¿Quién conoce hoy a Ingrid Bergman, a Humphrey Bogart o a Cary Grant? Entre nuestros estudiantes universitarios, muy pocos. No saben lo que se pierden, y por ello lo que nos perdemos todos a la hora de comunicarnos; una honda desconexión. Muchos de estos jóvenes han sabido ahora del gran Adolfo Suárez, gracias a su funeral televisado. No tenían ni idea de él. No puedo por menos que preguntarme, ¿para quiénes escribimos?
Recuerda que en julio de 2008 Montilla le espetó a Zapatero: "José Luis, los socialistas catalanes te queremos mucho, pero queremos más a Cataluña", una frase similar a la de Bruto tras matar a Julio César en versión de Shakespeare
Hoy hablaré del único diputado de las Cortes que lo ha sido en todas las legislaturas democráticas, esto es, sin interrupción desde 1977 hasta hoy: Alfonso Guerra. Durante años, controló férreamente el aparato del PSOE y dirigió con suma eficacia sus campañas electorales. Pero hace mucho que dejó de ser un político poderoso y temido dentro y fuera de su partido. Era mordaz, ocurrente y con demasiada frecuencia era también cruel e injusto con sus adversarios. La antipatía que le profesé no era estrictamente política, sino por ese modo de ser y de hacer. Creo que fue hacia 1986 cuando los jóvenes del CDS repartieron pegatinas con la inscripción ‘Guerra al paro’, que significaba el propósito tanto de combatir la falta de trabajo como de sacar a Guerra de su cargo de vicepresidente agresivo; pero faltaban todavía cuatro años y medio para eso, y no fue por las urnas. Aprovecharé para recordar que aquel año el CDS despegó y pasó de tener 2 diputados a 19 (casi el doble de votos que CiU, pero sólo un diputado más; IU obtuvo 70.000 votos menos que CiU y once diputados menos). Evidentemente, no todos los españoles hemos sido ni somos iguales con esta ley electoral. Es crucial lograr su mejora.
He leído los tres volúmenes de memorias que Alfonso Guerra ha publicado, el último se titula Una página difícil de arrancar. A pesar de la ansiedad que le caracteriza por aparecer como hombre culto, lo es y escribe muy bien. Diré que, incluso con sus maquillajes y contradicciones, le he cogido un cierto cariño. Me sorprende, en cambio, que deplore que: “así funcionan los partidos políticos, más como una tribu con sus ritos y escalas de autoridad que como organizaciones de funcionamiento democrático como establece el artículo 6 de la Constitución”; él trabajó justo en la dirección opuesta.
Dice Guerra haber apoyado el derecho a defender las tesis nacionalistas, pero también el derecho a discrepar de ellas. No hay reciprocidad; desde una supuesta legitimidad de origen "tienden a descalificar al crítico excluyéndolo de la comprensión del problema"
Ahora le repugna “comprobar cómo los periódicos modifican, falsifican, crean la realidad para atacar a algunas personas”, y estoy de acuerdo pero también creo que él vuelve a hacer tarde. Recuerda que en julio de 2008 Montilla le espetó a Zapatero: “José Luis, los socialistas catalanes te queremos mucho, pero queremos más a Cataluña”, una frase similar a la de Bruto tras matar a Julio César en versión de Shakespeare; vean a James Mason en la película de Manckiewicz, hace sesenta años. Hace tiempo, asimismo, que Guerra mostró indignación y tristeza ante la actitud de Álvarez, secretario general de la UGT de Cataluña, sindicato en el que confía pero que, cree, “terminará por exigir responsabilidad a los que cambian ideología (en defensa de los trabajadores) por el territorio (en apoyo de los objetivos de la burguesía)”. Dice Guerra haber apoyado el derecho a defender las tesis nacionalistas, pero también el derecho a discrepar de ellas. No hay reciprocidad, afirma: desde una supuesta legitimidad de origen “tienden a descalificar al crítico excluyéndolo de la comprensión del problema”. Él evita esa coacción de creencias que exigen fe y no admiten comprobación, buscando expresarse con claridad: “no pretendo poseer la verdad, pero expreso lo que pienso, sin ocultar nada, y con respeto al que opina de otra forma. Si estoy equivocado, espero los argumentos que lo demuestren, pero no acepto ni la manipulación de mis ideas ni la descalificación por no compartir las ideas nacionalistas”.
Ya sea política, filosófica o religiosa, dice, “ninguna doctrina vale más que la dignidad de un ser humano”. Lo que más importa, reitera en otro lugar, es “la honradez con que se vive”. De este modo, habla con emoción de Fernando Abril Martorell y reconoce que uno de los mejores amigos de su vida fue su adversario político. Así concluye que “las etiquetas no nos enseñan nada de los hombres, sólo sus conductas nos dicen de su grandeza o mezquindad”. Creo que es verdadero en estas palabras, las cuales son ideas y sentimientos que valoro mucho. Por eso si coincidiera con él, no dudaría en estrecharle la mano efusivamente.