Pensamiento
9N: Poncio Rajoy o el dilema del poder
Este martes se ha suspendido por segunda vez la consulta ilegal del Sr. Mas por parte del Tribunal Constitucional, bueno, del sucedáneo de referéndum que eufemísticamente se conoce por “proceso participativo” pues esta última vez el Sr. Mas se había escudado, para cometer una nueva deslealtad, en la no existencia de un Decreto suyo que la convoque y de la “voluntad participativa” de un pueblo. No me cansaré jamás de repetirlo: el pueblo catalán lo somos todos, no sólo los partidarios de la secesión, que no son tantos, pero están bien alimentados por el dinero público y secuestran, con una ideología de pensamiento único, todos los medios de comunicación públicos y subvencionados. Y como catalanes, somos españoles porque nuestra tierra es Cataluña pero nuestro país es, afortunadamente, España. Y en España, Estado Democrático y de Derecho, cuando se vota, siempre debe hacerse con las garantías que este modelo de Estado nos proporciona a los ciudadanos, como nos explicaba en El País el pasado 1 de noviembre Manuel Ballbé, catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad Autónoma de Bellaterra: “La constitución de las mesas con voluntarios de una sola opción, la independentista, y la falta de interventores de todos los partidos constituye una parodia antidemocrática por muy participativa que aparente” ya que vulnera “la Ley Orgánica de Régimen Electoral General y toda la legislación electoral y constitucional porque no se garantiza un proceso democrático” y “no se garantiza la privacidad, ni el derecho al voto”.
El pueblo catalán lo somos todos, no sólo los partidarios de la secesión, que no son tantos, pero están bien alimentados por el dinero público
Ballbé también nos avisa de algo que ya hemos denunciado muchos, la fractura social, basada en un taciturno maniqueísmo donde los buenos catalanes son aquellos que colaboran con el régimen secesionista y el resto o somos unos traidores o, simple y despectivamente, ‘españoles’: “Esta parodia de consulta crea dos listas. Una lista amarilla de los que voten y otra negra de los que no vayan. Además se configurará otra lista negra con los funcionarios que no se han apuntado como ‘voluntarios’ y que quedarán retratados ante sus políticos, que después premiarán a los que sí vayan”. Este país nuevo donde quieren vivir los secesionistas precisamente no parece fundamentarse en la libertad y la pluralidad, más bien parece una copia paródica de aquellos regímenes totalitarios soviéticos de denuncias de buenos y malos ciudadanos que recogía magníficamente la película ‘La vida de los otros’ (2006), de Florian Henckel von Donnersmarck.
Ballbé también denuncia, con una impactante metáfora, el riesgo de votar cualquier cosa, sin tener las competencias y sin ningún tipo de garantías legales, por el peligro que pueden suponer sus consecuencias: “Si consultas para que impedir que los inmigrantes compren en los supermercados y gana el sí atentarías contra derechos fundamentales” y la Ley, en un Estado Democrático y de Derecho, existe para proteger estos derechos, no para menoscabarlos.
Pero, ¿por qué realmente no se puede votar, ya dejando de lado los argumentos legales? Porque para ellos votar es siempre una victoria; Josep Lluís Carod Rovira, en su libro ‘La hora de Cataluña’ (2014) lo dice bien claro, no nos engañemos: “Un referéndum de soberanía siempre es una victoria. Si se gana, porque te abre las puertas a la plenitud del derecho y hace a tu pueblo libre. Si no, con que obtengas un resultado digno y no humillante, también es la primera piedra del edificio de la victoria, pone al país y su causa en la agenda internacional y todos sabrán que, tarde o temprano, el referéndum se volverá a hacer y se ganará. Después de un referéndum ya nada es como antes, porque todo el mundo mira al país en cuestión de una manera distinta que antes de la consulta, como un país inmerso en un proceso progresivo de afirmación, que ya ha iniciado un camino sin regreso. Un país que se pronuncia democráticamente sobre la posibilidad de convertirse en una nación soberana y en Estado independiente ya se sitúa automáticamente, en la conciencia de todos, en la lista de espera de la libertad. Y pasará más tiempo o no tanto, pero todos saben que, al final, este día llegará”.
Como nos dice el historiador y miembro de Sociedad Civil Catalana, Joaquim Coll, en su artículo ‘La democracia del soberanismo’: "Estamos ante un magma social complejo e hipermovilizado, que entra en íntima asociación con las instituciones locales y autonómicas, se apodera de espacios públicos, que coacciona y sutilmente intimida, y que está dispuesto a empujar a la desobediencia”. Escuchando las declaraciones de Mas y de Junqueras, leyendo las palabras de Carod y viendo toda Cataluña envuelta con contaminantes plásticos amarillos, nadie puede dudar de que, según Coll, nos encontramos ante “un potente movimiento de masas aglutinado con un discurso emocional, que esgrime graves razones políticas y económicas, que promete una esperanza frente a la crisis y mezcla una actitud supremacista con otra más naíf”. Y para estas ‘masas’ votar es imprescindible, la independencia se ha convertido en su religión, en una creencia xenófoba, supremacista, excluyente y totalitaria donde no se tienen en cuenta los derechos fundamentales de quien no piensa como ellos. Por todo ello ni se puede votar ni queremos votar.
Roger Caillois, en su excepcional novela ‘Poncio Pilatos’ (1961) estudia con gran inteligencia el dilema del poder y de sus consecuencias, dilema que ejemplifica perfectamente en la figura de Poncio Pilatos, prefecto romano de la provincia de Judea. Basándose en las Escrituras, Caillois nos da una visión única de Pilatos, aquel gobernante que no sabía qué hacer con uno de sus prisioneros, un profeta llamado Jesús: liberarlo o condenarlo a la crucifixión, como le pedía el Sanedrín. La originalidad del Pilatos de Caillois consiste en que, en la novela, tras pensárselo mucho, finalmente, enfrentándose a la ira de los judíos, decide hacer lo que cree más justo: liberar a Jesús. Esta decisión, en palabras de Caillois, conlleva que “a causa de un hombre que fue valiente contra todas las previsiones, no hubo cristianismo” ya que Jesús, sin el sacrificio, no fue más que “otro profeta más, que murió respetado y a una edad avanzada”, y que por lo tanto “la Historia se desarrolló de manera muy diferente”.
La independencia se ha convertido en su religión, en una creencia xenófoba, supremacista, excluyente y totalitaria donde no se tienen en cuenta los derechos fundamentales de quien no piensa como ellos
Aquí, nuestro Pilatos de turno, Poncio Rajoy, no sabe realmente qué decisión tomar. O quizás no tomará ninguna a pesar de que el Gobierno de la Generalitat y las organizaciones subvencionadas por este han dicho públicamente que desobedecerán las prohibiciones y que, sea como sea, se votará. Yo entiendo, Sr. Rajoy, que ninguna decisión es del todo provechosa. Por un lado, si no deja votar (además de detener a aquellos que organicen contra la Ley y las instituciones del Estado esta votación) tendrá una serie de fotografías que los secesionistas venderán a nivel internacional de manera victimista como un abuso de poder y de falta de democracia; los tendremos sollozando meses. Por otro lado, si no hace nada, es decir, si deja votar (aunque sea en urnas de cajas de galletas y organizado por asociaciones separatistas) menoscabará los principios del Estado Democrático y de Derecho y la confianza de los ciudadanos españoles (incluidos gran parte de los que vivimos en Cataluña) y las consecuencias de su acto serán de una magnitud importante, tanto como la de Poncio Pilatos. Mientras usted tiene este dilema propio del poder, ¿qué hacer?, el nacionalismo catalán se siente fuerte y envalentonado ya que, de manera desleal, ha aprovechado la debilidad del Estado por culpa de la crisis económica, social y política (corrupción, paro, desahucios, hambre, exclusión social, etc.) para tratar de conseguir sus objetivos secesionistas. En definitiva, el secesionismo lleva perdiendo 150 años y puede perder 150 años más, su lema es primero paciencia y después independencia, pero los catalanes de ‘seny’ y que respetamos las leyes para poder vivir en libertad, si perdiéramos una sola vez, ya sería demasiado tarde, Sr. Rajoy. ¿Qué piensa hacer? ¿Qué decisión piensa tomar el 9N? Lo que no puede hacer es lavarse las manos. Fíjese bien en la consecuencia de sus actos, que si con una sola decisión podía no haber existido el Cristianismo con una sola decisión puede peligrar España y también la Unión Europea, por culpa de los insolidarios y malaventurados nacionalismos.