Pensamiento
La compañía de Gaziel
Se ha cumplido en abril de este año medio siglo de la muerte de Agustí Calvet, periodista que era para Josep Pla ‘un clásico auténtico’. Escribió unos artículos excelentes sobre la Primera Guerra Mundial, que se están volviendo a leer y que reportan provecho y perspicacia al lector atento de hoy. Es más conocido por su pseudónimo literario Gaziel, voz árabe que indica el carácter de mediador y de un acompañante socrático.
Se refería a la agregación de Sarriá a Barcelona como “algo inevitable, que debía acontecer tarde o temprano”, pero criticaba el procedimiento seguido: “un acto esencialmente antipático”
La Barcelona de ayer (Libros de vanguardia) es un nuevo título que recupera crónicas de Gaziel, publicadas entre 1919 y 1933. Aquí destacaré en especial dos artículos. Uno fue publicado un 9 de noviembre (de 1921) y el otro data del 1 de julio de 1927. Comencemos con este último, en él dice que “un gran diario en catalán debería no tener la obligación de incensar sistemáticamente a unos y menospreciar a otros, dividiendo la humanidad en elegidos y réprobos”. Y proseguía con un rosario de requisitos: “Debería ser veraz, discreto, comprensivo, ameno y abierto a todo el mundo. Debería asentarse sobre la base de una información espléndida y con muy poca doctrina política. Debería interesar a Cataluña entera, a la intelectualidad del resto de España, y a ser posible a los colegas extranjeros, por la abundancia y perfección de sus servicios profesionales. Debería, sobre todo, no estar inspirado por ningún catalanismo, pero sí henchido de catalanidad”. Juzguen ustedes, no está mal la cosa. Yo diría que no levantaremos cabeza socialmente hasta que no podamos mirarnos en este espejo que la Cataluña oficial nos quiere dejar rallado de arriba a abajo. Tanto da que el alcalde de Barcelona Xavier Trias -“el alcalde que no tenemos”, en una celebrada expresión de Arturo San Agustín- presentase este libro con elogios, cualquier cosa menos palabras vivas.
Pasemos ya al otro anunciado ‘9 de noviembre’. En esa crónica refería la agregación de Sarriá a Barcelona como “algo inevitable, que debía acontecer tarde o temprano”, pero criticaba el procedimiento seguido: “un acto esencialmente antipático”. Era 1921, fijémonos en cómo argumentaba: “Que Sarriá sea o deje de ser un municipio autónomo, es cosa que tiene sin cuidado al mundo. Pero, razonando de esta suerte despreciativa e irónica, los gobernantes de España también podrían llegar sofísticamente a la conclusión de que el hecho de que Cataluña sea o deje de ser una región autónoma, es cosa que no le importa un bledo al universo. Este criterio, que a todos los autonomistas les parecería irritante e intolerable, es, ni más ni menos, el mismo que algunos de ellos no han tenido el menor escrúpulo en aplicar a Sarriá. La diferencia es tan sólo de escala”.
Poco después, Gaziel se resentía de la falta de gracia y de amabilidad convincente como “un gran defecto característico de la Cataluña actual. ¿Por qué, Señor, sus hombres políticos más representativos son tan hoscos, ásperos y repelentes, y son tan ingratos sus procedimientos? ¿Por qué, ellos, cuyos ideales y doctrinas se fundamentan precisamente en instintos sentimentales, son tan secos, áridos y poco entrañables?”.
Esta falta de cordialidad le resultaba desconsoladora, por destruir las mejores posibilidades: “Infinitas veces hemos soñado lo que habría podido ser el resurgimiento de la Cataluña moderna, si todas las maniobras del cálculo político y regionalista se hubiesen trocado en arrolladoras corrientes de simpatía y generosidad hacia el resto de España”. Es evidente que la primordial tarea de todos nosotros es cultivar la educación sentimental.