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Pensamiento

Queremos ser sudaneses (del sur)

"Los hay que prefieren enarbolar la bandera Palestina antes que la propia; gente que milita, por lo general, en la extrema izquierda o en el nacionalismo periférico, que considera sagradas las festividades regionales, pero absolutamente insultantes las del que consideran el país vecino"

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Todo país celebra su fiesta nacional, pero yo diría que solo España cuenta con una parte del país a la que le parecen muy mal las celebraciones del 12 de octubre por colonialistas, imperialistas y, probablemente, fascistas. La inmensa mayoría de los habitantes de este bendito país podemos ser considerados, en ese sentido, conformistas en mayor o menor medida. Tenemos el sector entusiasta, que en Madrid madruga para asegurarse un buen lugar en el desfile militar. Luego estamos los que no vamos a desfiles, pero no tenemos nada en contra de que se celebren, sobre todo si el abanderado en paracaídas no acaba colgando de un árbol de la Castellana. Unos y otros sabemos que la fiesta nacional es una tradición universal: a unos les quita literalmente el sueño para ver bien el desfile y a otros no nos lo quita, pero ambos sectores practicamos cierto conformismo, entusiasta o fatalista, ante las fiestas patrias.

En el bando opuesto, están los que prefieren enarbolar la bandera Palestina que la propia, gente que milita, por regla general, en una extrema izquierda que han entendido a su manera, o en el nacionalismo periférico, que considera sagradas las festividades regionales, pero absolutamente insultantes las del que consideran el país (lamentablemente) vecino.

Cada 12 de octubre, unos y otros cumplimos con nuestras respectivas tradiciones. Los conformistas, madrugando para no perderse el desfile o durmiendo hasta el mediodía aprovechando que es fiesta. Los excéntricos, organizando manifestaciones anticolonialistas (o sea, haciendo el indio literal y metafóricamente), insistiendo en que no hay nada que celebrar y considerando la conquista de América un genocidio de tomo y lomo. En uno y otro caso, a las nueve de la noche ya está todo el mundo en casa, cenando y archivando el respectivo ardor guerrero hasta el año que viene.

En la performance del domingo, aparte de las dos absurdas que se colaron en el Museo Naval de Madrid a ensuciar con pintura roja un cuadro de Cristóbal Colón en plena aventura transoceánica, no he visto mucho entusiasmo por parte de los del Club del Genocidio, aparte de las tradicionales salidas de pata de banco de políticos anticolonialistas, separatistas contumaces (como el pacifista Otegui o el fugado Puigdemont), tuiteros radicales y perroflautas universalistas. De lo único divertido del día me entero gracias a mi amigo Antonio Fernández, reportero de El Confidencial, quien me informa en su último artículo de la nueva iniciativa del Consell per la República, cuyas ideas de bombero suelen serme muy útiles cuando ando flojo de temas.

La última estuvo muy bien: retrasar una hora el reloj de los catalanes para no tener la misma que los españoles. Soy consciente de que, desde la aplicación del 155, el lazismo tiene serios problemas para enunciar ideacas que no le metan en problemas, mientras aparenta que las canta claras y pone en peligro la unidad de España, pero aprecio cierta falta de ambición en lo de cambiar la hora en el reloj. La que cuenta el amigo Fernández es otra chorrada pero, por lo menos, se inserta en la tradición indepe de comparar Cataluña con sitios que no tienen nada que ver. Tiempo atrás, se exploró la vía Kosovo (con el éxito de todos conocido). Ahora, el Consell ha encontrado una nación hermana en Sudán del Sur, que alcanzó la independencia en 2011, por lo que lleva 14 años siendo un feliz Estado fallido.

La cosa no va de un hermanamiento entre Cataluña y Sudán del Sur, sino de que han pasado casi tres lustros de la independencia de ese país y ya va tocando ampliar el número de estados en el mundo, en cuyo caso, ¿por qué no empezar por Cataluña? La propuesta surge de un concejal de Junts en Mataró llamado Jordi Castelló, cerebro de la llamada Vía Guineana (inspirada en la independencia de ese país de España, tan bien utilizada por la familia Obiang para lucrarse personalmente mientras se mata de hambre a la población: ¡viva la descolonización!).

La tesis es que, puestos a liberar colonias, España debería seguir haciéndolo con Cataluña que, según el lazismo, es la última que le queda al imperio. Hombre emprendedor, el bueno de Castelló ha enviado cartas reclamando solidaridad a gente tan variopinta como el ministro de Exteriores de Israel (nuestro héroe se ha inventado una predisposición israelí a nuestra liberación), el canciller alemán Friedrich Merz, Giorgia Meloni, Vladimir Putin o Elon Musk (no ha recibido respuesta de nadie, pero todo se andará).

Agotado intelectualmente por lo de retrasar los relojes, Jordi Domingo ha recibido la ayuda de un prometedor miembro del Consell per la República, quien se ha tenido que ir un poco lejos para encontrar el ejemplo liberador, pero parece tener más voluntad que el Alcoyano. Pensar que hay gente que cobra por actividades tan inútiles como las del Consell per la República le pone a cualquiera los pelos como escarpias, pero abunda. Pensemos en Josep Lluís Alay, jefe de gabinete de un político sin gabinete. O en su propio jefe, Carles Puigdemont, muerto de asco en Flandes, pero chupando del bote, como sus dos secuaces, el de la gralla y el de las sisas…

Para celebrar el 12 de octubre, Puchi se ha limitado a emitir su habitual comentario displicente sobre el asco que da España, pero su fiel Castelló ha ido más allá y nos ha mostrado un nuevo espejo en el que reflejarnos: Sudán del Sur. Y así agoniza el lazismo, entre denuestos al vecino e ideas de bombero. En cuanto Sánchez le retire la respiración asistida y ahí no quede un duro, no sé qué va a ser de ellos. Ah, el comité para el reconocimiento universal de la nación catalana atiende por Reconeixement. Y éste se va a producir, sin duda, pero no sé si es el que espera el señor Castelló.