O sea que hoy es el límite. Hoy el Partido de los Socialistas de Cataluña (PSC) va a decidir qué hacer con los tres diputados rebeldes si, como se presume, sus señorías siguen empeñadas en no renunciar a su condición parlamentaria. Procede, pues, saber quiénes son esos héroes del derecho a la secesión. Es decir, qué representan.
En Cataluña, esa sobrerrepresentación de los ciudadanos de Gerona, Lérida o Tarragona a través de sus candidatos constituye, a un tiempo, una sobrerrepresentación del nacionalismo
Joan Ignasi Elena es diputado del PSC por la provincia de Barcelona y, dado que el partido obtuvo en las pasadas autonómicas 419.779 votos y 14 escaños en la circunscripción, representa a 29.984 ciudadanos. Marina Geli es diputada del PSC por Gerona y, puesto que el partido logró en la circunscripción 34.688 votos y 2 escaños, está representando a 17.344 ciudadanos. Núria Ventura es diputada del PSC por Tarragona y, teniendo en cuenta que el partido consiguió 48.642 votos y 3 escaños en esta circunscripción, puede decirse que representa a 16.214 ciudadanos. Y, ya puestos, no veo por qué no vamos a incorporar a la relación a Àngel Ros. Es verdad que él tuvo el decoro de renunciar al escaño antes incluso de que el pleno se pronunciara sobre si había o no que pedir al Congreso el traspaso de la competencia para que la Generalidad pudiera convocar la consulta. Pero, al margen de semejante circunstancia, para el secesionismo rampante Ros es también un héroe. De segundo nivel, si se quiere, pero héroe al cabo. Sus credenciales: se trata de un diputado del PSC por Lérida, el único elegido en la circunscripción, y representa a los 21.598 ciudadanos que dieron su voto al partido en la provincia.
Así pues, la rebelión alcanza al conjunto del territorio. Y, en principio, de forma equilibrada: un diputado por provincia. Pero sólo en principio, porque resulta evidente —basta repasar el número de votos adjudicado a cada uno de los parlamentarios— que la realidad es muy otra. El PSC sacó en las últimas elecciones autonómicas un total de 524.707 votos, lo que se concretó en 20 escaños. El valor medio de representación de un escaño socialista fue, por lo tanto, de 26.235 electores. Salta a la vista que sólo Elena superó el listón. Los otros tres quedaron a una distancia considerable, y en especial las diputadas por Gerona y por Tarragona, a las que separan cerca de 9.000 y 10.000 votos, respectivamente, de ese termino medio. Se me dirá, y con razón, que este es el sino de todos los candidatos integrados en las listas de las provincias menos pobladas, lo mismo en las elecciones catalanas que en todas las demás. Sin duda. Pero en Andalucía o en Castilla y León, pongamos por caso, no existe el nacionalismo. A lo sumo, hay un regionalismo bien entendido, o sea, nada separador.
En unos tiempos en los que se nos insiste día y noche con el soniquete de que las decisiones de nuestro Parlamento autonómico son las decisiones de todos los ciudadanos en él representados, no creo que esté de más recordar que el voto de esos ciudadanos no tiene el mismo valor
En Cataluña, en cambio, esa sobrerrepresentación de los ciudadanos de Gerona, Lérida o Tarragona a través de sus candidatos —e incluso, si me apuran, la de los propios ciudadanos de Vilanova i la Geltrú (Barcelona) en las listas barcelonesas a través de la figura de su ex alcalde, el diputado Elena— constituye, a un tiempo, una sobrerrepresentación del nacionalismo. Si la ley electoral fuera otra —una ley, por cierto, que el nacionalismo mayoritario, el de CIU y ERC, no ha querido nunca aprobar, et pour cause—, ese 20% de parlamentarios que desoye ahora las directrices de los órganos rectores del partido, empezando por las de su Consejo Nacional, habría quedado reducido, por ejemplo, a poco más de un 16%.
No pretendo, con semejante ejercicio contable, adentrarme en el terreno de la ciencia-ficción. Demasiado sé que debemos lidiar con lo que hay, nos guste o no y por injusto que nos parezca. Pero en unos tiempos en los que se nos insiste día y noche, desde los medios de comunicación públicos y privados catalanes, con el soniquete de que las decisiones de nuestro Parlamento autonómico son las decisiones de todos los ciudadanos en él representados, no creo que esté de más recordar que el voto de esos ciudadanos no tiene el mismo valor. Y que, mire usted por dónde, el de aquellos que profesan el nacionalismo vale más que el del resto.