Pásate al MODO AHORRO
Xi Jinping, Donald Trump y Vladimir Putin, con los símbolos de Europa de fondo

Xi Jinping, Donald Trump y Vladimir Putin, con los símbolos de Europa de fondo

Pensamiento

La promesa moderna ¿es cierta?

"El liberalismo social, que buscaba armonía entre libertad y justicia, se diluyó en una cultura de competitividad extrema. La empresa y el beneficio reemplazaron al ciudadano y al bien común"

Publicada

El liberalismo nació como una promesa de libertad, con raíces en la filosofía griega y el derecho romano. Se consolidó durante la Ilustración, proponiendo que el ser humano, libre del absolutismo, podía gobernarse mediante la razón. De esta idea surgieron los pilares del mundo moderno: igualdad ante la ley, soberanía popular y libre mercado.

La revolución americana (1776) y francesa (1789) marcaron el rechazo de la Humanidad frente al feudalismo. El poder pasó del monarca al pueblo y el lema “Liberté, Égalité, Fraternité” se convirtió en referente universal. La Constitución de Cádiz inspiró a América Latina, a los procesos de independencia en Latinoamérica, aunque el retorno del absolutismo en España frenó el avance liberal. Mientras tanto, países como Inglaterra y Holanda progresaban con modelos parlamentarios y comerciales más abiertos.

El siglo XIX trajo la Revolución Industrial: fábricas, urbanización y migración masiva del campo a la ciudad. Aunque prometía progreso, también generó pobreza y desigualdad. Manchester y las novelas de Charles Dickens son un buen reflejo. Cataluña vivió su propia industrialización con las colonias textiles. Surgió la “cuestión social”: las democracias liberales garantizaban igualdad jurídica, pero no una vida digna. El liberalismo económico, centrado en el mercado, olvidó el componente humano, configurándose por contraposición el pensamiento laborista.

Ante esta realidad, los gobiernos iniciaron reformas sociales. Sin embargo, Europa, dividida por nacionalismos, no logró equilibrar libertad y justicia, y fue arrastrada a dos guerras mundiales.

Tras 1945, se reconstruyó Europa con ideas keynesianas: el Estado asumió el rol de garante del bienestar. Educación, sanidad y trabajo se convirtieron en derechos. Los “30 gloriosos” (1945–1975) consolidaron el Estado del bienestar. Pero la crisis del petróleo en los años 70 rompió ese equilibrio. La estanflación (crecimiento cero, alta inflación) generó descontento, y líderes como Thatcher y Reagan impulsaron el neoliberalismo: menos Estado, más mercado. Las nuevas clases medias no querían más presión fiscal. Se privatizaron empresas, se redujeron impuestos y se eliminaron las regulaciones surgidas del crash de 1929 (separación de banca comercial y de negocios).

La globalización aceleró el cambio. Las fábricas se trasladaron a países con mano de obra barata y menos normativas medioambientales, y el sector financiero se volvió estratégico. Wall Street y la City eran los referentes. El bienestar se transformó en consumo, y la libertad se midió en índices bursátiles. España, recién democratizada, sufrió la reconversión industrial con escasa protección social, enfrentando desempleo y cierre de fábricas.

La crisis financiera de 2008 reveló la fragilidad de un sistema tan liberalizado. Europa vivió una crisis de deuda soberana, especialmente en los países "PIGS" (Portugal, Irlanda, Grecia y España). El Estado del bienestar se contrajo y la austeridad se impuso, aumentando las desigualdades.

La pandemia de Covid-19 expuso la vulnerabilidad europea: sin producción local ni autonomía material. Un barco encallado en el canal de Suez bastó para evidenciar la dependencia del libre comercio global. La autosuficiencia y la seguridad energética volvieron al centro del debate.

En paralelo, el mundo pasó de un orden unipolar a uno multipolar. China, India, Brasil, Rusia y Turquía emergieron como potencias con narrativas culturales propias. Estados Unidos, centrado en sí mismo, cambió su motor económico: de la industria del automóvil al dominio tecnológico. Silicon Valley reemplazó a Detroit, y los datos sustituyeron al acero. La libertad se volvió prerrogativa individual y el lema “America First” reflejó una visión libertaria del liberalismo.

El liberalismo social, que buscaba armonía entre libertad y justicia, se diluyó en una cultura de competitividad extrema. La empresa y el beneficio reemplazaron al ciudadano y al bien común. La economía “turbo-tecnológica” afronta desafíos globales: cambio climático, migraciones, desigualdad, crisis energética y salud pública. La pandemia, la guerra de Ucrania, el genocidio de Gaza… demuestran que la interdependencia sin cooperación es debilidad y que la libertad sin responsabilidad puede ser una trampa.

Europa, que delegó su seguridad en Estados Unidos, debe ahora redefinir su destino. El orden y la estabilidad parecen lejanos. En medio de la desregulación y el desorden, la promesa moderna —la fe en que razón y libertad bastan para construir un mundo justo— vuelve a ser cuestionada.

Quizá el liberalismo clásico haya olvidado que la libertad no es solo elegir, sino hacerlo en condiciones de dignidad. Como recuerda Victoria Camps en La sociedad de la desconfianza, es necesario actuar con claridad, transparencia y responsabilidad. La historia también nos enseña que toda promesa incumplida acaba reclamando su deuda.