Los que sin ambigüedad alguna nos hemos situado siempre en oposición al proceso secesionista, liderado por Artur Mas, hemos denunciado sus muchas trampas y advertido del abismo al cual parecía querer arrastrar a Cataluña, podemos celebrar de entrada su aparente giro hacia la sensatez efectuado a las puertas de la celebración de la Diada. Puede que el presidente de la Generalidad jamás haya tenido realmente la intención de cruzar ninguna línea roja, pero su actitud desafiante y la ejecución pormenorizada del pacto político con ERC levantaban la sospecha de que si alguna cosa no podía permitirse el soberanismo es que en 2014 no ocurriese nada. Ahora bien, la sensación general de alivio al descartarse un escenario insurreccional, presidido por la metáfora del choque de trenes, no puede hacernos olvidar por lo menos tres cuestiones.
En primer lugar, la irresponsabilidad de Mas al alimentar las expectativas más radicales o fantasiosas sobre la posibilidad de una secesión a la brava, lo que ha tensionado gravemente el clima político catalán y dañado la convivencia ciudadana. En este sentido, el anuncio del jueves pasado de que no hay consulta posible sin el aval del Estado es el reconocimiento implícito de que la declaración de soberanía del Parlamento autonómico del 23 de enero fue un brindis al sol y, por tanto, un error político para iniciar cualquier negociación.
Afortunadamente, Cataluña tiene una economía productiva para hacer frente a una nomina de intelectuales y periodistas subsidiados tan abultada
En segundo lugar, sorprende que ahora tantos comentaristas, entre los que destacan los miembros del gubernamental Consejo Asesor de la Transición Nacional, vean acertado el aterrizaje en el realismo de Mas. Curiosamente, los mismos que antes propagaban desde sus tribunas mediáticas que el año que viene tenía que preguntarse imperativamente, de una forma u otra, sobre la secesión. Antes celebraban las prisas, la firmeza del presidente autonómico o afirmaban la irreversabilidad del proceso, y aseguraban que había otras legalidades posibles para ejercer el equívoco derecho a decidir en 2014, ahora elogian rastreramente el giro del presidente autonómico y exaltan incluso su osada estrategia de amenazar con unas elecciones plebiscitarias dentro de tres años si España no tolera antes una consulta. Pero no expresan ni una sola duda sobre su coherencia, ni cuestionan la suma de tantos gestos y palabras con los que se ha excitado hasta hoy a los catalanes.
Afortunadamente, Cataluña tiene una economía productiva para hacer frente a una nomina de intelectuales y periodistas subsidiados tan abultada. Es la docilidad de los corderos que solo piensan en el buen pasto.
Y, en tercer lugar, aunque el anuncio de Mas corta en seco la espiral de tensión a la que parecíamos fatalmente condenados, hay muchas incógnitas sobre el sentido exacto de las conversaciones con el Gobierno de Mariano Rajoy, quien, ciertamente, a corto plazo se quita de encima un grave desafío.
Mucho se está especulando desde el jueves sobre la posibilidad de una consulta pactada con diversas preguntas. Algunos oráculos dicen que se trataría primero de rebajar poco a poco el suflé independentista para luego lograr que de la hipotética consulta saliera un mandato para mejorar el autogobierno y la financiación catalana, aunque una de las alternativas podría ser la independencia.
Lo ambiguo de las palabras de unos y el silencio calculado de otros permite todo tipo de lecturas. En cualquier caso, si alguna cosa ha demostrado el mundo nacionalista es su enorme habilidad por extender su relato al resto de la sociedad, incluyendo a sus rivales políticos. En esta tarea cuentan, lo estamos viendo de nuevo, con la docilidad impagable de los corderos.