Pasados unos días desde la sorprendente confesión de Jordi Pujol se empiezan a ver consecuencias políticas trascendentales.
La cantinela de que una Cataluña independiente sería un Estado más democrático y menos corrupto ha volado por los aires. El oasis nunca existió. Eso sí, las cloacas estaban canalizadas bajo tierra
1. En Cataluña la población tenía la sensación de que el único "poder" era el del Gobierno de la Generalidad. Ello explica el miedo que recogen las encuestas a mostrarse como no independentista. Los ciudadanos, en general, somos acomodaticios y cobardes ante el poder. Ello explica, por ejemplo, que el régimen franquista no se acabara hasta la muerte del dictador. El secesionismo ha sabido transmitir la sensación de caballo ganador. El control de los medios, la propaganda constante y la movilización de una parte minoritaria pero numerosa y muy activa de los ciudadanos a través de su encuadramiento en entidades impulsadas desde el poder han creado la ficción de que la independencia era irreversible e inmediata. La crisis económica y política ha ayudado a los intereses secesionistas que han vendido una España incapaz de reaccionar, perdedora de la confrontación por incomparecencia.
En este escenario el "hundimiento" de Pujol ha hecho aflorar que aún con una mala situación política y con PP y PSOE debilitados, el Estado tiene organismos que, aunque de forma mejorable, funcionan: Policía, Agencia Tributaria, tribunales de justicia. Y estas instituciones no se paran en el Ebro. La familia real no es intocable, lo estamos viendo, pero, oh sorpresa, el gran jefe de la política catalana y su familia, tampoco. Y claro, algunos empiezan a echar cuentas y tentarse la ropa. Evidentemente no los más radicales, ni los que viven directamente de la política, pero sí otros sectores sociales.
Un conocido artista me reconocía hace unos días que si se declaraba partidario del "derecho a decidir" no le pasaría nada en el resto de España y, en cambio, si decía lo contrario, se quedaría sin trabajar en Cataluña. Lo mismo piensan muchos empresarios, profesores con ambiciones legítimas de jefaturas administrativas, funcionarios, etc. Les aseguro que algunos han entendido la nueva situación y empiezan a modular su discurso. Sólo hace falta leer la prensa. Sobre todo porque el expreso posicionamiento de líderes europeos como Merkel, Hollande, Juncker, ya había convencido a los más informados que esto de la secesión no era algo para pasado mañana.
En definitiva el presunto caballo ganador ha dejado de ser favorito y eso se nota en la toma de posición de los apostantes.
2. La cantinela de que una Cataluña independiente sería un Estado más democrático y menos corrupto ha volado por los aires. La diferencia entre Cataluña y el resto de España no es el grado de corrupción sino el grado de impunidad que algunos tenían en Cataluña. El oasis nunca existió. Eso sí, las cloacas estaban canalizadas bajo tierra.
3. La credibilidad de los medios de comunicación catalanes y muy especialmente los públicos también se resiente fuertemente de la nueva situación. Que Rahola pida disculpas a Pedro J. es significativo. La transformación, ahora, de algunos palmeros en justicieros no engaña a casi nadie y produce vergüenza ajena.
A partir del 10N, si la sangre no llega al río, será el momento de la negociación y las reformas. No para contentar a los nacionalistas, pero sí para que España, Cataluña incluida, funcione mejor
4. El cambio del mapa político, ya en marcha, se acelera. Rajoy y Junqueras son los grandes ganadores. CDC se deshace entre quienes piden a Pujol que desaparezca y los que piden su refundación. Un casi desahuciado Duran coge aire. Ha tardado, pero su dimisión como número dos de CiU le deja en una posición impensable hace unos días para aglutinar el centro político catalán. No lo tiene fácil, pero su posición en la parrilla de salida ha mejorado sensiblemente.
5. La política en Cataluña se radicaliza aún más. Ello agrava el riesgo de incidentes pero debilita el "proceso" del que se desengancharán definitivamente los sectores sociales que no quieren ni oír hablar de experiencias revolucionarias que, por definición, irían contra sus legítimos intereses por mucho que sentimentalmente se apuntaron a la independencia pensando que era un proceso sin contraindicaciones ni políticas, ni económicas. La realidad es muy terca aunque aparentemente no haya habido nadie que haya hecho grandes esfuerzos para mostrársela a los catalanes.
No saldremos de la UE, no habrá costes económicos, el Barça jugará la Liga, todo serán ventajas, somos los mejores, el Estado está en descomposición y no es capaz de reaccionar. Todo esto se ha hundido con la confesión de Jordi Pujol. Como dice Duran, el caso pujol no acaba con el proceso pero afectar sí afecta. Y mucho.
Ahora toca esperar a que pase el 9 de noviembre. Ni CiU ni ERC están interesados en un choque de trenes que pudiera abrir la puerta a la suspensión de la Autonomía. La hacienda catalana ha sido un fiasco. Ni los más secesionistas han cedido sus datos fiscales voluntariamente. Junqueras ya dijo que lo de la independencia se aplaza al 2016. Quiere ganar las municipales y las autonómicas. Queda la calle, última baza de los que no quieren dar su brazo a torcer. Nadie sabe lo que puede pasar. Pero si, como parece, CiU y ERC no aprietan el acelerador, es un todo o nada imposible que les salga bien, espero y deseo que la tensión ineludible no acabe en violencia incontrolada. Cataluña no se recuperaría de ello en muchos años. Y por mucho que exageren los secesionistas, Cataluña no está en trance de desaparición a no ser que los "patriotas" decidan acabar con ella.
Y a partir del día 10 de noviembre, si la sangre no llega al río, será el momento de la negociación y las reformas. No para contentar a los nacionalistas, pero sí para que España, Cataluña incluida, funcione mejor.