Cuando ya se tiene una edad (o dos), el tiempo pasa más rápido que cuando eres joven. Por eso me llevé una sorpresa cuando me enteré de que este, mi querido diario, cumplía diez años de vida.

Yo pensaba que llevábamos cuatro o cinco, como mucho, pero no, había pasado una década desde el día en que recibí la invitación de Xavier Salvador para incorporarme a ese periódico digital que había comprado para convertirlo en algo más grande y ambicioso que la propuesta original (que tampoco estaba nada mal, en su modestia).

Hacía poco que yo había publicado El manicomio catalán, el primer libro, si no me equivoco, en tomarse a chufla el, digamos, movimiento independentista. No pretendo arrogarme mérito alguno al respecto: fue lo que me salió con más facilidad, incapaz como era de tomarme en serio los desahogos de nuestra malcriada e insolidaria burguesía.

De aquel libro salió esta sección, que se mantiene porque, aunque derrotada la tentativa secesionista, sus defensores siguen proporcionándome excusas para el pitorreo.

Hace diez años, casi toda la prensa se tomaba en serio a los secesionistas. Y algunos diarios (y no miro a nadie) se hicieron de oro con los sobornos de Artur Mas, financiados con ese dinero público que no es de nadie.

El manicomio catalán no fue reseñado en ningún periódico barcelonés (a excepción de una cariñosa columna de Francesc de Carreras en La Vanguardia que pasó desapercibida para sus mandamases y sentó fatal cuando apareció publicada).

En muchas librerías, el libro no estaba o se encontraba tan bien escondido que no había manera de dar con él. A un amigo se lo sacaron de debajo del mostrador, lo que le movió a enviarme un whatsapp en el que me decía que lo mío era como lo de las publicaciones antifranquistas de Ruedo Ibérico.

En aquellos tiempos, Crónica Global estaba más solo que la una, y toda la prensa contemporizadora nos miraba por encima del hombro. Evidentemente, no pillábamos una subvención ni a tiros. Molestábamos al establishment catalán y yo creo que también al español. Mucha gente ansiaba nuestra desaparición, pero se quedaron con las ganas. Gracias, en gran parte, a un montón de lectores que nos identificaron con la Resistance.

Recuerdo haberme cruzado por las mañanas en la rambla de Catalunya con gente que me daba las gracias por la columna del día, gente que me aseguraba que lo primero que hacía al despertar era entrar en Crónica Global para levantarse el ánimo antes de iniciar su jornada laboral.

Y creo que podemos sentirnos orgullosos de haber echado modestamente una mano a muchos catalanes que se veían empujados al desastre, sin encontrar consuelo en unos medios pusilánimes que no se atrevían a levantar la voz o, directamente, chupaban del bote gracias a nuestros políticos independentistas.

Diez años después, Crónica Global es un diario perfectamente asentado en la sociedad que lo acoge (o lo soporta). Ya decía Cela que, en España (e incluyo a Cataluña), el que resiste, gana.

Sobrevivimos al odio sarraceno del lazismo. Nuestra primera redacción fue vandalizada por los zopencos de Arran, el frente de juventudes de la CUP. No cayó ni un duro que no procediera de nuestros lectores y de la publicidad. Y lo más curioso: nunca se me acercó nadie para insultarme o partirme la cara, lo cual me hizo ver que lo nuestro, dentro de la desgracia, no era tan grave como lo del País Vasco, donde el Egin te señalaba y ETA te eliminaba.

Sí, este diario personificó la resistencia al desvarío lazi. Y yo me integré en él por una mezcla de ganas de decir lo que pensaba y mi tradicional inconsciencia. Es de las mejores decisiones que he tomado en mi ya larga carrera periodística (por llamarla de alguna manera). Y espero seguir diez años más por aquí si el cuerpo aguanta y a ustedes, queridos lectores, les parece bien.