Pásate al MODO AHORRO
Un tren Intercity de Renfe en una imagen de archivo

Un tren Intercity de Renfe en una imagen de archivo Renfe

Zona Franca

Renfe y otras formas de tortura

"En esta ocasión hablaremos solo del servicio que conecta Cataluña con la Comunidad Valenciana. Dejaremos para otro día el capítulo de Renfe Rodalies, que da para muchos otros artículos más"

Publicada
Actualizada

Con la venia de los lectores, hoy escribo en primera persona. Porque lo he vivido. Y porque quizá, así, se plasma mejor la indignación que me invade al escribir estas líneas.

El pasado domingo subí a un tren Intercity que conectaba Castellón de la Plana con Barcelona. Un trayecto de menos de tres horas en un servicio de larga distancia habitual, que se convirtió en una tortura ferroviaria de más de cuatro horas. 

El tren debía haber llegado a las 22:10 horas a la estación de Sants, pero lo hizo a medianoche. Y no, no nos convertimos en calabaza como la Cenicienta, porque resulta que ya viajábamos en ella.

Lamentablemente, no es la primera vez que ocurre, tampoco será la última. Lo sé por experiencia: por motivos que no vienen al caso, cojo este tren dos veces al mes y no hay ocasión en la que lleguemos puntuales al destino.

Así pues, lo que debería ser un servicio de larga distancia rápido y moderno se ha convertido en un viaje de resistencia, una prueba de paciencia con final incierto.

En esta ocasión, hablaremos solo del servicio de Larga Distancia que conecta Cataluña con la Comunidad Valenciana y viceversa, dentro de lo que se conoce como el Corredor Mediterráneo. Dejaremos para otro día —o para una trilogía de críticas— el capítulo de Renfe Rodalies, que da para muchos artículos más. 

Y es que los trenes que circulan entre ambas comunidades acumulan demoras sistemáticas, consecuencia directa de los cuellos de botella en la infraestructura y del mantenimiento deficiente que Adif arrastra desde hace años.

Conviene recordar que tanto Renfe como Adif son empresas públicas, financiadas con dinero de todos: con nuestros impuestos y con los billetes que pagamos religiosamente cada vez que viajamos.

Aun así, Renfe presume en su web de que el 83,8% de los trenes AVE y Larga Distancia llegan con menos de 15 minutos de retraso. Un dato que, leído en frío, suena razonable. Hasta que uno se sube al Intercity del Corredor Mediterráneo. Entonces comprende que ese 16,2% restante parece concentrarse de forma íntegra entre Valencia y Barcelona.

Asimismo, según los informes comparativos, España duplica la media europea en demoras ferroviarias: un 30% de retrasos frente al 10% en otros países de la UE. Sin embargo, seguimos vendiendo el servicio como “uno de los mejores de Europa”.

La realidad, al menos en el litoral mediterráneo, dista mucho de esa postal.

Y, para más inri, la experiencia roza lo surrealista: mesitas que se caen, asientos que crujen, baños impracticables —a los que aconsejo ni acercarse—, y vagones que parecen salidos de un museo de historia. 

Un servicio obsoleto en un corredor inacabado, al que el propio Ministerio de Transportes sigue prometiendo mejoras que nunca llegan.

Mientras, el eje Madrid-Barcelona funciona con relativa precisión. Sin embargo, el precio a pagar es que otros corredores esenciales siguen olvidados. El Mediterráneo es uno de ellos. 

No hablamos de un tren regional ni de un low cost improvisado. Hablamos de un servicio público de larga distancia, operado por una empresa estatal y financiado con dinero de todos. Y por eso indigna doblemente: porque pagamos caro un servicio que no se cumple y porque la resignación se ha convertido en costumbre.

El Corredor Mediterráneo debería ser un eje de progreso, de cohesión territorial y de modernidad. Hoy es una metáfora rodante de la desidia y la clara falta de inversión.

Los ciudadanos no pedimos milagros. Pedimos que los trenes lleguen a su hora. Que el trayecto no dure el doble. Que el baño no sea un riesgo biológico. Y que el viaje, en definitiva, sea digno.

Porque, sinceramente, España no puede permitirse que sus trenes sigan pareciendo la calabaza de la Cenicienta.