La derecha español(ist)a dice que Artur Mas quiere romper España. Mentira. A Mas, a Pujol y a toda su tropa, España (y Cataluña) les importa un bledo. Lo mismo que a Rajoy, por otra parte. El dinero no tiene patria, ni sentimientos, ni lealtades; sólo tiene intereses. Y lo que Mas, Pujol, Rajoy, y el resto de la derecha catalana y española representan y defienden son los intereses puros y duros del gran capital financiero transnacional. No a la patria.
Para ellos la patria es un juguete, un instrumento, un señuelo, un engañabobos. Mas nunca ha querido romper España, ni Rajoy defenderla
Para ellos la patria es un juguete, un instrumento, un señuelo, un engañabobos. Mas nunca ha querido romper España, ni Rajoy defenderla. Mas y Rajoy, lo que han buscado romper (y lo han conseguido), bajo la sonriente mirada de Merkel y de sus merkados, es la unidad de la clase trabajadora, la unidad de quienes soportan la crisis y los recortes. Esa clase trabajadora que es la misma en Cataluña, en España, en Grecia, y hasta en Alemania, donde tiene que sobrevivir malamente a base de minijobs que le quitan el hambre de hoy, pero no le aseguran la jubilación de mañana. Esa clase a la que le recortan el sueldo, el empleo, la sanidad, la educación, las pensiones y hasta la vida, independientemente (y eso sí que es independencia) de bajo qué bandera la cobijen o la escondan.
Y sí, lo han conseguido. Han conseguido romper el espinazo de la sociedad catalana, dividiéndola en un ellos y un nosotros. O en varios. Los que quieren la independencia, y los que no creen en ella. Los que se sienten catalanes, y los que se sienten españoles. Los que a toda costa quieren votar, y los que piensan que todo el procés es un completo engaño. Los patriotas, y los traidores. Y, finalmente (en el cúlmen de la mezquindad más perversa), los que se suman a la división (porque creen que así seguirán precariamente a flote, o incluso que navegarán con más garbo, aunque el barco donde van todos los demás se hunda a sus espaldas), y los que no cuentan, porque no se les deja contar nada si no es entre escarnios, insultos y cuchufletas.
Y lo han conseguido -y esto es, personalmente, lo que más me duele- con la valiosa colaboración de quienes se llaman de izquierdas, y que se han asustado, o engañado, con la imagen de una calle llena de banderas, y que no han querido, o sabido, mantener una voz propia frente a quien agitaba las banderas para tapar las miserias de sus recortes. La colaboración de los que no han tenido valor para decir: no, señor Mas, yo con usted no voy a parte ninguna.
Democracia es votar, nos repiten machaconamente. Mentira. Democracia es poder para el pueblo, o eso decían los griegos, que fueron los que inventaron el palabro. Poder para los de abajo. Poder para los que trabajan y sufren, o para los que sufren porque no trabajan. Y eso no es lo que nos están ofreciendo, ni está en su patriótica agenda. Democracia no es votar, o no votar, a una pregunta tramposa, ambigua, bifurcada, insidiosa y viperina, sobre si queremos separarnos o no de nuestros vecinos de al lado para que los de arriba nos dominen mejor, a nosotros y a ellos. ¿Acaso nos preguntan sobre si queremos pagar la deuda ilegítima que los bancos catalanes y españoles han contraído, a nuestras espaldas y sobre nuestro trabajo, con los bancos alemanes o de donde sean? ¿Nos preguntan sobre si estamos o no de acuerdo con que nos cierren plantas en los hospitales y líneas en las escuelas? ¿Sobre si nos parece bien que las personas que se quedan sin trabajo se queden también sin casa, mientras los bancos poseen tantos miles de casas vacías que ya no saben ni qué hacer con ellas?
Aquí lo único que de verdad se ha roto, gracias a la mezquindad de unos y a la ceguera de otros, es la ejemplar convivencia que hasta ahora existía entre las personas que vivimos en Cataluña
Votarán hasta los inmigrantes, nos dicen. ¿Acaso les dejarán también luego votar en Badalona o en Vic, donde alcaldes patriotas de uno u otro signo les niegan hasta los derechos más básicos? Y que también votarán los mayores de dieciséis, en un alarde de progresía y coleguismo; esos mismos a los que no se les reconoce madurez para conducir un coche ni para aceptar una herencia, pero sí para conducir un país (¿hacia dónde?), y para repudiar la herencia común de varios siglos de convivencia (herencia de la que, por otra parte, ni siquiera se les ha permitido hacer un mínimo beneficio de inventario, en su manipulada escuela).
No nos dejan votar, gritan ahora, mientras señalan con el dedo a los mismos con los que, tan amistosamente, no han tenido ningún problema en votar las contrarreformas laborales que nos devuelven a la época de Dickens o las reformas urbanísticas que convierten a Barcelona en un inmenso Lloret para turistas borrachos. No nos dejan votar, insisten, ellos que tampoco nos dejan votar a nosotros nada de lo que realmente nos interesa. Y nosotros, como pardillos: "¡Sí, sí, votemos! ¡Votaremos ahora esto, y ya veréis como después, podremos votar todo lo demás!", "¡Esta es la ocasión para una ruptura democrática!". Pero, ¿ruptura con qué? ¿De verdad nos creemos que vamos a romper con los mercados? ¿Con Frankfurt? ¿Con Bruselas? ¿Con Washington? ¿Alguien se puede pensar, sin ir muy fumado, que este procés de Mas y Junqueras se va a convertir en una revolución, y que ésa, luego, se irá contagiando a España, a Europa, al mundo?
Aquí lo único que de verdad se ha roto, gracias a la mezquindad de unos y a la ceguera de otros, es la ejemplar convivencia que hasta ahora existía entre las personas que vivimos en Cataluña. Y ésa tardaremos mucho en recomponerla, si es que alguna vez lo conseguimos.