Diez años de procés, diez años miserablemente perdidos. Aunque la agitación venía de lejos, el pistoletazo de salida del procés lo dio el Acuerdo para la Transición, que Artur Mas y Oriol Junqueras firmaron en diciembre de 2012. Se comprometían a celebrar un referéndum de autodeterminación para la independencia de Cataluña, despreciando la Constitución, el Estatuto, la realidad social y las previsibles consecuencias de sus actos.
En los diez años transcurridos ha habido un enorme derroche de energías (improductivas) tanto por parte de los independentistas como de sus oponentes, que ha lastrado la política de España entera. Vox es una consecuencia del procés y el “a por ellos”, una reacción irracional ante unos actos sin razón. Cataluña ha dejado de ser admirada para ser vista con aprensión como fuente de inestabilidad general.
Los dirigentes del procés detentaban el Gobierno de la Generalitat, pero no gobernaban “las cosas”, se dedicaban casi en exclusiva al “Gobierno” del procés, provocando el retroceso de Cataluña en indicadores básicos. El Parlament estuvo más ocupado en debates y resoluciones del procés que en legislar en el marco de sus competencias. Acabó desprestigiado y la oposición humillada por la aprobación forzada de las bochornosas leyes de referéndum y de transitoriedad jurídica y fundacional de la república.
En la Europa de la última década no ha habido ningún proceso político comparable al procés. Sus dirigentes mintieron, manipularon, tergiversaron e intoxicaron a más no poder. Crearon un estado de opinión rebelde, sin causa. Otras sociedades padecían iguales o peores consecuencias de la crisis económica, pero no fueron compelidas por sus gobiernos a reaccionar insensata y alocadamente. Como flautistas de Hamelín llevaron a multitudes al borde del precipicio: una independencia doblemente absurda, por innecesaria y por imposible.
Años en los que el procés ha ocupado avasalladoramente el espacio emotivo e ideológico: “Espanya ens roba”, “el dret a decidir”, “llibertat presos polítics”, “amnistia i autodeterminació”. Miles de horas empleadas en combatir sus ideas y refutar sus creencias, horas sustraídas a necesidades reales. Madrid, Bilbao, Valencia vibrando en inquietudes sociales, Barcelona perdida en los delirios y las penas del procés. Toda Cataluña varada en las aguas muertas del procés, que no ha producido ni una sola idea de interés general, ni una sola mejora social, ni una.
Provocaron una inseguridad jurídica y una inquietud tales que miles de empresas retiraron sus sedes sociales de Cataluña y miles de clientes sus depósitos bancarios. Además de los que se fueron, otros no vinieron. Se perdieron oportunidades de oro como la sede de la Agencia Europea de Medicamentos –hoy en Ámsterdam—, que habría resituado Barcelona en el mapa, traído personal altamente cualificado, cientos de millones de inversión y un estímulo para la industria biomédica y farmacéutica. ¿Cómo iban a ubicar la Agencia en una región cuyos dirigentes institucionales pretendían sacarla de España, luego de la Unión Europea?
Con el procés dividieron la sociedad, rompieron consensos políticos, familias, amistades, asociaciones, colegios profesionales, comunidades de vecinos, cegaron la comunicación y el diálogo, mataron la tradicional cultura de pacto. Todo por nada, salvo para su beneficio personal o de partido.
En su irresponsabilidad, llegaron hasta el extremo, insólito en la Unión Europea, de una declaración unilateral de independencia. No iban de farol, no la lograron porque eran unos ilusos y unos vulgares aficionados, querían un Estado “propio” e ignoraban cómo actúa un Estado cuando se ve amenazado –puede que entretanto lo hayan aprendido a costa de su descalabro—, pero el mal ya estaba hecho. La autonomía fue tutelada, los principales dirigentes fueron procesados, juzgados y condenados y otros huyeron para no serlo.
Condenados y huidos, apelando a emociones primarias, invirtieron la culpa de lo ocurrido, atribuyéndola al Estado “represor”. Las calles se llenaron de protestas y altercados, el centro de las ciudades, especialmente el de Barcelona, se “incendió”, hubo barricadas, cientos de contenedores quemados, mobiliario urbano destruido, lunas de tiendas reventadas –saqueadas algunas—, numerosos heridos y detenidos.
La década termina en falso. Gobiernan los mismos del procés, sin distintos collares. El actual presidente de la Generalitat, obcecado como los tres anteriores, no se cansa de repetir que su propósito es “culminar la independencia”. Tampoco la logrará, pero hará perder más tiempo, más energías, más seny, más Cataluña.
Ha sido una década de pesadilla y un día nos parecerá imposible haberla vivido. Resulta difícil encontrar algo positivo en los años del procés, tal vez apurando mucho se podría considerar que habrá sido bueno que todos nos hayamos preocupado por lo público, por el valor de las instituciones, por lo que trae la mala política, por lo que sucede en la calle ocupada.