Las declaraciones del presidente del poderoso Grupo Planeta, José Manuel Lara, volvieron a ser noticia la semana pasada por su contundente descalificación de la viabilidad de la independencia, "es imposible y lo saben todos", concluyó. Pero no es sobre ello de lo que quiero hablar sino de otra afirmación que efectuó a renglón seguido, y que pasó bastante desapercibida en el fragor del debate soberanista. Cuando dijo aquello de que Europa "o será federal o morirá". Me parece una disyuntiva contundente que merece ser comentada. En efecto, si el proyecto europeo no avanza hacia una organización más federal que intergubernamental tendrá serias dificultades a largo plazo para sobrevivir a los envites del populismo, el nacionalismo y la xenofobia, que tienen en común una actitud manifiestamente euroescéptica.
En este sentido, las elecciones para el Parlamento Europeo del año que viene, en mayo, amenazan en convertirse en un gran rompeolas de todas estas pulsiones políticas y, como ya viene siendo habitual en estas convocatorias, servir para ventilar cuestiones puramente domésticas. Hace meses que las alarmas se habían encendido en Bruselas ante la crisis actual de gobernanza de la Unión Europea y la enorme desafección ciudadana que registran todas las encuestas. La hipótesis de una próxima Eurocámara mucho más fraccionada políticamente y con escasa coherencia ideológica provoca hoy un enorme temor.
En 2014 vamos a conmemorar el centenario del estallido de la I Guerra Mundial y el apogeo de los nacionalismos y de la división de Europa, con millones de muertos, preludio de la aún más devastadora guerra dos décadas después
La paradoja es que tras la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, el Parlamento Europeo va a tener muchos más poderes, tanto para codecidir junto al Consejo Europeo en los aspectos legislativos y políticos, como en la elaboración del presupuesto de la Unión. Por eso la Comisión dio un paso muy relevante el pasado mes julio al proponer que el futuro presidente del gobierno de Europa, quien sustituya en el cargo a José Manuel Durao Barroso, sea propuesto por los partidos que se presenten a las elecciones del año que viene. Hasta ahora era el Consejo Europeo, es decir, los gobiernos de los estados, la institución que proponía el candidato y el Parlamento Europeo simplemente ratificaba la propuesta. Ahora, en cambio, van a ser los partidos durante la campaña electoral los que van a señalar al futuro presidente, lo que debería dar a estos comicios una dimensión auténticamente europea. Se trata de un cambio sustancial en el procedimiento, pues va a dar mayor legitimidad democrática a la gobernanza europea. Estamos ante un paso importante para lograr que estas elecciones dejen de ser de segundo orden y empiecen a tomar un cariz auténticamente transnacional.
La segunda paradoja del momento que vivimos es que en 2014 vamos a conmemorar el centenario del estallido de la I Guerra Mundial y, por tanto, del apogeo de los nacionalismos y de la división de Europa, con millones de muertos, preludio de la aún más devastadora guerra dos décadas después. Las fuerzas que debían haber evitado que algo así sucediese, como el socialismo democrático o la democracia cristiana, fueron arrolladas en ambas ocasiones, entre otras razones porque tampoco estuvieron a la altura del momento histórico y se dejaron arrastrar en no pocos países por el fervor patriótico o no supieron plantar cara a los discursos demagógicos, prisioneros de una estrategia política cortoplacista. Salvando todas las distancias algo parecido está ocurriendo ya y puede agravarse en mayo próximo.
Será importante tenerlo en cuenta en este 2014 para que la Unión Europea siga avanzando en un camino cada vez más federal y menos intergubernamental, como entiendo que pedía Lara. Las elecciones de mayo son una oportunidad en este sentido y deberíamos conjurarnos todos para evitar caer nuevamente en el pozo del nacionalismo o en las trampas de la demagogia populista, particularmente en materia de seguridad e inmigración, que tanto daño han hecho a los europeos.