La Carta abierta a los compañeros y compañeras socialistas publicada por Raimon Obiols en l'Hora me ha incentivado a escribir este artículo. No se trata de una respuesta al texto de Obiols, que puedo compartir en buena medida. Sólo de un contrapunto, un enfoque creo que no incompatible con el suyo, sólo diferente y a mi parecer, también pertinente.
Una cuestión preliminar e introductoria: teniendo en cuenta el relevante papel de Obiols en la política catalana desde la primera resistencia al franquismo y hasta hoy mismo y teniendo también en cuenta la situación política actual, quizás era -o es todavía- preferible o incluso esperado que sus reflexiones, quizás publicadas en un medio de mayor difusión general, fueran más dirigidas a la ciudadanía y en clave del momento presente, que a los socialistas y casi en clave interna. Porque a pesar de la apelación -en el punto 4- a la responsabilidad del PSC en relación al país, creo que no es abusivo interpretar que su carta focaliza la atención en el episodio, que considero menor, de la votación del pasado día 16 de enero en el Parlamento autonómico y sus efectos sobre el PSC. Y no tengo la percepción de que, ahora mismo, hablar del PSC sea exactamente hablar de política.
Yendo al grano y quizás con la ventaja de haber dejado pasar unos días, creo que son posibles puntos de vista que permiten hablar de ambas cosas a la vez: del PSC y la situación política. Me limitaré a exponer el mío, sin referencias directas al texto de Obiols, sólo una cita: "Se trata también de ganar el combate contra las manipulaciones?" Me identifico plenamente.
Creo que parte de los problemas del PSC -de todo el PSC al completo- radica en su facilidad para picar el cebo de las abundosas trampas semánticas inseridas en el llamado "proceso", sobre todo dando por bueno el eufemismo principal y matriz de casi todos los otros: el "derecho a decidir" que, sin pretensiones de definición precisa, pero si clara, yo diría que es un eufemismo de "soberanía efectiva y ejercible, la facultad decisoria atribuida -por parte del Derecho y de la Comunidad Internacional- a los ciudadanos de los estados que están reconocidos como soberanos y, en un supuesto concreto, a los de las colonias identificadas como tales que la reclamen para dejar de ser colonias"
¿Tenemos -hoy por hoy- los ciudadanos de Cataluña reconocida esta facultad? Si, pero como derecho compartido con todos los ciudadanos españoles. Otra cosa es que sea deseado como derecho propio y segregado de aquel, cosa muy legítima y que tiene en el mundo precedentes más o menos comparables y más o menos exitosos. La Vía Catalana de la Diada de 2013 (mucho más que la manifestación de 2012, con motivaciones de los participantes mucho más dispersas y complejas) fue la constatación de que muchos catalanes son partidarios de la independencia y esta es la razón que justifica la necesidad de contar cuántos. Sería necesario, pues, un recuento precedido de un debate mínimamente racional sobre ventajas, inconvenientes y alternativas que, desgraciadamente, en las condiciones ambientales actuales no parece posible. Y si el resultado fuera que, como mínimo, la mitad 1 de los catalanes con derecho a voto son partidarios de ello, iniciar -entonces sí- un proceso serio orientado a un referéndum decisorio y sabiendo todos que sería complejo, difícil, con costes, y probablemente largo, no un también multiufemístico "coser y cantar".
Es falso que la soberanía sea un derecho automático e inherente a la Democracia para cualquier comunidad territorial o administrativa subestatal por más nación sin estado que sea
Pero es falso que la soberanía sea un derecho automático e inherente a la Democracia para cualquier comunidad territorial o administrativa subestatal por más nación sin estado que sea. El reconocimiento externo de la secesión sólo es fácil en circunstancias especiales y convenidas o por acuerdo interno dentro del estado soberano reconocido como tal. Y muy difícil por varias razones si no es así, sobre todo si no se mide suficientemente bien -muy bien- cada pasa. Ya lo decía un eslogan de un gobierno Pujol: "el trabajo bien hecho no tiene fronteras". Pero, ¡ay! el mal hecho, sí.
El error del PSC -al completo- fue doble, no sólo el de no descifrar el eufemismo, también el de no preguntarse el por qué se quiere ejercer la soberanía. Lógicamente, para decidir algo para lo cual sea necesaria, ¿no? Y no hace falta para ninguna decisión tendente a modificar el status actual dentro de España, sólo hace falta para decidir la secesión (o para constituir nuevamente un estado confederal por agregación de estados soberanos preexistentes, supuesto que no viene a cuento). Para cualquiera otro cambio, hace falta sólo un acuerdo interno (cosa que hoy parece improbable) pero no hace falta soberanía. Es decir, el eufemismo "derecho a decidir" en la práctica siempre ha querido llevar a otro, "la consulta" que quiere decir "queremos hacer un pseudo referéndum de independencia decisorio".
Cierto que los eufemismos del "proceso" son ingeniosos y amables, es difícil decir que no se está a favor de poder decidir. Pero asumirlo como propio si no se comparte la opinión de que la única y la mejor solución para el problema que tenemos los catalanes con el nacionalismo español es la independencia (¿caso, creo, del PSC, disidentes incluidos?), es como mínimo una ingenuidad, por no decir una notable incompetencia redondeada por el hecho de no tener ninguna propuesta alternativa presentable (aquella "cosa" de Granada obviamente no lo es). Cuando los que mandan en el PSC han querido rectificar, lo han hecho, tal como era previsible, pésimamente; haciendo patente que estaban obedeciendo órdenes directas del PSOE; sin dar ninguna explicación medio creíble; haciendo también el ridículo gestionando con un tremendismo absurdo la "crisis" interna por el voto disidente en el Parlamento autonómico. Los que no mandan, parecen estar todavía -ufanos- instalados en el eufemismo.
Por eso el episodio del día 16 me parece: (1) irrelevante a pesar de la solemnidad dada a un simple nuevo paso táctico para buscar otro NO del nacionalismo español y mantener así confuso y vivo el "proceso"; (2) absurdo como causa y efecto de la nueva crisis interna del PSC (quede claro que no digo que no ha haya, desde ya hace lustros, razones de sobra para la disidencia, tantas como se quiera); y (3) lamentable la escenografía "heroica" antes, durante y después del gesto disidente. Todo ello, una manifestación más (bastante aguda, eso sí) del problema crónico del PSC: un partido nacido como genuinamente catalanista pero casi siempre acomplejado ante el nacionalismo catalán y casi siempre subordinado al nacionalismo español del PSOE. Dejà vu. Nada de nuevo salvo otro gran salto adelante en la gradualmente creciente incompetencia y endogamia de su dirección orgánica.
Muy relevante en cambio -y vergonzosa- la hipocresía de los que, ya desde muchos años antes de que fuera cierto, tildaban de sucursalista al PSC y ahora dicen añorarlo tanto pero lo quieren acabar de liquidar instrumentalizando a los "héroes" y a sus acompañantes elevándolos a los altares y convirtiéndolos en símbolos ni más ni menos que de la "dignidad nacional" (sic). Si yo fuera uno de ellos estaría muy preocupado por la procedencia de algunos elogios hiperbólicos. Ya lo veis, al final siempre me acaba saliendo la vena nostálgica de "mi" PSC.