Edificios bombardeados en Gaza
¿Para qué?
"¿Cómo es posible que el gobierno de un país (Rusia, Israel...) quiera enviar a sus hijos de 18 años a matar civiles? ¿Por qué no hay más desertores? ¿Por qué hay gente que se dedica a fabricar y vender armas?"
Ayer el día empezó más o menos bien. Me levanté, desayuné y al cabo de poco rato me enteré de dos grandes noticias: una, que el ejército israelí anunciaba la entrada en vigor del alto el fuego y empezaba a retirar sus tropas de Gaza, y, dos, Trump no había ganado el Premio Nobel de la Paz, lo que me hubiera parecido de una hipocresía repugnante. Un señor que envía el Ejército a limpiar las calles de su país de inmigrantes ilegales y que no respeta a las mujeres o la comunidad LGTBQ está lejos de ser un hombre de paz. El Nobel lo ha ganado María Corina Machado, una mujer venezolana de 58 años “por su incansable trabajo promoviendo los derechos democráticos para el pueblo de Venezuela y por lograr una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia”.
Machado lleva viviendo en la clandestinidad desde las elecciones presidenciales del 28 de julio de 2024, cuando el candidato opositor al que apoyaba, Edmundo González, perdió contra el presidente Nicolás Maduro en unos comicios considerados amañados. El señor Maduro lleva en el poder desde 2013, tras el fallecimiento de Hugo Chávez. En todo este tiempo, cerca de 7,9 millones de venezolanos han huído del país en busca de protección y una vida mejor, según ACNUR. La mayoría –6,7 millones– ha sido acogida por otros países latinoamericanos y caribeños, pero fueron muchos los que huyeron a Estados Unidos, donde ahora el presidente Trump, en su cacería antiinmigrante, ha dicho que ya no los quiere más. Eso explica que en el primer trimestre de 2025 las peticiones de asilo de ciudadanos venezolanos a nuestro país aumentasen un 54% respecto al mismo periodo del año pasado.
Más datos: en Gaza, según el Ministerio de Sanidad palestino, desde el 7 de octubre de 2023 hasta el 1 de octubre de 2025, han muerto cerca de 67.000 personas y 168.000 han resultado heridas. Y, mientras, la cifra de conflictos y desastres humanitarios sigue: Yemen, Mozambique, Ucrania… yo sigo aquí, sentada en mi ordenador, sin hacer nada. Ni siquiera he ido a manifestarme contra la guerra en Gaza, porque sé que no estaría cómoda rodeada de banderas palestinas y gente con la kufiya al cuello definiéndose como “propalestinos” o “anti-Israel”. Yo no estoy a favor o en contra de un país o bandera, yo estoy en contra de la guerra. De una guerra que no logro entender. ¿Cómo es posible que el gobierno de un país (Rusia, Israel, etc.) quiera enviar a sus hijos de 18 años a matar civiles? ¿Por qué no hay más desertores? ¿Por qué hay gente que se dedica a fabricar y vender armas? ¿Duerme bien el CEO de una empresa de killer drones?
Soy una ingenua, lo sé. Una ingenua insolidaria, porque no salgo a la calle a protestar a pesar de que me repugna lo que sucede en Gaza. Sumarme a una multitud para gritar y sujetar pancartas (algunas no de mi agrado) no va con mi forma de ser, quizás porque sufro algo de agorafobia, quizás por defecto profesional -los periodistas deben mantener una posición crítica e imparcial para poder informar -, o quizás porque me parece que no sirve de nada, ni siquiera cuando el conflicto es cercano. En noviembre del año pasado, más de 100.000 personas se manifestaron, no una, sino dos veces, en Valencia para reclamar la dimisión del presidente Carlos Mazón (PP) por la mala gestión de las inundaciones provocadas por la DANA, en la que murieron 229 personas. Pues el señor Mazón no ha dimitido.