Pensamiento

La Cataluña orwelliana: Lenguaje, ideas y nacionalismo

7 abril, 2014 08:37

Una de las principales causas del descrédito que sufre actualmente la política es la distancia existente entre las palabras y los hechos de los políticos tradicionales. La ciudadanía ha perdido la esperanza de que la política sea algo más que un reducto para demagogos al estilo de Cleón o Alcibíades, que encubren sus auténticos propósitos con florilegios y un colorido envoltorio de palabras. Estos sofistas de nuevo cuño, más que intentar cambiar la forma de gobierno, corrompen los fundamentos del edificio democrático inoculando en su estructura el veneno de la irracionalidad de sus argumentos. Como decía Protágoras, hay que “poder convertir en sólidos y fuertes los argumentos más débiles”.

Este virus orwelliano lo padecemos con especial virulencia en Cataluña, donde los adalides del proceso separatista enmascaran con neologismos la vacuidad de sus argumentos. “Derecho a decidir”, “vía catalana”, “transición nacional”, “elecciones plebiscitarias”, etc.

Poco podría imaginar Orwell hasta qué punto han llegado los políticos al uso, fieles hijos de las máximas del Ingsoc que nos describe en 1984, en el proceso de falsificación ideológica y terminológica de la realidad. Hoy más que nunca, la opinión popular tiene muy poco que ver con la opinión del pueblo, tal y como afirmaba Sartori.

La manipulación terminológica busca reinventar la realidad condicionando los hábitos mentales de la ciudadanía e imposibilitando formas de pensamiento discrepante. Neolengua orwelliana filtrada con el colador de los marcos profundos y de superficie (estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo) de los que habla Lakoff. Surge de este modo un nuevo vocabulario que, a caballo de neologismos rampantes, inventa palabras y significados para alcanzar sus objetivos políticos en un contexto de exaltación emocional que deja poco margen de actuación al pensamiento racional.

Este virus orwelliano lo padecemos con especial virulencia en Cataluña, donde los adalides del proceso separatista enmascaran con neologismos la vacuidad de sus argumentos. “Derecho a decidir”, “vía catalana”, “transición nacional”, “elecciones plebiscitarias”, “problema catalán”, “Països Catalans”, el catalán como “lengua propia de Cataluña” (será de los catalanes ¿no?), “lengua inicial” por lengua materna, “alliberament nacional”, “catalanofòbia”, “nou català”, “construcció nacional”, “encaix de Catalunya”, “nacional constitucionalista”, “normalització lingüística”, “plenitut nacional”, “sobiranisme”, “unionista”, la lista sigue.

Pero ¿cuál es la razón de esta pasión del nacional-separatismo catalán por el neologismo? Será de nuevo Lakoff quien nos lo explique:

“Todas las palabras se definen en relación a marcos conceptuales. Cuando se oye una palabra, se activa en el cerebro su marco (o su colección de marcos). Puesto que el lenguaje activa los marcos, los nuevos marcos requieren un nuevo lenguaje. [...] Las ideas surgen bajo la forma de marcos. Cuando los marcos están ahí, las ideas surgen inmediatamente. [...] Si se cree en el racionalismo, se cree que basta con proporcionar toda la información sobre los hechos, y la gente razonará hasta dar con las conclusiones pertinentes, sin necesidad de marco alguno. Pero no es así. Si los hechos no se ajustan a sus marcos, se quedará con tales marcos y olvidará, ignorará o razonará en contra de los hechos”.

Efectivamente, para reinventar la realidad y que sea asimilada por la ciudadanía, hay que hacer uso de la neolengua en clave “estelada”, activando en el cerebro la cosmovisión deseada.

La idea irracional es clave para que todo “ministerio de la verdad” orwelliano alcance sus objetivos. Pero dicho triunfo no sería posible si el ciudadano no cayera en hábitos poco adaptativos generadores de un malestar emocional que es utilizado por políticos sin ética. Ellis, entre otros, nos habla de estas creencias irracionales.

- Certeza de conocer los pensamientos y creencias del prójimo. "Cierta clase de gente es vil, malvada e infame y que deben ser seriamente culpabilizados y castigados por su maldad".

- Centrarse en debates negativos, no en los positivos. "Si algo es o puede ser peligroso o temible, se deberá sentir terriblemente inquieto por ello y deberá pensar constantemente en la posibilidad de que esto ocurra".

- Sobregeneralización negativa. "Es tremendo y catastrófico el hecho de que las cosas no vayan por el camino que a uno le gustaría que fuesen".

- Infantilismo cognitivo: Se maximizan las exigencias y si las cosas no salen como deseamos, se genera una frustración frente a la que no hay recursos. "Es más fácil evitar que afrontar ciertas responsabilidades y dificultades en la vida"

- Desculpabilización: El prójimo es el responsable y causante de mi malestar. "La desgracia humana se origina por causas externas”.

- Terribilización: "Invariablemente existe una solución precisa, correcta y perfecta para los problemas humanos, y que si esta solución perfecta no se encuentra sobreviene la catástrofe".

- Comparaciones sesgadas y no realistas.

- Sobredimensión del sentimiento: Pensamos que porque sentimos algo, es real.

El nacionalismo genera el hábito de suponer que los seres humanos pueden ser clasificados como insectos y que masas enteras de millones o decenas de millones de personas pueden confiadamente etiquetarse como “buenas” o “malas”

El nacionalismo genera el hábito de suponer que los seres humanos pueden ser clasificados como insectos y que masas enteras de millones o decenas de millones de personas pueden confiadamente etiquetarse como “buenas” o “malas”. Pero, en segundo lugar—y esto es mucho más importante—, me refiero al hábito de identificarse con una sola nación o entidad, situando a ésta por encima del bien y del mal y negando que exista cualquier otro deber que no sea favorecer sus intereses.

El nacionalismo es inseparable del deseo de poder; el propósito constante de todo nacionalista es obtener más poder y más prestigio, no para sí mismo, sino para la nación o entidad que haya escogido para diluir en ella su propia individualidad.

El nacionalismo es sed de poder mitigada con autoengaño. Todo nacionalista es capaz de incurrir en la deshonestidad más flagrante, pero, al ser consciente de que está al servicio de algo más grande.

El Gran Hermano separatista catalán en estado puro.

¿Es mía la conclusión? no, aunque la comparto. El mérito le corresponde a Orwell, que escribió estos últimos párrafos en sus “Notas sobre el nacionalismo”.