Edificios bombardeados por Israel en Gaza
Kiev, Gaza, Estambul
"Mi padre me decía que la paz es lo más valioso: la añoramos cuando no la tenemos. Hay que hacer pedagogía en las escuelas. Sin revanchismo. Hablar de Europa, de la paz, de nuestros valores heredados de griegos y romanos es necesario"
Tres nombres. Tres ciudades. Tres territorios que encarnan las contradicciones morales y humanas de nuestra sociedad europea actual. Desde la distancia física, todas ellas nos recuerdan que nuestra historia y nuestro pasado están estrechamente vinculados a su devenir.
La historia de Europa está presente en cada una de ellas. No podemos entender ni explicar quiénes somos sin hablar de las guerras europeas, de las invasiones en el corazón del continente. Kiev, hoy símbolo de resistencia, ha visto pasar ejércitos en una dirección y, tiempo después, en la contraria. Sin permitir que sus habitantes puedan arraigar en paz.
Estambul, la antigua Constantinopla, es testigo de las guerras religiosas entre cristianos y musulmanes. Las cruzadas —¿se estudian aún en las escuelas?— fueron la excusa para la destrucción en nombre de la fe.
Gaza, tierra bendecida y maldita, deseada por todos, utilizada por muchos, y finalmente abandonada a su propia suerte.
La diplomacia europea ha perdido fuelle. Cohesionar una posición entre 27 países es una tarea casi imposible. Los intereses nacionales pesan más que el concepto de Europa. Mientras se busca un camino para salvaguardar nuestra identidad, surgen voces —a menudo fuera de los circuitos formales de la diplomacia tradicional— que expresan con claridad el sentimiento de muchos ciudadanos anónimos que no comprenden el desatino: ¿por qué se mantienen situaciones de barbarie injustificables?
Que un alcalde visite a otro alcalde detenido por ser adversario político no lo liberará, pero es símbolo de una ciudad comprometida con la tolerancia. Los gestos son solo gestos, sí, pero no despreciemos la suma de muchos gestos. Sin caer en el postureo fácil, en los influencers ni en la violencia disfrazada de derecho a manifestarse.
El mayor gesticulador del mundo está en la otra orilla del Atlántico. Tenemos dos modelos: el de asentir y bajar la cabeza, o el de poner en valor nuestro modelo social. Algunos no dicen nada y siguen a lo suyo. Pero si no defiendes públicamente aquello en lo que crees, luego no podrás rasgarte las vestiduras. Los silencios han sido, demasiadas veces, la antesala de situaciones que luego repudiamos, pero que no supimos evitar.
Afortunadamente, para la mayoría de los ciudadanos europeos —incluidos los españoles— la guerra y la posguerra son imágenes lejanas, propias de quienes nacieron en los años 20 y 30 del siglo pasado. La inmensa mayoría no sabe nada. Hemos tejido un manto de silencio y olvido sobre nuestro pasado reciente. Y si alguien quiere reescribir la historia, no nos escandalicemos después.
Mi padre fue soldado del Ejército británico. Prisionero en Dunkerque, trasladado a Polonia. Siempre me decía que la paz es lo más valioso: la añoramos cuando no la tenemos. Hay que hacer pedagogía en las escuelas. Sin revanchismo. Hablar de Europa, de la paz, de nuestros valores heredados de los griegos y los romanos no es un cuento: es una necesidad.
Llevamos demasiado tiempo discutiendo sobre galgos y podencos. El cansancio de la gente ante la falta de respuestas concretas puede traer respuestas desagradables. La crisis de 2008 dejó secuelas profundas. Las dialécticas de buenos y malos son peligrosas a medio plazo. Expliquemos la historia reciente de nuestro país, de Cataluña, de España, de Europa.
No podemos vivir sólo de gestos. Pero en ausencia de realidades, soñemos que podemos cambiar alguna. Sin postureos. Sin llamadas a la intolerancia. Sin paz no hay ciudades.