Una gran frustración embarga hoy a toda nuestra sociedad. Se trata de esos veinte y muchos millones de jóvenes en paro, de esas familias sin recursos que en el siglo XXI, ¡quién lo diría!, tienen que acogerse a una caridad que ya creíamos eternamente sustituida por una justicia social. Ese fantasma se va acrecentando a medida que se acerca la fecha de las elecciones al Parlamento Europeo. Y son sobre todo los partidos tradicionales los que tienen miedo a ese fantasma, a esa gran abstención, a unos partidos de extrema derecha o xenófobos, a unos partidos antieuropeos, miedo a que estos partidos les roben la vaca que durante muchos años han estado ordeñando casi en exclusiva. De repente, les ha entrado la gran preocupación, la preocupación por ellos mismos, no por los ciudadanos. Ellos llevan muchos años gobernando los Estados miembros y gobernando a Europa al mismo tiempo. Los que gobiernan en Bruselas son los mismos que gobiernan en España o en Portugal o en Francia.
Bruselas ha tolerado que se recorten los capítulos sociales y no se toquen los gastos superfluos o se suban incluso las ayudas a los partidos políticos
¿Nos va la vida en estas elecciones europeas? ¿Es la vida de los ciudadanos o es el puesto o la elección de los propios políticos lo que está en juego? Parlamentarios que llevan años en sus poltronas europeas no se han percatado hasta hoy de que hace ya mucho tiempo que el edificio de la Unión Europea, sobre todo el edificio social, se viene derrumbando, sin que nadie más que los acusados de ilusos hayamos levantado la voz.
No es hora de culpar a la derecha o a la izquierda de la marcha que lleva Europa. Ni socialistas, ni democristianos ni liberales, los tres grupos más importantes en Europa, han dado la talla. Y ahora les entra la gran preocupación. Es hora de estar a la altura de la circunstancias y de aparcar diferencias para unir esfuerzos, si queremos salir de la crisis, que no es una crisis financiera o de los bancos. Es una crisis de democracia y de valores. Y ante esta crisis la postura de la izquierda ha sido tan pasiva como la de la derecha. No es hora de culpar al "electorado conservador" del descrédito de los políticos, como hace el eurodiputado J. López Aguilar en su último libro La socialdemocracia y el futuro de Europa. Tampoco tiene derecho a lanzar dardos contra el nacionalismo el representante europeo de un partido socialista que no sólo ha dado carta blanca al independentismo catalán o a la inmersión lingüística en catalán (recuérdese informe Graça Moura, del Parlamento Europeo, y la famosa enmienda de María Badía), sino que ha jugado un papel importantísimo en toda la evolución de la Unión Europea y que ha contribuido al fomento del nacionalismo tanto con la aprobación del Tratado de Lisboa, que consagra el control de las instituciones europeas por parte de los parlamentos nacionales, como en el desarrollo de un principio de subsidiaridad, que ha resultado ser un principio anacrónico y superfluo, pues no añade nada al simple concepto de democracia o va en contra del la marcha de la historia, que se dirige hacia la "aldea global", no hacia los reinos de taifas, como son no solo las autonomías españolas, sino también los Estados miembros de la UE.
Es sobre todo una crisis de democracia la que estamos sufriendo en toda Europa, pues se ha dado mucho más importancia a los mercados que a las personas
Y tampoco los democristianos o los liberales salen mejor parados, estos últimos votando a favor de la inmersión lingüística catalana, por el mero hecho de tener a políticos de CiU dentro de su grupo. Los intereses de ambos partidos han estado siempre por encima de los intereses del ciudadano. Y conviene recordar esto, especialmente en Cataluña, donde al parecer todo se resolverá cuando se pase esta ola independentista: la crisis que estamos padeciendo es mucho más que una crisis financiera y laboral y mucho más que una crisis de nacionalismo. Se trata de la misma crisis que afecta no sólo a Cataluña, sino a toda España y a toda la Unión Europea. La crisis de Cataluña no se resolverá mientas toda España no pueda mostrar un modelo atractivo de democracia. Y la crisis de España tampoco se resolverá mientras la Unión Europea consienta tanta corrupción y tanto despilfarro en España, y mientras las instituciones europeas no se hagan más democráticas y más abiertas al ciudadano.
La mayoría de los cambios que proponía Bruselas no se han llevado a cabo. Bruselas ha tolerado que se recorten los capítulos sociales y no se toquen los gastos superfluos o se suban incluso las ayudas a los partidos políticos –sí señores en plena crisis. Es sobre todo una crisis de democracia la que estamos sufriendo en toda Europa, pues se ha dado mucho más importancia a los mercados que a las personas. Qué lejos están las perspectivas del los acuerdos de Lisboa del año 2000, que preveían para el año 2020 una Unión Europea de pleno empleo, una economía basada en el conocimiento, en resumen la economía más competitiva del mundo.
Es lógico que el ciudadano europeo se sienta defraudado y esté desencantado de la idea de Europa, y entre los más desilusionados está el español. Nuestros políticos han hecho de Europa un coto cerrado, en el que no debe entrar ningún intruso, y para eso han modificado la ley electoral imponiendo a los nuevos partidos unas condiciones para poderse presentar a las elecciones al Parlamento Europeo mucho más duras p. e. que en Alemania. En este país, con una población que duplica la de España, para presentarse a las elecciones al Parlamento Europeo son necesarios únicamente 3.000 avales, mientras que en España se precisan 15.000. ¿No han sido nuestros políticos parlamentarios los que han dictado esta ley electoral? ¿Acaso ha intervenido en esto la señora Merkel, a quienes algunos consideran el chivo expiatorio de todos nuestros males? ¿Por qué calla el Parlamento Europeo ante una discriminación por razón de la nacionalidad, cuando este tipo de discriminaciones están expresa y tajantemente prohibidas en el Tratado de la UE (art.18)?
¿Los responsables de la desgracia son los mismos que ahora nos van a salvar? Ellos son los que con su permisividad han permitido el desmantelamiento de la industria de los países menos ricos de Europa en beneficio del gran capital
Es el mismo fantasma el que recorre toda Europa: la falta de una auténtica democracia, en la que el ciudadano sea el factor principal. Un ciudadano desencantado ante la idea de Europa. El ciudadano no es el culpable de la degeneración de Europa, sino la víctima. Los que nos han gobernado durante las última décadas, esos son los responsables y los que deben empezar pidiendo perdón. ¿Los responsables de la desgracia son los mismos que ahora nos van a salvar? Ellos son los que con su permisividad han permitido el desmantelamiento de la industria de los países menos ricos de Europa en beneficio del gran capital, que se ha desplazado a unos países ecológica y socialmente más tolerantes.
Las instituciones europeas no pueden permanecer pasivas como hasta ahora, pues ellas son las principales responsables de la desilusión de los europeos. La Unión Europea es ahora más necesaria que nunca, una Europa que se preocupe de las necesidades de los ciudadanos y dedique todo su esfuerzo a la creación de puestos de trabajo dignos, no precarios, que no tolere el despilfarro de un solo céntimo y que empiece ella misma aplicándose medidas de austeridad. ¿Es lógico que tengamos embajadas por triplicado, embajadas de las regiones, embajadas de los países y ahora embajadas de la Unión Europea? ¿No serían suficientes las embajadas de la Unión Europea?
Es largo el camino que nos queda por recorrer por habernos desviado de la ruta. La Europa de la frustración debe ser de nuevo la Europa de las ilusiones. ¿Los programas que nos presentan los actuales partidos políticos lo lograrán? ¿Pero es que tienen algún programa sobre Europa?