Pensamiento
Váyase, señor Mas
De aquella histórica frase de nuestra democracia han pasado ya dos décadas. En concreto este agosto se cumplirán veinte años desde que José María Aznar entonara el "Váyase, señor González". Como recordarán, el por entonces líder de la oposición basaba su petición en la oleada de corrupción y la mala gestión económica que reinaba en aquel último mandato del Partido Socialista. Una inestabilidad que el Partido Popular aprovechó y que después replicó haciendo honor al bipartidismo español, cómodo al tropezar impunemente con la enésima piedra. Pero fíjense, en mi Comunidad Autónoma, Cataluña, el Govern comparte esos mismos vicios que alegó Aznar y algunos todavía peores. En la corrupción, tan sólo cambiando 'Filesa' por 'Palau' o cualquier otro de los infinitos casos pendientes bastaría. Y qué decir de la gestión económica, no sólo ausente e inexistente, sino incluso contraproducente contra los intereses del conjunto de los españoles tal y como amenazó el socio del actual Govern en un ataque de lucidez estratégica. Pero esperen, no olviden sumarle a esos dos desastres el peor de todos. No tanto por el desastre en si mismo que ha generado y generará, sino por el ataque a la convivencia social que ha supuesto y supondrá. Porque lo peor del planteamiento separatista no es la mediocridad jurídica e histórica de su fundamentación, sino el daño colateral que causa en aquellos que queremos vivir con normalidad.
Torres más altas cayeron por mucho menos, pero en el oasis mediático catalán los golpes se amortiguan con una desfachatez insultante y el espíritu crítico ha quedado sepultado, bien por el complejo, o bien por el chantaje institucional
Y ahora viene la pregunta: ¿Qué más hace falta para que un presidente se vaya? En mi opinión dos cosas y no entraré en el terreno de la dignidad y la honorabilidad, porque si no se ha demostrado a lo largo de la legislatura sería absurdo exigirlo ahora. Por un lado, es necesaria una voluntad de asumir el fracaso y por otro, una oposición que se lo recuerde cada día. Y es precisamente en este segundo aspecto -que aparentemente parece ser el más factible- donde los que hasta ahora se han considerado los opositores al nacionalismo han fracasado centrando sus esfuerzos en desacreditar a los únicos que sí lo están reclamando día tras día. Porque el PPC y el PSC ya ni siquiera se disparan entre ellos, sino que ahora han situado el blanco, no sobre los que aparentemente discrepan políticamente, sino en aquellos a los que temen electoralmente. Porque la verdadera oposición al nacionalismo y a este Govern es aquella que le recuerda cada día al President Mas que su tiempo se ha agotado y no los que destinan sus esfuerzos a desacreditar a quienes les sacan los colores.
Torres más altas cayeron por mucho menos, pero en el oasis mediático catalán los golpes se amortiguan con una desfachatez insultante y el espíritu crítico, de los que en otras épocas se tiraban a la calle por nada, ha quedado sepultado, bien por el complejo, o bien por el chantaje institucional. Empiezo a pensar que salvo a excepción de Ciudadanos nadie va a anteponer la convivencia de los catalanes a las guerras electorales. Ni si quiera desde la Unión Europea está habiendo rotundidad a la hora de manifestarse sobre un proyecto que pretende levantar fronteras en plena globalización. Hasta ahora sólo he oído a algunos entonar argumentos jurídicos y económicos y a nadie recordar los horrores que ha supuesto el nacionalismo en el seno de Europa. Porque lo que pasa en Cataluña es un problema de toda España y lo que pasa en España es un problema de toda Europa.
Por todo ello, sólo los ciudadanos seremos capaces de revertir la situación con la artillería de las papeletas. Sólo los ciudadanos podemos ejercer el verdadero derecho a decidir, esto es, decidir sobre nuestro futuro, respetando las reglas constitucionales y democráticas que todos aceptamos. Pero la voluntad de los ciudadanos debe canalizarse en aquellos partidos que se atrevan a decirle a un presidente que se tiene que ir, en aquellos partidos que no entienden de siglas y de coaliciones imposibles y que tienen su horizonte en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones. Ha llegado la hora de que nos demos cuenta que a lo mejor el problema de Cataluña pasa por enterrar a su cadáver político. Váyase Señor Mas porque con una mentira suele irse muy lejos, pero siempre sin esperanzas de volver. Decía Lawrence de Arabia que: “Para ciertos hombres, nada está escrito si ellos no lo escriben”. Está en nuestras manos impedírselo.