Sílvia Orriols, líder de AC Europa Press
Grandes esperanzas
"Sin darnos mucha cuenta, hemos vivido el movimiento político quizás más ridículo de la historia. ¡Cuántas tonterías se han hecho y dicho, qué personajes más frikis salían de debajo de las piedras, a centenares, en flujo incesante!"
Ya sé que la gente anda preocupada. Tiene motivos. Comprendo su inquietud ante los nubarrones en el horizonte. Los nefastos índices de natalidad, el precio de los pisos, las estadísticas que sostienen que sólo un 15% de los menores de 30 años se permiten el lujo de abandonar el hogar de sus padres, el alza imparable de los precios en los artículos de primera necesidad, los sueldos raquíticos. El mundo, gobernado por un asesino sin complejos y un narcisista de manual. Una clase política impotente ante los retos del futuro. Salvo los fanáticos de uno y otro signo, el personal asiste al presente y teme el inmediato provenir, todos paralizados como un conejo en la noche cuando le iluminan los faros de un coche.
Sí, hay mil motivos para la angustia. Pero yo albergo en mi corazón grandes esperanzas. Acuno grandes esperanzas de acontecimientos chiflados, que me saquen de esta apatía, de esta pasividad digna de Oblomov mientras se acerca la ruina y la catástrofe. Y veo la imparable ascensión de la alcaldesa de Ripoll, con su agenda antiinmigración, escucho su voz percutante de ama sádica a punto de someter a su perverso cliente a las más bajas sevicias y humillaciones (eso sí: hablando un catalán impecable, preciso y fino), y me animo. ¡Vienen tiempos interesantes, llenos de inestabilidad y de chifladuras aún inimaginables pero que, según cómo uno las tome, pueden ser muy divertidas!
Quizá el lector piense que soy un irresponsable al pensar así, que soy poco constructivo. Quizá sí, pero, señores: pago religiosamente mis impuestos y procuro no hacer daño a nadie, de manera que creo que tengo derecho a aprovechar el don de la risa, como decía Scaramouche al principio de la famosa novela (y estupenda película, que termina con uno de los mejores duelos a espada, acrobático pero riguroso en cuanto a esgrima, de toda la historia del cine):
“Nací con el divino don de la risa y con el convencimiento de que el mundo está loco. Y ese fue mi único patrimonio”. Bueno, yo tuve más patrimonio, la verdad es que crecí entre algodones, pero comparto con el aventurero de Sabatini la risa y la convicción de que los hechos de la realidad dan muchas oportunidades para la diversión.
Estas jornadas de Barcelona, desperta! que Crónica Global ha organizado con encomiable ánimo constructivo, enfocadas al futuro, y celebrando el décimo aniversario de su existencia, me han hecho echar la vista atrás, a lo que ha sido la política doméstica en esta década.
Ahora, con la distancia sobre los acontecimientos, veo claro que, sin darnos mucha cuenta, sólo intuyéndolo vagamente, hemos vivido el movimiento político quizás más ridículo de la historia de la humanidad.
En efecto, ¿dónde se ha visto una cosa así? ¡Cuántas tonterías se han hecho y dicho, qué personajes más frikis salían de debajo de las piedras, a docenas, a centenares, en flujo incesante! ¡Ricachos lamentando que se les robaba!... ¡Monjas exclaustrándose de sus conventos, desmelenadas, enarbolando banderas, y al mismo tiempo que predicaban la independencia daban recetas para hacer unas magdalenas suculentas o recomendaban la ingesta de lejía para curar todos los males!... ¡Pijos haciendo el okupa! ¡Una gallega llamada Pilar Carracelas llamándome hijo de puta, en vivo y en directo!... ¡Locutores de TV3% saludando a la audiencia a la voz de “¡Puta Espanya!” ¡La alcaldesa de Barcelona inaugurando un monumento a un asesino y negándole el saludo al Rey!…
¡Un presidente de la Generalitat que se retrataba como Moisés-Charlton Heston conduciendo a su pueblo a la libertad!... ¡Otro, que recomendaba beber ratafía sin tasa! ¡Otro que declaraba la independencia de la región, pero al cabo de nueve segundos la suspendía!... ¡Cientos de miles de personas en la Diagonal, vestidas con camisetas amarillas y colocándose, muy ufanas, en la baldosa que sus líderes les asignaban!
Hemos visto embusteros prometiendo no sólo el oro y el moro, sino también helado gratis de postre para todos. Viejos carcamales que abandonaban la residencia de la tercera edad para interrumpir el tráfico en la Meridiana. Jóvenes tan revolucionarios, tan fieros, que quemaban contenedores de basura…
Cada día salía un sujeto inverosímil con un nuevo enredo: un juez redactaba para nosotros una nueva Constitución, pues la que tenemos no le gustaba nada; una pandilla de delirantes escribían una Historia alternativa en la que Leonardo da Vinci y Cervantes son catalanes, y hallaban mucho eco en la tele y la prensa locales. Vimos a un conductor de autobús proclive a sacar el tatuado puño a pasear, convertido en diputado, y luego en consejero de la red de Metro. Vimos a otro taradito que argumentaba en el Parlamento blandiendo una sandalia. Vimos a unos cuantos argentinos convencidos de ser patriotas catalanes; a un tipo que se creía muy ladino –acaba de fallecer, por cierto—tratando de convencer a los rusos de que nos enviasen soldados y tanques...
¡Qué tropa insuperable! No hago el listado completo de gente digamos peculiar, porque me darían las diez.
Todos somos conscientes de que han sido tiempos muy coloristas, y mientras corrían los años y las horas, yo personalmente no me di cuenta de que era un placer –un placer culpable, si se quiere— y un entretenimiento divertidísimo sentarse ante el teclado a desmentir a unos cuantos badulaques, a reírse de otros, a compadecer la necedad de otros.
Y luego, ahora… desde el venturoso 155, el suflé se ha deshinchado y todo se ha vuelto más sensato y previsible. Los abuelos trabucaires han vuelto a sus residencias, a cenar la sopa de la resignación... ¡Qué tedio!
Pero veo en el horizonte el surgimiento, en la estela de la pujante y disruptiva alcaldesa de Ripoll, que se zampa diputados convergentes y ercos como quien come olivas, de una nueva ristra de figuras fanatizadas e irreductibles que nos asombrarán y nos proporcionarán honesto esparcimiento. Los espero con impaciencia. ¡Que lleguen ya los nuevos actores de la comedia!