Ahora vienen las elecciones europeas y ya se sabe que la Unión Europea blablablá. Que Jean Monet, que Robert Schuman. Que el Euro, que sin pasaporte, que los Erasmus. Que el eje francoalemán. Que los 28. Que blablablá. Que Maastrich, Amsterdam y Lisboa. Que la Unión bancaria y fiscal.
Lamentablemente, avanzan en la actualidad partidos y corrientes políticas en sentido contrario, que critican esta homogenización en pro de un exaltado nacionalismo localista
Sin embargo, de un tiempo a este parte, el romanticismo de la supranación europea ha dejado paso a un entramado color gris plomizo burocracia, a un tactismo insípido de cifras y letras, a los ásperos pactos de los caballeros de la mesa redonda. ¿Dónde está la Europa de los soñadores? Somewhere…
Los éxitos conseguidos por la Unión Europea no han sido pocos: la construcción de un marco de paz, la creación de un espacio democrático, de una ciudadanía europea, el uso de una moneda común en un mercado común. En el proyecto de construcción europeo se dejaron atrás viejos agravios, se aunaron voluntades comunes y se apostó por derivar los muros que nos separaban para poder progresar juntos. Aprendimos que la diversidad no constituye un problema sino un activo valioso.
Pero vayamos a lo que importa: el tamaño. La Unión Europea son más de 500 millones personas. Así a bote pronto parece un buen número. Aunque como siempre las comparaciones… En china (ay, los chinos…) son 1.400 millones y en la India más de 1.200 millones. En cambio, en Yankilandia (como decía Oscar Wilde) son menos, unos 300 millones. Sin embargo poco importa cuantos seamos si no conseguimos ser uno solo.
El reto ahora es pasar de ser una unión de Estados a una comunidad de ciudadanos, con identidad y sentimiento de pertenencia. Lamentablemente, avanzan en la actualidad partidos y corrientes políticas en sentido contrario, que critican esta homogenización en pro de un exaltado nacionalismo localista. Ese que dice ¿y qué hay de lo mío? Ese simplón que señala al enemigo común engordado de miedos. Ese que acumula resentimientos. Pero no nos engañemos: la causa viene de la misma Unión Europea que ha sido incapaz de mantener un discurso narrativo sentimental con sus ciudadanos. La democracia europea no podrá ser representativa sino es altamente participativa, transparente, y sobre todo tiene un claro espíritu de soberanía: territorio, pueblo y poder.
La democracia europea no podrá ser representativa sino es altamente participativa, transparente, y sobre todo tiene un claro espíritu de soberanía: territorio, pueblo y poder
Y aquí es donde yo no las tengo todas conmigo, porque los Estados son muy suyos a la hora de aceptar ceder soberanía ya que hacerlo difuminaría las líneas que lo identifican y porque empiezan a darse cuenta que la convergencia europea se cuela como una planta trepadora en sus textos constitucionales. El Estado cede competencias y poder hacia Europa, con lo que se modifica de facto la propia constitución. Se produce de este modo un trasvase de soberanía que modifica la arquitectura constitucional. Como me apuntaba acertadamente Enric Juliana el otro día, realmente este es el fondo del debate en curso: la dimensión real del autogobierno en la arquitectura europea. Pero esta arquitectura política se quedará sólo en los cimientos si los Estados siguen reacios a ceder materias como política exterior o inmigración. Voulez vous?
En los últimos años la Unión Europea ha aprendido una valiosa lección: que para ser hay que existir. Para existir vivir. Y para vivir hay que despertarse todas las mañanas. La UE no hizo todo lo posible para evitar la crisis seguramente porque se preocupó demasiado en crecer y no tanto en transformar. Creció como avanza la rutina. Con mecánica monotonía, por inercia, pero sin impulso. Por ello se hace imprescindible que en el debate político europeo de estos días volvamos al diván para asegurar que tenemos los conceptos claros: Quienes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.