Después de devolver las banderas a su sitio, de recuperar los buenos modales con todas las autoridades y, a fin de cuentas, de respetar la institución que representa, Salvador Illa ha dado un paso más en la normalización de las relaciones entre Cataluña y el conjunto de España. Ahora, a cuenta del devastador incendio de Paüls, en Tarragona.

Con determinación. Sin ambages. Sin tonterías. El president no dudó ni un instante en solicitar la ayuda de la Unidad Militar de Emergencias (UME), el Ejército español, para apagar cuanto antes el fuego, empeorado por el viento. ¿Verdad es que de sentido común? Pues no todos lo ven así.

Durante los últimos años, con la Generalitat tomada por el independentismo más reaccionario y radical, los sucesivos presidents han movido cielo y tierra para evitar la presencia del Ejército en Cataluña. Solo lo han aceptado a regañadientes cuando no han tenido más remedio, como en la pandemia.

Esa actitud chulesca y orgullosa de los líderes independentistas, aun a cuenta de vidas y hectáreas quemadas, pone de manifiesto que, bajo ese manto de superioridad moral, lo que esconden es un gran complejo de inferioridad. Pero, aunque conviene no olvidarlo, no volvamos al pasado.

En cambio, Illa, a quien se le pueden reprochar cuestiones de calado como su cambio de opinión con la amnistía –y que, además, afee su posicionamiento a quienes mantienen que esta medida es indecente–, en esto es práctico y tira de seny. El Ejército está en Cataluña y con el cometido de ayudar en las tareas de extinción y rescate, si es necesario.

Decía Vázquez Montalbán que el Barça es el ejército desarmado de Cataluña. Pues bien, ese no es el único ejército desarmado de la comunidad. La UME está para ayudar, y no para atacar ni destruir. De hecho, hay que quitarse de la cabeza la imagen del militar a bordo de un tanque, aunque estemos en guerra en el mundo; la mayoría de ellos contribuyen en gran medida a la ayuda, esencialmente humanitaria.