En este momento en que todos los partidos políticos están lanzados a la conquista de los escaños en el Parlamento Europeo, hablar del campo y de la agricultura puede sonar a música celestial. Pero una campaña europea está ahí para que se hable de los problemas que afectan a los europeos, no para que los partidos se insulten mutuamente. Esto ya lo vivimos en nuestra política nacional y autonómica. Y entre los muchos problemas que tenemos en España relacionados con la UE, están el paro y la agricultura. El problema de la agricultura española es al mismo tiempo una cuestión de paro y de supervivencia. Y la solución a estos dos problemas no depende sólo del Gobierno español –aunque mucho- sino también y en mayor medida de las instituciones de la Unión Europea. Estamos ante dos temas relacionados con dos políticas comunes de toda la Unión Europea, en las que la voz cantante, al menos en teoría, la tienen la Comisión Europea y el Parlamento Europeo, no los Estados miembros.
Esos pactos privilegian la liberalización del flujo de mercancías, pero impiden el libre tránsito de trabajadores. Tales acuerdos incrementan la capacidad de negociación del capital sobre la mano de obra, reducen los salarios y elevan la desigualdad
Hace pocos meses se cerraron las negociaciones sobre el acuerdo de libre comercio entre la UE y Canadá, y este acuerdo puede afectar de forma muy profunda –positiva o negativamente- a los agricultores. Se dice que este acuerdo, además de suprimir prácticamente todos los aranceles, supondrá miles de millones de beneficios, pues aumentarán los intercambios comerciales en un 23 %. Este acuerdo servirá de modelo a un acuerdo mucho más amplio aún, el acuerdo de libre comercio entre los Estados Unidos y la UE.
Sin embargo, no ha entrado aún en vigor el acuerdo con Canadá y en algunos sectores ya han saltado todas las alarmas, sobre todo en los relacionados con las explotaciones ganaderas de cerdos y de animal vacuno. Por un lado, Europa duplicará su cuota de lácteos y quesos en el mercado canadiense pero, por otro, Canadá podrá vender carne de cerdo y de vacuno en Europa.
El campo español tiene que luchar contra muchos frentes, sobre todo contra las importaciones procedentes de terceros países, muchos de ellos con unas nomas laborales mucho menos estrictas. A esto se va a añadir ahora la competencia de Canadá y de los Estado Unidos.
No digo que en conjunto estos acuerdos no sean beneficiosos o necesarios. Pero, ¿lo son para la agricultura española? Libre comercio está muy bien, pero cuando rigen para todos las mismas reglas, y tanto Canadá como los Estados Unidos tienen unas normas mucho menos estrictas en cuanto a la alimentación de los animales, lo que supone unos costes de producción mucho menores. ¿Se ha pensado de qué forma compensar los muchos puestos de trabajo que pueden desaparecer?
Según el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, los tratados de libre comercio constituyen uno de los vínculos más evidentes entre la globalización y el aumento de la desigualdad, ya que esos pactos privilegian la liberalización del flujo de mercancías, pero impiden el libre tránsito de trabajadores. Tales acuerdos incrementan la capacidad de negociación del capital sobre la mano de obra, reducen los salarios y elevan la desigualdad.
La desaparición de cientos de pueblos en las zonas pobres de España no es el resultado del azar ni obra de un día. Pero de la mayoría de nuestros políticos no podemos esperar imaginación sino especulación
El campo, y sobre todo el campo español y de los países mediterráneos, es el sector más olvidado de las políticas de la Unión Europea. Es verdad que existe una Política Agrícola Común para toda la Unión Europea, la famosa PAC, y es verdad también que la PAC se lleva la mayor parte del presupuesto de la Unión Europea, pero, ¿cómo se distribuye ese presupuesto? ¿Ha servido acaso para elevar el nivel de vida de los agricultores españoles? ¿Ha servido para retener el éxodo de la población rural hacia los barrios satélites de las grandes ciudades? ¿Se ha promocionado la creación de pequeñas industrias en las zonas rurales relacionadas con los productos del campo? ¿Se ha valorado el papel que juegan los agricultores en la protección del medio ambiente? En este mismo sentido, ¿se ha pensado acaso en el papel que pueden jugar los habitantes de nuestros pueblos en la limpieza de los bosques?
Podría seguir con otros muchos interrogantes. España lleva ya casi 28 años dentro de la Unión Europea, y no creo que haya mejorado mucho la situación del agricultor español. Sería muy simple cargar la responsabilidad sobre los agricultores. Nadie, sin una causa muy seria, se va de su casa más o menos confortable del pueblo para meterse en un piso de 60 metros. Nadie deja por gusto de ser patrono de sí mismo para someterse a las órdenes de otro. ¿Por qué no se da este despoblamiento del campo en otros países como Holanda, Alemania, Luxemburgo e incluso Francia? Me diréis que esos países tienen un terreno mucho más rico que España. Sí, es verdad, su terreno es mucho más rico y tienen más agua. Pero nosotros tenemos sol, ese sol es nuestro petróleo limpio y a flor de tierra, y lo tenemos inexplotado. Mientras tanto, estamos buscando petróleo que contamina a kilómetros de profundidad en las costas de Canarias. ¿Por qué no se ha explotado la energía solar y, en general, las energías renovables para el desarrollo de la agricultura?
La desaparición de cientos de pueblos en las zonas pobres de España no es el resultado del azar ni obra de un día. Compaginar la actividad agrícola con un trabajo industrial podría haber sido y podría ser en el futuro una solución para la vida de muchos pueblos del centro de España. Pero de la mayoría de nuestros políticos no podemos esperar imaginación sino especulación.
¡Son tantos los puestos de trabajo que se podrían crear si se aplicaran las energías renovables al campo español! De esta forma, se matarían dos pájaros de un tiro.
He dicho que la PAC es una política única de toda la Unión Europea. Es la Comisión Europea la que dirige esta política, pero el Parlamento Europeo juega también un papel importantísimo tanto en las normas por las que se rige la política agrícola como en los presupuestos y en los acuerdos internacionales.
En cuanto a la política agrícola común, nuestros futuros representantes en el Parlamento Europeo tienen que luchar por que no desaparezca gran parte de la agricultura española. La agricultura, y sobre todo la agricultura mediterránea, tiene que enfrentarse a una competencia mucho más desleal que la industria de los países nórdicos. Es responsabilidad de la EU fomentar por todos los medios una agricultura competitiva, mecanizada y de alto valor añadido, para que pueda hacer frente, y sin subvenciones, a la competencia desleal de los países con mano de obra barata. En los acuerdos comerciales de la UE la agricultura tiene que dejar de ser la cenicienta y la moneda de cambio.