Si tienen problemas leyendo este artículo, puede que sea porque el autor es invisible. Nosotros, los invisibles, somos bastante numerosos en Cataluña: 1,2 millones según el último cálculo, el 17,5% de la población, llegando a alcanzar la cifra de 25% en algunos lugares. Somos los fantasmas, invisibles cultural y lingüísticamente, que hemos hecho de Cataluña nuestro hogar desde el inicio del milenio.
¿Quienes somos? Venimos originariamente de toda Europa, las Américas, África y Asia. Dependiendo de nuestra procedencia y color de piel, somos guiris o inmigrantes. En TV3 nos llaman els nous catalans, lo cual transmite un aire de bienvenida pero sólo sirve para reconocer nuestra presencia, no nuestra existencia.
La única vez que se nos permite disfrutar de una cierta importancia es cuando se nos necesita para incrementar los números ya que impresiona más decir siete millones de catalanes que seis. Pero aquí acaba todo. Somos contados pero no contamos. Nadie habla por nosotros; no tenemos voz.
No sólo las encuestas nos muestran de manera consistente que más de la mitad de la población se considera tan española como catalana, sino que cerca de una quinta parte tiene múltiples identidades
Jordi Pujol acuñó la famosa frase de que cualquier persona que vive y trabaja en Cataluña puede considerarse un catalán. Esto es imperialismo cultural fingiendo ser una alfombra roja de bienvenida. Es como si la única cosa en la que alguna vez hemos soñado es en volvernos catalanes, igual que mariposas culturales atascadas en el estadio larvario: Pujol nos ofrecía la posibilidad de transformarnos en imagos. En otras palabras, los únicos habitantes aceptables son los catalanes, nous o de sempre. Esto se llama asimilación; no es integración.
En un reciente mitin de Convergència, Artur Mas, una vez más en su modalidad Guifré el Pilós, dijo que "el pueblo de Cataluña no tiene nada contra los pueblos de España". Fíjense en la singularidad del pueblo catalán y la pluralidad del español. No obstante, la realidad no es singular en absoluto. No sólo las encuestas nos muestran de manera consistente que más de la mitad de la población se considera tan española como catalana, sino que cerca de una quinta parte tiene múltiples identidades, una de las cuales puede ser la catalana. Sin embargo, esta multiplicidad no encaja en la narrativa, por lo que a nosotros se nos convierte en invisibles.
No se nos consulta. ¿Qué diríamos si se nos consultara? Si se nos preguntara, por ejemplo, qué pensamos de la inmersión lingüística en las escuelas, la mayoría de nosotros diría que la acepta pero que si nos dieran a escoger, preferiríamos que nuestros hijos recibieran una educación bilingüe o incluso trilingüe. Después de todo, una gran parte de nosotros llegamos aquí siendo bilingües, hablando tanto nuestra lengua como la de nuestros antiguos amos imperiales: quechua y español; urdu e inglés; amazig o wolof y francés. Nos sentimos satisfechos de hablar catalán pero tenemos una necesidad más acuciante de adquirir una lengua adicional de alcance mundial que otra lengua minoritaria.
Sin embargo, la pregunta importante es: ¿nos preguntarán? Si alguna vez tiene lugar la consulta, ¿podremos votar? Se ha hablado de realizar la consulta basándose en el referéndum escocés. Allí, donde apenas el 4% de la población es de fuera, han decretado que todos los ciudadanos de los 27 estados miembros de la UE residentes en Escocia van a poder votar. Esto incluiría a unos 300.000 de nosotros, nous catalans. Los escoceses también han otorgado el voto a todos los ciudadanos de la Commonwealth residentes en Escocia. La Commonwealth es lo que queda del Imperio Británico y sobre esta base, los 320.00 latinoamericanos que viven aquí deberían poder votar ya que son descendientes del imperialismo español.
¿Qué clase de sociedad se nos propone, aparte de una sociedad separada de España?
El último grupo numeroso está compuesto por los magrebíes, alrededor de 350.000. Dado que muchos de ellos pueden ser considerados descendientes de los bereberes y los árabes que fueron expulsados hace 500 años después de una permanencia en España de 800 años, también debería otorgárseles el derecho al voto. Todo ello nos llevaría a sobrepasar la cifra de un millón, un gran número de votos.
Últimamente tanto Mas como Oriol Junqueras han estado cortejando al cinturón de Barcelona admitiendo que allí hay personas que sienten "un cierto afecto por España" y a los que realmente les gusta que gane la Roja. El tono de los dos políticos es paternalista, parecido al de alguien que habla cariñosamente pero con pesadumbre de la debilidad de su hijo por las natillas.
Y nosotros, ¿qué? ¿Cómo seremos cortejados y con qué? Si nos preguntaran nuestra opinión sobre la independencia, ¿qué diríamos? Si implica abandonar la Unión Europea, casi seguro que la respuesta sería no, gracias. Nadie que ha vivido el desarraigo de dejar su hogar y su familia en Lima, Dakar o Islamabad lo hizo para acabar viviendo en una versión actualizada de la ciudad amurallada medieval. Y, ya que no nos sentimos conmovidos por sentimientos ni excitados por banderas, para nosotros la cuestión sería ¿por qué? ¿Por qué estaríamos mejor y de qué manera? ¿Qué clase de sociedad se nos propone, aparte de una sociedad separada de España? Sobre todo, ¿se nos incluirá? O dicho de otra manera, ¿nos convertiremos en visibles?
Para parafrasear a Hillel el Viejo, rabino del siglo I: "Si no puedo ser yo mismo, ¿quién será yo? Y si no ahora, ¿cuándo?".