Después de comprobar por enésima vez, gracias a la retahíla de sucesos violentos asociados a la demolición de Can Vies, que Barcelona es la sede de los antisistema no sólo catalana sino española y europea (al menos en algo, aunque pésimo, tenemos voluntad global y no local), y de constatar la ominosa gestión de esa clase política envuelta exclusivamente en la bandera estelada como eje único de su (in-) actuación ejecutiva y legislativa, los ciudadanos no podemos más que exigir y reclamar nuestros derechos y la necesidad de un buen gobierno, en el más amplio sentido platónico. Cuando Platón en La República defendía la sofocracia o gobierno de los mejores, imbuidos del saber, como la forma más provechosa de gobierno para el conjunto de los ciudadanos, jamás podría haberse imaginado que en pleno siglo XXI la forma imperante sería tristemente la oligarquía, bien definida por Aristóteles como la forma de gobierno ejercida por un reducido grupo de personas pertenecientes a una misma clase social y que busca su propio beneficio y no el bien común de sus ciudadanos. En Cataluña, por desgracia, esta afirmación no es baladí, ya que la oligarquía convergente, con los Pujol aún abanderándolos en la sombra, sólo ha buscado dos cosas: 1) satisfacer totalitariamente su concepto excluyente y xenófobo de "país" a costa del conjunto diverso de sensibilidades que conforman Cataluña (al documento de estrategia de recatalanización redactado por Pujol y aparecido en los medios en 1990 me remito); y 2) llenar sus propios bolsillos (a las imputaciones e inexplicable patrimonio familiar me remito).
En democracia, el respeto a la ley es básico. Las leyes son un marco jurídico que ordena y regula la convivencia de una sociedad. En los últimos tiempos, nuestros gobernantes han decidido que están por encima de la ley lo cual es completamente aterrador
La situación de Can Vies no es una moderna manifestación de la anarquía, como nos quieren vender desde nuestras instituciones. Anarquía también proviene del griego y significa etimológicamente "sin soberano" o "sin gobierno", y define aquella situación de ausencia de Estado o poder público sobre un territorio, siendo inaplicable el monopolio de la fuerza por parte de un inexistente gobierno. Lo de Can Vies no es un movimiento anárquico, es decir, asistema, sino un movimiento antisistema, es decir, de lucha violenta, gratuita y nihilista sin voluntad de construcción social de ningún tipo. Platón nos advirtió que "cuando una multitud ejerce la autoridad, es más cruel aún que los tiranos". Can Vies constata fehacientemente la sumisión de los derechos soberanos que residen en el conjunto de los ciudadanos (los muchos) al chantaje de los violentos (los pocos) amparados en la falta de ética, de sapiencia y de responsabilidad de nuestros representantes públicos, el alcalde Trias y el president Mas. Pero, ¿quiénes son ellos, el señor Trias y el señor Mas, para exigir legítimamente a aquellos que se amparan en el anonimato de las capuchas, los pañuelos y la violenta y destructiva guerrilla urbana, con desprecio absoluto del Estado de Derecho, que cumplan la ley si ellos son los primeros en no acatarla y en hacer inconsciente proselitismo de ello? Al vivir arropados en todos los ámbitos de su (in-) acción política con el dichoso trapo estelado, aquellos que conducen desde las instituciones catalanas, a cara descubierta, tan desleal e irresponsablemente "el proceso" secesionista, han perdido por el camino toda legitimidad democrática por su desobediencia de las leyes y el desacato de sentencias judiciales.
En democracia, ya sea en una forma pura o impura de gobierno, el respeto a la ley es básico. Marco Tulio Cicerón (106-43aC) ya planteó estas cuestiones en su época, ante la grave crisis institucional que vivía la República, y por ello afirmaba contundentemente: "Seamos esclavos de las leyes para poder vivir en libertad”. Las leyes son un marco jurídico que ordena y regula la convivencia de una sociedad con el fin de proteger a sus integrantes. En los últimos tiempos, nuestros gobernantes han decidido que están por encima de la ley, lo cual es completamente aterrador. Cuando los malos gobernantes deciden despreciar y no ejecutar las sentencias de los tribunales, tanto de los ordinarios como de los altos tribunales, hay una lesión tenebrosa y profunda de la democracia que nos acerca a la parte más oscura de los regímenes totalitarios que hemos sufrido en Europa en el siglo XX y que sigue viva en pleno siglo XXI en América y Asia. Nuestros malos gobernantes han olvidado completamente las enseñanzas de Cicerón, quien afirmaba que "la ley suprema es el bien del pueblo", una verdad esencial que no puede ser rebatida ni secuestrada. No sólo no les importa lo más mínimo lo anterior sino que permiten con laxitud la violencia de sus juventudes para imponer su criterio mediante el miedo al resto de ciudadanos, volviendo a lesionar de nuevo los derechos y libertades democráticos que tantos siglos nos han costado conseguir, olvidando que no hay "nada más opuesto a la justicia que la violencia" y que "la fuerza es el derecho de las bestias". Pero estos pésimos gobernantes en su deriva hacia la nada, en su viaje sin retorno, desgraciadamente hacen cierta la frase de que "el hombre no tiene enemigo peor que él mismo" porque si "de todos es errar, sólo del necio es perseverar en el error". La falta de enmienda, de cordura, de sentido de la realidad, la facilidad pasmosa para hacer castillos en el aire de estos falsos "políticos-profetas", que prometen al pueblo utopías que nunca podrán darle, hipotecándonos económicamente para las tres próximas generaciones en esta fútil búsqueda de una inexistente Arcadia arropada en el trapo estelado, hace que todavía no sepan (o que no les importe nada) que "la verdadera gloria arraiga y se expande, las vanas pretensiones caen al suelo como las flores. Lo falso no dura mucho".
En la Cataluña de hoy las empresas y los capitales deciden deslocalizarse hacia otras regiones de España, y también profesionales y trabajadores se marchan, puesto que ven un futuro muy incierto si permanecen aquí
Por cierto, el trapo estelado no es más que la bandera del primer partido fundado en 1922 por Francesc Macià, Estat Català (Estado Catalán), insurreccionalista y de ideología combativa y violenta análoga a la del contemporáneo Sinn Féin irlandés. Así que cuando se envuelvan alegremente en ella aquellos ciudadanos que así lo deseen (por obra y gracia del dirigismo mental orquestado meticulosamente por Jordi Pujol y su régimen nacionalizador durante más de tres décadas), que sepan claramente lo que representa y a lo que se remite esa bandera. Nunca hay que olvidar de dónde provienen las cosas y por ende lo que subyace en ellas.
El conflicto antisistema, amparado en la excusa del desalojo y derribo de Can Vies, no es sino el fruto del desgobierno del señor Trias y del señor Mas, y cuya herencia, en cuanto a la situación económica y social de Cataluña, me recuerda muchísimo a aquella resultado de la pestilencia que describe el gran Giovanni Boccaccio en El Decamerón. Cuando en 1348 Boccaccio regresó a Florencia fue testigo de la terrible peste bubónica y su pavorosa mortandad, que asolaba no sólo a la ciudad cuna del Renacimiento sino a toda Europa; tanto le impactó la enfermedad, altamente contagiosa (tanto como el virus del separatismo), y el cambio de usos sociales de los florentinos ante ella, que comenzó la Primera Jornada su inmortal Decamerón describiendo detalladamente esa nueva realidad social "bubónica". Boccaccio testimonia varias maneras de enfrentarse a la peste: 1) Los que se encierran en sus casas, haciendo acopio de alimentos y desentendiéndose del resto de la sociedad, evitando todo tipo de contacto con los infectados y esperando a que desaparezca la enfermedad; 2) los que abandonan casas, negocios, familia y obligaciones y vagan de manera nihilista de fiesta en fiesta a todas horas con la única intención de satisfacer sus propias pasiones, entre música, festines, orgías y vino, con un ilusorio y absoluto desdén de la muerte (Boccaccio cuenta que entre marzo y julio de 1348 murieron sólo intramuros en la ciudad de Florencia más de 100.000 personas); y 3) los que abandonan la ciudad huyendo de la pestilencia con la esperanza de tener futuro. En una sencilla analogía con la Cataluña de hoy el primer grupo sería la mayoría silenciosa (casi la mitad del censo no vota); el segundo, los secesionistas, en ese irresponsable viaje hacia ninguna parte, quemando todas sus naves y con ellas lo que aún queda de la maltrecha economía catalana; y el tercero, las empresas y los capitales que deciden deslocalizarse hacia otras regiones de España, y también profesionales y trabajadores que se marchan puesto que ven un futuro muy incierto si permanecen aquí.
Los ciudadanos nos tenemos que hacer oír y no debemos bajo ningún pretexto ni aceptar este desgobierno ni encerrarnos en casa a esperar que pase la pestilencia del nacionalismo secesionista catalán, omitiendo nuestras responsabilidades cívicas
Edgar Allan Poe, con toda seguridad conocedor de El Decamerón, en su renombrado cuento La máscara de la muerte roja, recoge la situación descrita por Boccaccio y la adapta a su imaginario "gótico". En el cuento, el príncipe Próspero, cuando sus dominios quedan semidespoblados por la peste, llama a mil caballeros y damas de su corte para que se retiren con él al seguro encierro de una de sus abadías fortificadas, a esperar ilusoriamente que la epidemia pase. Se dan a los placeres y a la vida alegre con total inconsciencia. Pero un día aparece una misteriosa figura con una máscara manchada de rojo; la clase pudiente, que inútilmente allí se ha refugiado, se lanza sobre la misteriosa figura para reducirla, pero se dan cuenta demasiado tarde que el negar continua, dogmática y neciamente la realidad y tratar de huir de ella es inútil, porque al final ésta siempre te alcanza: "... al apoderarse del desconocido, cuya alta figura permanecía erecta e inmóvil a la sombra del reloj de ébano, retrocedieron con inexpresable horror al descubrir que el sudario y la máscara cadavérica que con tanta rudeza habían aferrado no contenían ninguna figura tangible. Y entonces reconocieron la presencia de la Muerte Roja. Había venido como un ladrón en la noche. Y uno por uno cayeron los convidados en las salas de orgía manchadas de sangre y cada uno murió en la desesperada actitud de su caída. Y la vida del reloj de ébano se apagó con la del último de aquellos alegres seres. Y las llamas de los pebeteros expiraron. Y las tinieblas y la corrupción y la Muerte Roja lo dominaron todo".
Ese trapo estelado al que con tanta rudeza se han aferrado los dirigentes nacionalistas y esa parte de la sociedad civil a la que tanto ayudan y subvencionan para que sean sus voceros del odio y la discordia, se acabará convirtiendo, en un futuro mucho más cercano de lo que imaginan, en su MÁScara de la muerte estelada, pues la realidad, la sensatez y la legalidad entrarán en los pútridos salones del separatismo como el necesario aire renovador que se cuela por las rendijas de una puerta o ventana aun estando sellada; y uno tras otro caerán en el olvido esos convidados que ahora pueblan y expolian las neciamente identitarias salas del nacionalismo secesionista, manchadas de odio y de sinrazón.
Y volviendo nuevamente a Platón debemos recordar que "el legislador, cuando trate de promulgar sus leyes, debe proponerse tres objetivos: que el estado que ha de aplicarlas debe ser libre; que sus ciudadanos han de estar unidos; y que éstos han de ser cultos", lo cual no parece que esté entre las aspiraciones del proyecto del nacionalismo secesionista catalán, excluyente y totalitario, porque si así fuera no podrían manipularnos y adoctrinarnos como tratan de hacerlo desde hace ya más de 30 años. Por todo ello, los ciudadanos nos tenemos que hacer oír y no debemos bajo ningún pretexto ni aceptar este desgobierno ni encerrarnos en casa o en la abadía fortificada a esperar que pase la pestilencia, omitiendo nuestras responsabilidades cívicas, la primera de las cuales es participar políticamente en nuestra sociedad mediante la elección de nuestros gobernantes ejerciendo nuestro derecho al voto, y poder así detener este despropósito en el que están anclados nuestros gobernantes secesionistas, porque sino, en palabras de Platón, "uno de los castigos por rehusarte a participar en política es que terminarás siendo gobernado por hombres inferiores a ti".