Estos días he asistido estupefacta a las muestras públicas de alegría por la muerte de Isabel Carrasco, presidenta de la Diputación de León, y a las justificaciones de actos violentos contra políticos porque "les va en el sueldo". Es cierto que los niveles de corrupción política de España en general y de Cataluña en particular son asquerosamente vergonzosos y han denunciarse una y otra vez y esperar que la justicia haga bien su trabajo. Pero, nos guste o no, estos políticos han sido escogido legítimamente por el pueblo y representan a muchas personas.
Dudo mucho que ningún trabajo deba incluir el ser víctima de actos violencia física o verbal
Más allá de esto, dudo mucho que ningún trabajo deba incluir el ser víctima de actos violencia física o verbal. Entiendo la rabia e indignación ante todos aquellos que han mejorado sus cuentas corrientes y las de las personas de su entorno mientras que empobrecían el país. Es comprensible, por supuesto, la ira contra esos que permiten que una familia pueda ser desahuciada y, para colmo, seguir en deuda con el banco, especialmente si tenemos en cuenta que esos bancos han sido rescatados con dinero público y que ese rescate ha sido aprobado con los votos favorables de PP, PSOE, IU, CCOO y UGT, los mismos que, a su vez, aceptaron que se comercializara esa estafa llamada preferentes. Pero ninguna de estas aberraciones, por terribles que sean, justifica ningún acto violento.
Nuestra libertad siempre acaba donde empieza la libertad de otra persona o, como se dice gráficamente en inglés, la libertad de mi puño acaba en la nariz del otro. Ahora que tantos se llenan la boca con la "democracia radical" estaría bien recordar que la democracia no es posible sin la libertad de expresión y si bien todos tenemos libertad para expresar nuestras opiniones y críticas, esos a los que criticamos también tienen derecho a expresarse y su auditorio a escucharlos. Por eso creo que, bajo ningún concepto se puede apoyar ningún acto que impida la libre expresión de nadie.
La Mercè de 2006 marca para mí la fecha en la que empecé a ser consciente de que algo anómalo estaba pasando en Cataluña. Elvira Lindo fue invitada por el entonces alcalde de Barcelona Joan Clos para el pregón de inicio de las fiestas. Por entonces yo estaba escribiendo mi tesis doctoral sobre ella y me hacía mucha ilusión que viniera a mi ciudad para algo así, pero esa alegría se vio ensombrecida porque desde ERC y junto a casi un centenar de entidades, como Òmnium Cultural y Plataforma per la Llengua, se llamó a boicotear el acto. ¿Cuál era el gran delito de la popular escritora para merecer algo así? Hablar en español.
¿Cuál era el gran delito de la popular escritora para merecer algo así? Hablar en español
Cuando ahora oigo a Oriol Junqueras y a otros secesionistas cantar su amor a esta lengua, vuelve a mí memoria aquel horrible día en el que todos estos grandes defensores de la cultura y la lengua únicas hicieron todo lo posible por impedir que Lindo pudiera expresarse y sus seguidores pudiéramos disfrutar de sus palabras. Ciudadanos convocó un acto de apoyo a la gaditana pero los boicoteadores, para no ser confundidos, acudieron con paraguas negros. No tuvieron bastante con hacer ruido para impedir la audición sino que también se pusieron delante de la pantalla para que no pudiéramos leer el texto subtitulado. Pero lo peor de todo es que algunos quisieron agredirnos -a mí me pasó por la lado un botellín lleno de agua lanzado con furia- y los Mossos tuvieron que intervenir. Tan caldeado estaba el ambiente que la periodista y su marido, el reputado Antonio Muñoz Molina, tuvieron que salir en un coche con cristales tintados. No sé si esto también va en el sueldo de escritores.
Desde esa horrible tarde, cuando tengo noticia de cualquier acto similar, instintivamente me pongo del lado de los que han visto imposibilitada la libertad de expresión, por mucho que, de entrada, pueda estar más de acuerdo con los que expresan su protesta. En democracia no todo vale y, lo más importante, en democracia tenemos un arma mucho más potente que los gritos y las agresiones: el voto. ¿No nos gustan los que mandan? Pues votemos a otros, demos la oportunidad a personas que quieren hacer las cosas diferentes. Porque de nada sirve vociferar en las calles, apedrear coches o soltar bilis en Twitter si después nos quedamos en casa y permitimos que sigan gobernando los de siempre.