Dicen las crónicas de cambio de siglo en la mitad de la aparentemente imparable hegemonía de José María Aznar en la Moncloa que recibió una advertencia: "Menos Siria, y más Soria". El ingenioso asesoramiento se refería a la conveniencia, con el fin de capturar la reelección en 2000 y la consiguiente mayoría absoluta, de dedicar mayor atención a la política interior que a los temas exteriores, a los que Aznar se sentía irresistiblemente inclinado. Según las fuentes, el autor del consejo fue su entonces ministro de Administraciones Públicas, Jesús Posada, y ahora presidente del Congreso de los Diputados, nacido en la capital castellana de Soria. Otros informes señalan a Carlos Aragonés, jefe del gabinete de Aznar.
En cualquier caso, la ocurrencia se ha asentado en el lenguaje político, ilustrando, por un lado, la prudente opción a tomar por todo gobernante para elegir entre prestar atención a los problemas de orden interior (Soria). Después de todo, "toda política es local", según el adagio angloamericano. Por otro lado, puede resultar irresistible inclinarse por los movimientos a la luz de las brillantes candilejas de las relaciones internacionales, en terrenos ignotos (Siria), codeándose con las máximas figuras mundiales.
Lo cierto es que Aznar disfrutó de un impresionante éxito al moverse en la amplia Siria abierta sangrientamente por el 11 de septiembre, la intervención de represalia en Afganistán y la aventura de Irak, a la que acudió sin el asentimiento del 90% de la Soria natural, por la que demostró tener un desdén tan notable como el embelesamiento de insertarse en la foto de las Azores, junto a Blair y Bush. En contraste, al haber causado, por su irresponsable manipulación de la autoría del ataque terrorista de marzo de 2004, la derrota de su sucesor Mariano Rajoy (quien se refugiaba en su Soria gallega), abrió la puerta a la ascensión de Zapatero, quien a su vez, de forma natural para su personalidad e inclinaciones ideológicas, decidió rápidamente la retirada de las simbólicas tropas de Irak. Así resistió hasta que el apoyo de Soria se agotó por la crisis económica, y se traspasó a Rajoy.
Aznar disfrutó de un impresionante éxito al moverse en la amplia Siria abierta sangrientamente por el 11 de septiembre
Obama llegó a la Casa Blanca convencido de que debía escuchar la voz de su Soria natural, y establecer un plan para ir saliendo de la Siria que se había abierto desde el principio de la primavera árabe con la "revolución de los jazmines" en Túnez. Pero luego de haber sobrevivido con su táctica de "liderar desde atrás", sobre todo en Libia, el reto del uso de las armas químicas en la Siria real lo ha colocado en un callejón sin salida: represalia o inacción.
Con el trasfondo de la decisión de su colega Cameron de plegarse a los deseos de sus sorianos, que le vetaron intervenir en una acción contra El Asad, Obama ha mantenido la amenaza de castigar el crimen del dictador sirio, pero ha decidido consultar con los representantes de sus sorianos en el Congreso y el Senado. Con esta decisión, Obama ha optado, de momento, por escuchar la advertencia de una opinión pública que en casi el 80% no apoya la intervención. Se ratifica así, en este capítulo, el aislacionismo innato de los norteamericanos, que solamente se aventuran en un apoyo masivo a las intervenciones exteriores en contadas ocasiones, como tras Pearl Harbour o el desplome de las Torres Gemelas.
En los próximos días resultará crucial observar cuál es el poder real de los sorianos de Estados Unidos, y cuál es la actitud ante las travesuras de los sirios reales. El problema para Obama es que tampoco sabe bien cómo explicar que la posibilidad de expulsar al líder sirio puede provocar la ascendencia al poder de una parte de la oposición que comparte con El Asad el odio por igual a Estados Unidos, el mundo occidental e Israel.
De momento, la retirada táctica de Obama beneficia a Cameron y le deja respirar. Curiosamente, justifica su aparentemente irresponsable opción por acelerar un voto de su parlamento. Aunque (¿temporalmente?) violó la sacrosanta relación especial, que siempre se aplica cuando de temas fundamentales se trata, la ralentización de Obama lo justifica. Pero el alto precio a pagar puede ser un daño irreparable al sólido vínculo atlántico entre los dos países. Queda, por otro lado, el papel secundario (pero también importante) a jugar por el presidente francés Hollande (líder de la potencia colonial que construyó la actual Siria), quien había prometido su apoyo a la arriesgada operación anunciada por Obama.
Ahora todos esperan ansiosos si los congresistas y senadores norteamericanos regresan de vacaciones urgentemente y rescatan a Obama de un ridículo que se mantiene peligrosamente como posible. El resultado de todo este drama seguirá colocando sobre el tapete el dilema de optar por Soria o Siria.