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Imagen de un lago de Montana (EEUU)

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Pensamiento

Montana

"En Montana la mayoría vota a Donald Trump y es legar la posesión de armas pero, aún y así, quiero ir"

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Mis cenas entre semana siempre dan mucho de sí, especialmente si son citas Tinder con desconocidos que resultan ser hombres íntegros y bien educados, que pagan la cuenta y te dicen que eres mucho más guapa en la realidad que en las fotos de tu perfil. “Gracias, gracias, lo hago expresamente, así solo puedo ganar puntos”, le dije, sonrojándome un poco.

Una de las razones por las que me animé a cenar con él fue saber que tiene un hijo de 15 años cursando el cuarto de la ESO en un pueblo perdido de Montana, en Estados Unidos, porque Montana ha sido mi destino fetiche desde que, con 20 años, vi Leyendas de Pasión (1994). No solo me enamoré perdidamente de Brad Pitt, sino de los paisajes que rodeaban el gran rancho a los pies de las Montañas Rocosas donde vivían el coronel William Ludlow (Anthony Hopkins) y sus tres hijos.

Mi amor por Montana volvió a dispararse diez años después, cuando, viviendo en Beijing, compartí oficina con una periodista nacida en Butte, un antiguo enclave minero que a finales del siglo XIX llegó a ser una de las ciudades más florecientes del oeste americano gracias a la explotación de cobre. Kathleen me explicó que en su día las minas atrajeron a Butte oleadas de inmigrantes asiáticos y europeos, sobre todo irlandeses, como sus antepasados, y que la ciudad llegó a tener el mayor prostíbulo del país, el burdel Dumas. En el momento de su cierre, 1982, era el burdel en funcionamiento más antiguo de los Estados Unidos. Hoy en día es una de las pocas atracciones turísticas de la ciudad, que, para mi suerte, no es un destino recomendado por influencers y guías de viaje.

“Iré a Montana algún día”, le prometí a mi cita Tinder, después de que me enseñara algunas fotos de su hijo bañándose en un lago espectacular, rodeado de montañas, y me contara que ya se ha topado con algún oso. Todavía hoy me sorprendo a mí misma chafardeando en el Instagram de mi amiga Kathleen para ver si ha publicado alguna foto de los increíbles paisajes que rodean Butte. Se me cae la baba.

Otra película que alimentó mi amor por Montana fue El poder del perro (2017), un western dirigido por Jane Campion que narra la historia de los hermanos Phil y George Burbank, dos acaudalados rancheros de Montana en 1925 con personalidades antagónicas. Phil es dominante, poderoso y agresivo, mientras George es apacible y moderado. Cuando George se casa con una viuda del pueblo, Rose (Kirsten Dunst), Phil comienza a despreciar a su nueva cuñada, como si su masculinidad se viera amenazada por su presencia. El poder del perro me ha hecho recordar la brillante campaña sobre masculinidades lanzada hace unos meses por el Ministerio de Igualdad. “Tener huevos te puede servir para muchas cosas: te puedes hacer una tortilla, una empanada, o atreverte a decirle a tu colega que, si vuelve a mandar una foto de esa tía, lo denuncias”, dice el actor Paco León en el vídeo.

En Montana la mayoría vota a Donald Trump y es legar la posesión de armas pero, aún y así, quiero ir. “Creo que es una de las pocas cosas que componen mi lista de deseos por cumplir”, le comenté a mi amigo Lorenzo, con quien cené al día siguiente. Lorenzo sí tiene una lista de deseos. Entre ellos, tener más dinero, “no solo para mí, sino para mis hijos”. Lorenzo es autónomo y se gana medianamente bien la vida, pero le preocupa el futuro de sus hijos: que no puedan costearse una vivienda o que su nivel educativo sea pésimo por culpa de ChatGPT. “Pronto dejaremos de usar el cerebro”, me dijo, con una sonrisa triste. Confío en que se equivoque.