Hoja de ruta compartida
El pasado 13 de enero Artur Mas compareció en rueda de prensa para explicar los –según él- grandes logros de su gobierno de los mejores desde que llegó a la presidencia de la Generalitat de Cataluña, hace algo más de cuatro años.
Sin rubor aparente, fue desgranando éxitos tales como la creación de empleo, las políticas sociales o la reforma y la transparencia de la administración, entre otros. Sin embargo, silenció de forma torticera los parados de larga duración, la temporalidad del empleo y las familias que no tienen ninguna clase de ingreso. Tampoco hizo referencia alguna a la ejecución presupuestaria de 2014 (recordemos que se había previsto obtener unos 2.300 millones de euros mediante la venta de patrimonio inmobiliario, pero no se llegó ni a los 315). Asimismo brilló por su ausencia cualquier comentario sobre el fiasco de las privatizaciones, la reducción de más de 2.000 camas en los hospitales públicos y tampoco dio la más mínima explicación de las casi 2.000 becas Erasmus denegadas a estudiantes que cumplían todos los requisitos.
Brilló por su ausencia cualquier comentario sobre el fiasco de las privatizaciones, la reducción de más de 2.000 camas en los hospitales públicos o las casi 2.000 becas Erasmus denegadas
De todos modos, si alguna comparecencia se esperaba con cierto interés, esa era la que Mas y Junqueras protagonizaron apenas 24 horas después de la primera, tras una larga reunión de ambos con los líderes de las entidades soberanistas, para anunciar elecciones el 27 de septiembre y que se había recuperado la unidad de acción en el camino hacia la independencia.
Para empezar, es totalmente incierto que se haya recuperado la unidad entre las fuerzas proindependentistas. Fuera del pacto han quedado la CUP, los eco socialistas y muy posiblemente Unió acabe quedándose fuera también.
Por otra parte, resulta sorprendente que Oriol Junqueras que habla con frecuencia de construir un país limpio y sin corrupción y, sin embargo, pretenda hacerlo pactando con un partido que tiene la sede embargada, su fundador y toda su familia en el punto de mira de la justicia por defraudadores y un buen puñado de altos dirigentes encausados por diversas operaciones tan punibles como deleznables.
Por lo que respecta a Artur Mas, ahora propone hacer en poco más de 6 meses lo que semanas atrás quería hacer en 18 (estructuras de Estado como una Hacienda catalana, la Seguridad Social propia o potenciar la acción exterior). Y todo eso, se pretende hacer al mismo tiempo que habrán elecciones municipales, que con toda probabilidad irrumpirá Podemos en el tablero político, que los Pujol se verán las caras con la justicia, que a la comisión parlamentaria que investiga posibles tramas de corrupción acudirán personajes que, con toda seguridad, dejarán ir perlas sumamente interesantes. Pues bien, en medio de todo este maremágnum, Mas y Junqueras pretenden seguir su camino hacia no se sabe bien, bien donde, como si aquí no pasara nada. Sería cómico sino fuera porque en este envite jugamos todos y todos nos jugamos mucho.
Mas ha conseguido que le voten los presupuestos y que no se hable de recortes ni de pobreza energética
Según parece ambos líderes se dan por razonablemente satisfechos: Oriol Junqueras ha evitado la lista unitaria, pero las elecciones aunque avanzadas no serán tan inmediatas como los republicanos querían. A su vez, Artur Mas ha conseguido que le voten los presupuestos y que no se hable de recortes ni de pobreza energética y gana tiempo para intentar recomponer la situación de su maltrecho partido. Asimismo, han quedado por definir asuntos como la inclusión en las listas de personas independientes, miembros de la sociedad civil y otras fruslerías menores.
La realidad es que, por más explicaciones que se están dando y mirando las cosas de manera imparcial y desapasionada, se ven más sombras que luces y se perciben más dudas que certezas después de este armisticio casero entre soberanistas. Ahora, a los ciudadanos de Cataluña nos toca vivir unos cuantos meses más a uña de caballo. Pero es que al final, va resultar que, después de tanta parafernalia, tanta hoja de ruta compartida y tanta martingala, de lo que se trata es de hacer bueno aquel adagio catalán que dice qui dia passa any empeny.