Imagen de Cristian Segura, periodista de 'El País' y galardonado en los premios Pedro Vega
La lección de Pedro Vega
"Su legado interpela especialmente a los periodistas jóvenes, aquellos que hoy se abren paso en un ecosistema hostil, entre algoritmos, desinformación y urgencias constantes"
En un oficio cada vez más acelerado, más regido por la lógica del clic que por la del rigor, aferrarse a la esencia del periodismo se ha convertido en un acto de resistencia. Vivimos tiempos en los que la inmediatez a veces coloniza el pensamiento, en los que las presiones externas –políticas, económicas, digitales– amenazan la independencia, y en los que la desinformación se infiltra sin pedir permiso.
En medio de este ruido, recordar a Pedro Vega no es un simple homenaje: es un regreso a los fundamentos, una brújula moral para quienes aún creemos que este trabajo tiene sentido.
Porque Pedro Vega representaba justo lo contrario a estas inercias. Representaba la calle, el pulso humano, el oficio trabajado a pie de acera, con la mirada limpia y la palabra precisa. Periodismo sin artificios. Periodismo que escucha antes de escribir. Periodismo que entiende que, aunque no podamos cambiar el mundo, sí podemos mover conciencias, acompañar a quien sufre, explicar lo que otros no ven y construir un relato que, a veces, incluso ayuda.
Para quienes desempeñamos esta profesión con vocación, Vega es un recordatorio de que el periodismo se sostiene sobre una ética sencilla, pero imprescindible: respeto a la verdad, respeto a las personas y respeto al lector.
Primer Premio Periodístico Pedro Vega de Crónica Global
Su legado interpela especialmente a los periodistas jóvenes, aquellos que hoy se abren paso en un ecosistema hostil, entre algoritmos, desinformación y urgencias constantes. Él nos recuerda que el valor está en la mirada, no en la velocidad; en la historia, no en el trending topic; en el oficio, no en el artificio.
Ese legado se ha hecho visible también en los galardonados de la primera edición de los premios que llevan su nombre, los Premios Pedro Vega, organizados por Crónica Global. Unos galardones que nacen precisamente para reivindicar ese periodismo honesto, valiente y humano que él defendía.
Cristian Segura, corresponsal de El País en Ucrania, ha recibido el Premio al Mejor Reportaje por su capacidad para contextualizar escenarios complejos sin perder el foco humano de la guerra. En textos como Donbás, el objetivo más preciado de la Nueva Rusia, Europa es la esperanza de los ucranios o La semana en la que Zelenski arriesgó su liderazgo, Segura ofrece algo que hoy escasea: profundidad. Su trabajo no se limita a informar; ilumina. Y eso exige valentía, temple y una mirada limpia, como la que cultivaba Vega.
El reconocimiento a Susana Quadrado, redactora jefa de La Vanguardia, como Mejor Artículo de Opinión, también nos recuerda el valor de escribir pegado a la vida cotidiana. Su estilo incisivo, atento a las conversaciones reales —las de cafés, sobremesas y pasillos—, reivindica un género que demasiadas veces se ha vuelto autoreferencial o distante. Quadrado devuelve la opinión a su lugar natural: el territorio donde se interpreta el mundo sin perder la conexión con la gente que lo habita.
Por eso estos premios no son únicamente un reconocimiento profesional; son también una declaración de intenciones. Una defensa del periodismo que se piensa, se respira y se vive. El que incomoda cuando es necesario. El que acompaña cuando toca. El que no se rinde ante el ruido. El que se parece, en definitiva, al que hacía Pedro Vega.
Ojalá sepamos estar a la altura de ese legado. Ojalá cada historia que contamos lleve un poco de esa honestidad, de esa cercanía y de esa vocación que él encarnaba. Y ojalá las nuevas generaciones encuentren en su nombre —y en el de quienes hoy recogen su testigo— una razón más para seguir creyendo en este oficio que, pese a todo, sigue siendo maravilloso.