Cuenta Albert Rivera en sus memorias de reciente publicación que, cuando Ciudadanos empezó a despuntar seriamente, él trató de entablar canales de comunicación y de diálogo con los respectivos líderes del PP y del PSOE. Unos con mejores modos, otros con peores, ambos le negaron el saludo. Vamos, que no le dieron ni agua.
La monarquía parlamentaria y constitucional emergida de la Transición nos ha salvado probablemente de una buena. Y nos podrá seguir salvando si se mantiene la tendencia de que la Corona, que no gobierna, hile más fino que los que en teoría sí lo hacen
En cambio el que hasta ahora parecía que iba a ser príncipe de Asturias un rato largo, el inminente Felipe VI, le quiso conocer. Y no precisamente de pasada. Le citó en la Zarzuela y le dedicó una audiencia privada de duración apreciable. Y eso que Albert, si le preguntan, más bien tiene tendencia a posicionarse como republicano.
Pero sin estridencias. Más a la Manuel Chaves Nogales que a la Pablo Iglesias (el de ahora), si se me quiere entender. En eso debo decir que coincidimos. Yo en un mundo ideal quisiera que España fuese una república. Mejor dicho, que la república que teníamos en 1936 no hubiera zozobrado nunca. Que no hubiera habido tanto malvado y tanto estúpido por los dos lamentables extremos políticos.
Dicho lo cual: precisamente porque los había, y mucho me temo que todavía los hay, la monarquía parlamentaria y constitucional emergida de la Transición nos ha salvado probablemente de una buena. Y nos podrá seguir salvando si se mantiene la tendencia de que la Corona, que no gobierna, hile más fino que los que en teoría sí lo hacen.
La primera vez que vi de cerca, y que escuché en una relativa intimidad, a Felipe de Borbón y Grecia me sorprendió y me impresionó el inesperado nivel de su conversación, de su buen tino y, vamos a decirlo todo, de su regia paciencia. Ya revoloteaba entonces sobre muchas cabezas, pero huelga decir que particularmente sobre la suya, el insistente tábano de la abdicación de su padre. Cuando se le fusilaba a quemarropa sobre el tema, el heredero se investía de una desacostumbrada, risueña gravitas, y te soltaba: "¿Pero de verdad creéis que tengo ninguna prisa en ver morir a mi padre?".
Si alguna ventaja ofrece la monarquía sobre la república es ese leve lujo de poderse sobreponer a la tiranía del corto plazo. Se tiene la oportunidad de poder desentenderse de elecciones y demagogias para llegar a donde haga falta
Si alguna ventaja, por intangible que parezca, ofrece la monarquía sobre la república es esa. Ese leve lujo excelente de poderse sobreponer a la tiranía del corto plazo. Nacer para rey será tan absurdo como se quiera, pero, si se nace para rey con buen gusto, se tiene la oportunidad –impensable para un político electo- de poder desentenderse de elecciones y demagogias, de todo lo contingente, para concentrarse en lo inmanente. De tener toda la vida para llegar... a donde haga falta.
La paciencia no es una virtud demasiado extendida en nuestro corral político. Por su rareza también me llamó la atención en Albert Rivera cuando le conocí, que fue poco antes del lanzamiento de Movimiento Ciudadano en el Teatro Goya de Madrid.
Desde que asomé el morro en ese mitin y en otros sucesivos, ni les cuento la de gente que se me ha acercado para pedirme que les diga de su parte a Albert que si hacemos esto, que si montamos lo otro, que si yo conozco a uno de por aquí y que si quedamos con el de por allá... y la respuesta, invariablemente serena y suave, ha sido siempre: todavía no. Espera. Ya llegará.
¿Será que en esta especie de país hacen falta menos iluminados correcaminos y más príncipes laicos?