Se dice que los nacionalistas explotan muy bien la táctica del victimismo en la lucha que tienen establecida en el terreno emocional. La palabra forma parte de los lugares comunes al referirse a la cuestión. Pero creo que el concepto no es el adecuado y, en mi opinión, esto resulta ser uno más de los errores de apreciación ante el nacionalismo catalanista que a su vez constituyen una fuente de retroalimentación del fenómeno.
El discurso del "pobre de mí, que no sé catalán y no me van a dar trabajo" ha sido la mejor propaganda para que las clases medias castellanohablantes hayan dado por buena la inmersión lingüística
El victimismo es en realidad un estado de lamentación extrema de los males de uno, esperando que alguien se decida a proporcionar una ayuda externa. Suele ser el resultado de una mentalidad poco madura que desconfía de las propias fuerzas para solucionar los problemas y que puede tener un cierto efecto (temporal) entre los más allegados, pero que normalmente provoca el hastío de los que están fuera de ese círculo.
Yo llamaría victimismo a lo que el movimiento de defensa del castellano en Cataluña ha utilizado como forma de cuestionar la política lingüística del Gobierno autonómico. Los nacionalistas, buenos conocedores del terreno de juego donde se dirimen estas cuestiones, no podían imaginarse un mejor apoyo a su política precisamente desde quienes dicen estar disconformes con sus planteamientos. El discurso del "pobre de mí, que no sé catalán y no me van a dar trabajo por sufrir esa limitación; pobres niños de clases bajas, que no van a entender lo que se dice en clase y se les condena a seguir siendo unos marginales", ha sido la mejor propaganda para que las clases medias castellanohablantes hayan dado por buena la inmersión lingüística y se conformen para el aprendizaje del castellano con el barniz de la calle, la televisión y la clase de castellano. Con este planteamiento se ha conseguido el asombroso resultado de que la lengua que en nuestra sociedad, por la razones que sean, tiene la posición de lengua de la comunicación, de la información o del debate sea vista como la lengua de los desheredados, impropia de la gente fashion.
Después de tantos años, en el imaginario colectivo de la sociedad persiste la idea de que la única justificación para poner peros al proceso de renuncia al castellano es el desconocimiento del catalán. ¿Qué lugar queda para los que, después de aprender el catalán, que a mí me parece un ejercicio al alcance de cualquier mente mínimamente espabilada, seguimos considerando el castellano como una lengua que es nuestra, que es una gran lengua de cultura, que si fuéramos un país serio podría llegar a convertirse en una de las lenguas de comunicación internacional y que deseamos que nuestros hijos la disfruten en su aprendizaje de las materias?
Aparte del error al elegir el concepto adecuado para describir la táctica del nacionalismo, se ha creído que a base de concesiones quedaba conjurado ese supuesto victimismo. Los resultados están a la vista de todos
El catalanismo no va de este palo. Es algo diferente, y yo más bien le aplicaría el concepto de chantaje moral. Una cosa es decir "yo, pobre de mí", y quedarte esperando ingenuamente a que alguien se mueva en la dirección que te gustaría. Otra cosa completamente diferente es decir "tú, culpable", y a partir de ahí instalarte en una espiral infernal de exigencias de reparación. Sobre todo si las acusaciones lanzadas son cuestiones incuantificables y que, por tanto, resulta imposible medir si los esfuerzos de reparación han sido suficientes. Desde esta perspectiva hay que contemplar temas como, por ejemplo, el famoso simposio con el infame título de 'España contra Cataluña'. Por supuesto que para los organizadores, lo de menos es el rigor histórico. Lo importante es mantener ese escenario de chantaje moral.
Tampoco el chantaje moral por sí mismo, igual que el victimismo, tiene capacidad coactiva como para forzar nada. Necesita encontrar el complemento de una respuesta correspondiente desde la parte receptora del mensaje, que en este caso son los actores políticos (instituciones, partidos, medios de comunicación) que se supone que no están por los proyectos rupturistas planteados por el nacionalismo. Y en ese lado nos encontramos con que, aparte del error al elegir el concepto adecuado para describir la táctica del nacionalismo, usando una profundidad lógica más propia del juego del tres en raya, se ha creído que a base de concesiones quedaba conjurado ese supuesto victimismo. Los resultados están a la vista de todos.
El nacionalismo puede plantear lo que quiera. Lo que no viene a cuento es que sus exigencias se tengan que tomar como una urgente contrapartida a un supuesto maltrato específico hacia una determinada región, que solamente está en la mente de una élite político-mediática hipersubvencionada. Si se trata de lo material, todas las regiones españolas pueden presentar un inventario de carencias en infraestructuras y servicios. Y si se trata de lo identitario, después de la cooficialidad del catalán, de la extensión de su conocimiento a toda la población y de la libertad completa para establecer cualquier iniciativa cultural, todo esto vigente desde hace décadas, ¿qué más deuda pendiente hay?