Continuamos la serie comenzada anteriormente, siempre gravitando en el entorno del papel de Francia en relación con las decisiones más críticas de la política exterior catalana. Si hablábamos de la tradicional rivalidad con Francia, hoy nos centraremos en el intento felizmente fallido de una alianza contranatural con el archienemigo: la Guerra dels Segadors. De esta guerra nos interesaremos por su inicio y por su final.
En cuanto a su inicio, salvo las tentaciones de caer en el presentismo y de pensar que la Historia se repite, creemos que vale la pena plantearse si la dinámica que lleva a la élite catalana a ponerse bajo la protección de Francia nos sugiere un posible, y plausible, desenlace al desafío que hoy vivimos.
El interés en aquellos acontecimientos radica en el hecho de que nos muestran cómo situaciones revolucionarias generan dinámicas incontrolables, cuando se constata un vacío de poder
¿Cómo fue este proceso? Siguiendo a John T. Elliott, por un lado, bien pronto, lo que parecía no ser más que una rebelión contra los abusos de la soldadesca castellana y contra oficiales reales se tornó en una espontánea revolución social de pobres contra ricos. En estas circunstancias carecía el mínimo sentido de unidad en el destino para crear una república. Por otra parte, 20 años de política de Olivares, bienintencionada pero pésimamente ejecutada, había roto los vínculos con la Corte madrileña. En cualquier caso, el mero intento de aproximación a Madrid habría llevado a los sublevados a considerar a los Claris y Tamarit traidores. En 1640 la reafirmación de la autoridad del Rey de España para restablecer el orden era poco menos que imposible. Francia era la única alternativa.
El interés en aquellos acontecimientos radica en el hecho de que nos muestran cómo situaciones revolucionarias generan dinámicas incontrolables, cuando se constata un vacío de poder. Es plausible pensar que la misma dinámica que llevara la ANC a superar Artur Mas y las instituciones catalanas acabara creando un vacío de poder, que podría muy bien ser aprovechado por otros grupos revolucionarios catalanes, españoles y europeos, como hemos visto recientemente en Madrid, minoritarios pero numerosos, profundamente militantes, altamente organizados y rápidamente movilizables, para implementar su programa: una revolución social en medio de Europa. La frontera entre la revolución nacional y la social es muy tenue.
En cuanto al final de la guerra, hay que recalcar un par de aspectos. Visto el pésimo y oportunista comportamiento de Francia, las élites catalanas constataron que la "ineficiente tiranía" española era el mejor baluarte contra el desorden social. Paulatinamente, significados miembros de las élites catalanas cruzaban las fronteras de Aragón y Valencia y se sumaban a la causa española. Después de años de lucha, el avance de las tropas españolas desde Lérida y Tarragona culminó con la recuperación de Barcelona el 13 de octubre de 1652.
Creemos que por su simbolismo este 13 de octubre debería ser la Diada de Cataluña (a celebrar el día 12 para no colocar dos fiestas oficiales seguidas). Lo decimos por varias razones. En primer lugar porque la capital catalana volvía a estar bajo el Rey de España. En segundo, porque ponía fin con el experimento nefasto de rebelión contra el Rey y además de alianza con el archienemigo francés, mucho menos respetuoso con las constituciones catalanas. En tercero, porque el Rey Felipe IV concedió un perdón general y prometió respetar el sistema constitucional catalán (del que él mismo era pieza fundamental). En cuarto, porque el origen de la guerra nos tiene que recordar que no se puede esperar de Cataluña, ni de ninguna otra parte de España, una contribución económica a los asuntos comunes sin dar la oportunidad de codecidir.
Y finalmente, porque los nacionalistas catalanes recalcitrantes podrán seguir practicando el deporte de conmemorar derrotas. Nosotros, mientras tanto, celebraremos victorias.