Si algo me han enseñado la vida y la política es a endurecerme ante las sorpresas y a no poner la mano en el fuego por nadie. Y sin embargo no pude evitar que me diera un vuelco el corazón al leer en el diario El Mundo que el alcalde de Barcelona, Xavier Trias, tenía una millonada escondida en Suiza.
Ni él ni yo pertenecemos al tipo de casta en que políticos y periodistas se pasan el día alternando y yendo de francachela
¿Hasta qué punto te puedes atrever a sentirte, no digo ya declararte, amiga de un político, con el que hace años que no hablas y que encima no es del partido que votas o apoyas tú? Yo que me crié a los pechos del catalanismo, hoy veo el tema tan crudo que apoyo públicamente a Ciudadanos. No milito pero son los que ahora mismo más se acercan a ver Cataluña como yo la veo. Y muchas cosas de España.
El caso es que hubo un tiempo, cuando ni yo cuestionaba el catalanismo ni el catalanismo me cuestionaba a mí, que alguien me llamó para preguntarme si estaba dispuesta a escribir un libro sobre Trias. Era para una pequeña pero peleona editorial catalana que había lanzado una serie de entrevistas en formato libro a personalidades catalanas más o menos relevantes. Así de memoria recuerdo a Josep Piqué cuando era ministro, a Josep Cuní, al diseñador Antoni Miró, etc.
Cuando me propusieron a Trias, este aspiraba a la alcaldía de Barcelona con más empeño y constancia que posibilidades de éxito. Nadie daba un duro por él, por lo menos a corto plazo. Sumándole a esto que la susodicha editorialcilla catalana pagaba una mierda y te trataban fatal, digamos que no había precisamente bofetadas para hacer a Trias.
Yo me sentí impulsada a aceptar por una especie de prurito que, analizado ahora con calma, me revela muchas cosas de aquel país de entonces y hasta de mí misma. Recuerdo haber pensado: voy a “hacer” a Trias porque siempre se ha portado conmigo como un señor, siempre que le he llamado se me ha puesto, siempre ha sido correcto, sensato, etc.
Supongo que yo en realidad lo que él intuía es que él era un poquito diferente. Que Trias no era el convergente típico. Igual que yo no era la periodista catalana típica.
Ni él ni yo pertenecemos al tipo de casta en que políticos y periodistas se pasan el día alternando y yendo de francachela. No nos hemos ido nunca de copas ni de nada. Pero el día que mi madre murió en un accidente de coche Trias apareció con toda la naturalidad del mundo en el tanatorio, y yo le agradecí mucho este detalle. Le llamé desde Nueva York al enterarme de que un sobrino suyo había encontrado una muerte igual de trágica al lado de Carlota, la hija de Toni Cantó.
En resumen, que cuando Trias salió a demostrar, con los documentos en la mano, que él jamás ha tenido dinero oculto en Suiza, pocas veces me he alegrado tanto de que un caso de corrupción sea falsa alarma.
Es verdad que con la que está cayendo estos días hay que tener ganas de encontrar motivos para alegrarse. Pero se encuentran. Por ejemplo escuchaba yo el otro día una conversación privada entre dos ediles del PP en Parla que debo decir que me conmovió. Hablaban, como no, del escandalazo en su localidad. Pero uno de los dos, que tenía la oreja pegada a la radio, la levantó para decir: “Pues el nuestro en Collado Villalba ha tenido la jeta de aparecer en el pleno, darse una vueltita, ¡y no dimitir!”. Profundo suspiro.
Vistos de cerca estos dos peperos en apuros, que no han cobrado jamás un duro por ser concejales en Parla mientras Luis Bárcenas llenaba chequeras y buchacas, inspiraban hasta ternura. Pues menos mal que todavía queda gente que la inspira.
Advertía el veterano periodista Antonio García Ferreras el día que estalló el posible escándalo que, si Trias tenía un problema, no lo tenía con 'El Mundo' sino con la Policía
Volviendo a Xavier Trias, bienvenido sea el alivio, un cierto alivio por fin. Pero qué poco dura siempre la alegría en la casa del pobre. Porque las acusaciones contra el alcalde de Barcelona eran tan categóricas y tan bestias que cuesta creer que hayan adquirido tamaño vuelo para desinflarse a continuación como un soufflé…
Què cony ha passat aquí?
Lo fácil es cargar contra El Mundo por haber tragado un anzuelo posiblemente envenenado. Pero la cuestión es, ¿envenenado por quién? ¿Y para qué? Ya sé que en periodismo de investigación a la española se cometen muchas burradas. Pero es que en este caso hasta les habían dado un número de cuenta concreto. Como para no dudar, ¿no?
Advertía el veterano periodista Antonio García Ferreras el día que estalló el posible escándalo que, si Trias tenía un problema, no lo tenía con El Mundo sino con la Policía. Porque policiales eran los dedos que tanto empeño habían puesto en señalarle. Hasta el punto de convencer de dar el caso por bueno a reporteros muy bragados.
Se habla de guerra sucia del Estado, de una especie de GAL de la corrupción, de uso de la UDEF como de un perro de presa. Y todo el mundo se queda mirando al ministro del Interior como si fuera el último negrito de una novela de Agatha Christie.
Pero yo empiezo a temer que sea peor, mucho peor. Que la novela no sea de Agatha Christie sino de Fernando Arrabal. Que ni Interior controle a Interior. Que las cloacas del Estado estén llenas de desatascadores ineptos (dicen que pudieron confundir a Xavier Trias con Ramon Trias Fargas…) o directamente haciendo la guerra por su cuenta.
Lo que nos faltaba. Que ya no te puedas fiar ni de que los corruptos sean corruptos.