Mis padres vinieron muy jóvenes a Cataluña que, para ellos, era una tierra de oportunidades en la que prosperar y, en general, les fueron bastante bien las cosas. Supongo que por eso siempre me han transmitido un gran amor por este lugar en el que nací. Aun así, ellos no se consideran a sí mismos catalanes, de la misma manera que dudo que nadie los considere como tales. Pese a pasar la mayor parte de su vida aquí, ellos son inmigrantes y, por lo tanto, yo soy hija de inmigrantes. Esa es la realidad en la que me he criado porque soy de Rubí, ciudad de la periferia de Barcelona, en la que gran parte de la población es originaria de otros lugares de España. Mis primos, mis amigos de la infancia, todos hijos de inmigrantes. Si un bávaro se va a Berlín no se le considera inmigrante ni, pese a las enormes distancias, si un californiano se va a Atlanta. Pero en Cataluña, sí. Un aragonés, pese a haber nacido a pocos kilómetros y tener una gran parte de historia compartida, es un inmigrante en Cataluña. O un andaluz, o un extremeño, o un murciano.
Nos pueden decir que serían "buenos vecinos" o que se va a montar un "Consejo Ibérico" pero la realidad es que, a todos los efectos, serían extranjeros y nosotros nos convertiríamos en extranjeros para ellos
Como estas personas nacidas fuera de Cataluña no suelen considerarse ni ser consideradas como catalanas –por mucho que Jordi Pujol acuñara su famoso "catalán es el que vive y trabaja en Cataluña"-, en el caso de una hipotética secesión pasarían a ser extranjeros. No sabemos cuál sería su situación legal. Todo el mundo da por hecho que no habría ningún problema, pero tenemos el precedente de Letonia.
En Letonia hay unos 345.000 apátridas (sobre una población de poco más de dos millones de habitantes) porque al conseguir la independencia se consideró que solo eran ciudadanos letones aquellos que ya lo eran antes de 1940, por lo que muchas personas nacidas en Letonia en el seno de estas familias no son letonas por el simple hecho de que sus padres no lo son pero, como han nacido allí, tampoco son de ningún otro país. Seguro que muchas de esas personas fueron a darse la mano a la vía báltica -inspiradora de la vía catalana- para pedir la secesión de Letonia que, una vez conseguida, los ha convertido en apátridas. Imposible para ellos imaginar mientras luchaban por la independencia de su país que cuando esta llegara dejaría de ser, paradójicamente, su país. Incluso aunque en Cataluña no pasara nada semejante –aspecto este que nadie, absolutamente nadie, puede garantizarnos como nos demuestra el caso letón-, las personas nacidas fuera de Cataluña pasarían a ser extranjeros.
También serían extranjeros mis familiares extremeños así como mis amigos de Madrid, Granada, Sevilla y Gran Canarias. Nos pueden decir que serían "buenos vecinos" o que se va a montar un "Consejo Ibérico" pero la realidad es que, a todos los efectos, serían extranjeros y nosotros nos convertiríamos en extranjeros para ellos. Sin contar con que los que nos sentimos tan españoles como catalanes -la amplia mayoría según todas las encuestas- deberíamos renunciar a una parte de nuestra identidad porque, por supuesto, eso de que todo el que quisiera la doble nacionalidad podría acceder a ella es falso, ya que la doble nacionalidad es la excepción a la norma y no la norma en sí y ningún país puede asumir tener varios millones de personas de su nacionalidad viviendo en el país vecino. Junqueras puede decir lo que quiera porque, después de todo, hablar es gratis pero la decisión no está, ni mucho menos, en su mano.
Yo no cambiaría el ocupar una posición u otra en el ranquin ni vivir en un lugar más o menos rico por convertir en extranjeros a mis familiares y a mis amigos
Uno de los argumentos estrella de los que defienden la secesión de Cataluña es que este nuevo Estado nadaría en la abundancia y sería, según el propio Artur Mas, la séptima economía europea. Permítanme que, cuanto menos, ponga en duda las palabras del Molt Honorable President, pero es que si tenemos en cuenta aspectos como la más que probable salida de la Unión Europea o la Convención de Chicago de la que, casualmente, pocas veces se habla, parece bastante difícil que eso sea así.
Y aunque el presidente de la Generalidad estuviera en lo cierto, la posición en el ranquin puede variar no solo por el empeoramiento de un país sino también por la mejora de otros. Así, España, por poner un ejemplo cercano, ocupaba hace unos años la octava posición de la lista de potencias económicas mundiales y ahora es la decimosegunda. Nadie dice que España no pueda recuperar esa plaza o que Cataluña vaya a ocupar siempre la séptima posición en la UE si logra la secesión. Nadie. Quien afirme lo contrario, miente. Hay demasiadas variables en juego. Pero, incluso aunque esto fuera así, yo no cambiaría el ocupar una posición u otra en el ranquin ni vivir en un lugar más o menos rico por convertir en extranjeros a mis familiares y a mis amigos. Yo no quiero que mis seres queridos se conviertan en extranjeros porque siento que, como en la copla, el cariño verdadero, ay, ni se compra ni se vende ni se cambia por dinero. Que no hay en el mundo dinero para comprar los quereres. Al menos, no los míos.