciar la superstición, la sumisión, el dogma, la ignorancia y el abuso del poder arbitrario, la misma que nos ayudó a construir la ciudadanía y blindarla con los Estados democráticos de derecho, se abstiene cuando el abuso, el despotismo, el fatalismo divino o la discriminación de la mujer se consuman en culturas, costumbres y religiones como el Islam. Lo llaman Alianza de Civilizaciones. Si la razón es una e igual en todos los hombres, ¿por qué su lógica ha de limitarse a nuestro ámbito cultural? ¿Por qué es lícito revelarse contra la Inquisición católica o contra la sumisión de la mujer en el cristianismo y no contra la ablación de la mujer musulmana? ¿Porque los límites de la razón son los límites de nuestra cultura? ¿Porque estamos incapacitados para comprender la cultura del otro? ¿Porque inmiscuirse es una forma intolerable de colonialismo, de soberbia cultural, de etnocentrismo?

El que no haya culturas superiores, sino diferentes, el que no debamos despreciar la religión del otro por ser del otro, no invalida que haya culturas y religiones que sean perniciosas para la emancipación humana. En parte o en su totalidad. El canibalismo hoy es intolerable. Enfrentarle cara no es colonialismo ni soberbia cultural, solo la aplicación de los derechos humanos.

Ahora mismo, en muchas sociedades musulmanas, dominan costumbres que son incomprensibles para la civilización. Reparen que digo civilización, no civilización occidental. Nada que objetar si únicamente son retales culturales ajenos, todo que oponer si contradicen los derechos humanos, si anegan la libertad o impiden que las mujeres sean consideradas iguales en derechos a los hombres.

Me hago cargo de la acusación que desde la cosmovisión de la cultura islámica se hace contra los Derechos Humanos porque los consideran valores impuestos por la cosmovisión ilustrada de Occidente. Nada se puede contra esa evidencia, sólo reafirmarse en la capacidad de la razón y la libertad como instrumentos y valores universales. De no ser así, la razón ilustrada del siglo de las luces podría haberse considerado por parte de la Iglesia católica como una intromisión en su estatus religioso. De hecho así fue tomada y perseguida, aunque los nuevos tiempos empezaban a dar la espalda a una Iglesia que siempre había abusado de su poder sin oposición alguna.

No es distinta ahora la yihad islámica de la Inquisición cristiana de entonces. Y si no lo es, deberá ser tratada con idénticas críticas. No trato de marcar equidistancias, solo señalar que si la razón humana es idéntica en todos los hombres, idéntico tratamiento debería recibir el abuso.

Si me apuran, fue la Iglesia de la Inquisición mucho peor que la actual yihad islámica. Sólo hace falta fijarse en el poder de cada cual. Mientras el integrismo islámico actual es un conglomerado de grupos terroristas sin poder de Estado, la Iglesia de la Inquisición dominó Estados enteros durante siglos, impuso a sus sociedades el monoteísmo católico a la fuerza, y quien se resistió o fue sospechoso de resistirse, se le encarceló, se le torturó y, en innumerables ocasiones, para escarmiento de herejes, se le mandó a la hoguera pública para arder vivo.

El problema no es de niveles de maldad. Ni siquiera de religiones, sino de contraponer civilización a barbarie. Ilustración o religión

En cualquier caso, el problema no es de niveles de maldad. Ni siquiera de religiones, sino de contraponer civilización a barbarie. Ilustración o religión. La disyuntiva es pertinente. En un mundo libre, la religión, cualquier religión, ha de asumir el imperativo categórico de la libertad. Razón o mito, ciencia o superstición, democracia o teocracia, libertad o sumisión.

Nos seguiremos haciendo daño si nos empeñamos en seguir reduciendo el problema a la contienda entre religiones, interpretaciones de doctrinas o cruzadas interesadas.

El problema no es si el Islam es una religión de paz o de guerra, si las interpretaciones integristas del Islam conducen a la guerra santa o son la respuesta al colonialismo y a las humillaciones de Occidente. Los integristas ya han optado por su interpretación, obviarla es engañarse. Si somos rigurosos, es tan peligroso seguir instalados en el análisis crítico del Islam, como en el olvido inquisidor del cristianismo. Y si nos olvidamos por qué hoy el cristianismo no es una religión criminal, no repararemos en que fue la Ilustración la que civilizó al cristianismo, no el cristianismo a Occidente. Y por lo mismo, hoy esa misma ilustración democrática ha de civilizar al integrismo islámico como lo hizo con el cristianismo.

Esa es la cuestión, la eterna cuestión entre civilización y barbarie. Sin relativismos. Es preferible la razón a la superstición, la ciencia al mito, la tolerancia a la intransigencia, los derechos humanos, a los libros sagrados escritos hace miles de años.

Para un agnóstico como yo, todo mito, leyenda y dios fue fruto de la sociología de su tiempo. A imagen y semejanza de las aspiraciones de aquellas sociedades. A menudo sirvieron para legitimar un orden social interesado de unos hombres frente a otros. Pretender en el siglo XXI que cualquiera de esos fundamentos determine nuestras vidas actuales a la fuerza es intolerable. Como toda obra humana, está sujeta a revisión. ¿Cómo soportar el despotismo de hombres de hoy que amparan sus crímenes en libros sagrados de ayer?

Cuando se recurre al respeto para no ofender las creencias de la religión, alguien debería pensar cómo acordar los criterios para determinar la ofensa, y por qué dibujar a Mahoma es una blasfemia y no el que su religión difunda entre sus fieles la promesa de recibir 72 vírgenes en el paraíso como pago de una acción criminal. No logro entender por qué se ha de ofender un buen cristiano si cuestiono la virginidad de la Virgen, y, sin embargo ese buen cristiano ofendido ni se plantee que yo podría sentirme igualmente ofendido por tener que soportar infundios como ese en un centro de enseñanza.

Me temo que el Papa Francisco no esté de acuerdo con mi reflexión. Acaba de hacer unas declaraciones que se cargan el Evangelio cristiano de un plumazo. Si te pegan en una mejilla, pon la otra, recomendó Cristo; él, por lo visto justificaría la bofetada si insultan a tu madre. Es el riesgo del directo al que tan acostumbrado nos tiene. Pero detrás de ese desliz y su exhortación para que no ofendamos religión alguna, late el dogmatismo de todo monoteísmo. Mal asunto si este Papa tan progre da coartadas a la venganza y sacraliza nuevamente las ideas.

Las ideas, las doctrinas, las ideologías, las teorías están ahí para debatirlas, cuestionarlas, defenderlas, jamás para sacralizarlas

Las ideas, las doctrinas, las ideologías, las teorías están ahí para debatirlas, cuestionarlas, defenderlas, jamás para sacralizarlas. El respeto se debe a la persona, no a sus creencias. La libertad de expresión no puede ser coaccionada, porque si ha de callar una vez, por qué no cien. Nadie duda que la sátira puede llegar a ser cruel, incluso maliciosa, pero sin ella, el poder no podría ser cuestionado. Y si no se pudiese cuestionar el poder, el camino al abuso volvería estar a disposición de los déspotas. La tentación de ponerle límites es recurrente para cuando el miedo o la duda nos aturden. Sólo el delito, evaluable en figura jurídica marca su territorio. La libertad de expresión te puede llevar a calumniar a alguien, por ejemplo, pero el amparo de la ley, puede castigar el abuso. Ahí no hay límite a la libertad de expresión, sino un delito tipificado por el código penal recogido en el artículo 24.4 de la Constitución española donde recoge el derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen.

Esta y no otra es la guerra que sostuvo Occidente contra la ignorancia, la superstición y el dogmatismo de la Iglesia católica. Este y no otro es el problema que tenemos hoy todavía con la interpretación medieval y dogmática del Islam. No por ser el Islam, sino por ser una religión que pretende estar por encima de los Estados de Derechos y la libertad. De todas las libertades, de la libertad de conciencia, de la libertad de opinión, de la libertad de información y de la libertad de expresión. Y esto es lo que no podemos permitir de ningún modo.

Esta es la guerra entre las sociedades abiertas y las cerradas, entre la democracia y la tiranía, entre la libertad y la sumisión. Hoy es la yihad islámica, ayer fue la Inquisición cristiana, el nacionalismo nazi, el hombre nuevo comunista o el terrorismo de ETA.

Aunque grupos de ultraderecha, racistas e integristas se froten las manos ante la ola de indignación que han levantado estos crímenes yihadistas, nadie mínimamente honesto podría confundir el integrismo islámico, con la comunidad de creyentes musulmanes y mucho menos con las sociedades musulmanas. Ahora bien, nadie puede obviar tampoco, que estos déspotas medievales del siglo XXI se apoyan para cometer sus crímenes en una religión fatalista llamada Islam, que hoy se resiste a modernizarse y adaptarse a las sociedades democráticas.

Todo creyente musulmán, cristiano o hinduista tiene derecho a ser respetado, pero ninguna de sus religiones debe estar a salvo de la crítica emancipadora de la humanidad. Y es eso precisamente lo que trataron de impedir los asesinos de la libertad de expresión el miércoles pasado en París.