Pensamiento
Pervive lo humano, a pesar de lo político
En el marco de un clima de tensión, en el que dos posiciones antagónicas son claramente discernibles, no es fácil contemplar la posibilidad de que una de las partes enfrentadas pueda confiar en la otra. Lo más lógico es pensar que la confrontación entre los sujetos se hará extensiva a todo tipo de relación entre ellos, por lo que ni en lo personal ni en lo profesional, en teoría, debería haber confianza. Y digo en teoría porque a nadie se le ocurre imaginar a día de hoy a Rajoy y Mas yéndose de cañas, pero como en política nada es lo que parece, tampoco es posible afirmar con rotundidad lo contrario. Podría ocurrir, por ejemplo, que un buen día se diera la paradoja de que el Rey de un Estado diera una vueltecita en coche al presidente del territorio que pretende escindirse de dicho Estado. Nunca se sabe, oiga.
Me ilusiona la gente que logra superar una cortapisa ideológica y que salta la valla del sectarismo político
Por sus actuaciones en público y por lo que transmiten al ciudadano, los políticos españoles no desprenden demasiada humanidad, que se pueda decir. Salvo casos aislados, las manifestaciones de los gobernantes se llevan a cabo con una poca humildad y unos aires de superioridad impropios de gente que se presupone dialogante y con aptitudes comunicativas suficientes para ostentar un cargo público. Rara vez se deja entrever empatía para con el contrario, y en el caso catalán concretamente, se suele respirar una tensión que no representa a una sociedad que presume precisamente de lo contrario.
Pero que no cunda el pánico, no todo está perdido. Siguiendo la línea de Jordi Évole en El Periódico, "me huelo que hay más crispación entre políticos que entre la ciudadanía". Y yo no tengo la nariz tapada, por lo que sí huelo bien. A pesar de que no son pocas las opiniones ciudadanas enfrentadas por el tema de la posible secesión catalana, siempre hay casos que a uno le hacen confiar en los valores más humanos de la ciudadanía. Sobre todo, me ilusiona la gente que logra superar una cortapisa ideológica y que salta la valla del sectarismo político.
Hace no mucho conocí el caso de un abogado. Un abogado colegiado en España, que además de dedicarse profesionalmente a la abogacía, ostentaba un cargo político en un partido español manifiestamente unionista. El sujeto aseguraba, para mi quizás desproporcionada sorpresa, que algunos de sus mejores clientes eran indudablemente independentistas, y lo sabía, entre otras cosas, porque algunos de ellos se lo habían dicho personalmente o porque lo manifestaban abiertamente en las redes sociales.
Como sabrán, la base fundamental de la relación entre el cliente y su abogado es, todavía, la confianza. Y no lo digo yo, sino el artículo 4 del Código Deontológico de la Abogacía Española. Es decir, una vez el abogado se encarga de un asunto concreto, queda obligado a actuar íntegra, leal, veraz, diligente, y honradamente. Pero eso no es lo interesante. Lo verdaderamente interesante es que, los clientes independentistas del caso que acabo de exponer, con total libertad de poder elegir un abogado que se moviera en sus mismas coordenadas ideológicas –lo cual no hubiera sido de extrañar porque tal cosa hubiera supuesto tener, de entrada, algo en común-, prefirieron a un profesional que pensara opuestamente diferente a ellos. Es tan sencillo como que en la elección del gestor de sus problemas personales, en los clientes independentistas pesó más la confianza como valor humano que como valor político. Y esa es una gran noticia, pues denota que todavía hay personas que ven en las otras algo más que una ideología determinada. Más de las que pensamos.
Decía Elvira Lindo en un artículo en El País que ella tiene un corazón “que no late sólo a ritmo de racionalidad, que se encoge ante la demostración unánime de pasiones colectivas y que se resiente ante el rechazo”. Ese es precisamente el corazón de los ciudadanos independentistas de mi historia. Un corazón que no sólo se deja llevar por los mensajes políticos sectarios, sino que acude a los valores inherentes al ser humano para demostrarnos a todos que todavía vivimos en una sociedad abierta donde cabe todo, siempre que sea con respeto. Una sociedad, por suerte, en la que pervive lo humano, a pesar de lo político.