Circula una foto que, salvo manipulación, muestra a dos exministras vociferando contra la Policía Nacional protegidas aparentemente por sus guardaespaldas, probablemente también miembros del cuerpo, o si no de la benemérita. Por otro lado, medio gobierno ha felicitado a quienes impidieron el final de la 80ª Vuelta Ciclista a España. Que las fuerzas que gobiernan alienten el asalto de las calles es, como poco, curioso porque desde el BOE se pueden hacer muchas más cosas que desde el Paseo del Prado.
Alentar al desorden desde el gobierno puede sugerir que la defensa de la causa palestina haya sido más una excusa que un tema de fondo. Ponerse la kufiya y alterar el discurrir de una prueba deportiva es altamente improbable que varíe el curso de los acontecimientos en Gaza. No es necesaria más sensibilización que la que ya realiza el gobierno y los medios afines y, además, de vez en cuando también se regula algo contra los intereses de Israel.
Se ha atacado un deporte profesional plagado de obreros. Un ciclista profesional tiene, en general, un sueldo bajo e incluso las estrellas están a años luz de cobrar lo que cobran los astros del fútbol o del tenis. Las iras se han concentrado en la participación de un equipo cuyo propietario es una empresa israelí. Corrieron en la 104 Volta Ciclista a Catalunya, el marzo pasado, sin problemas, lo mismo que en julio corrieron en el Tour de Francia. En la vuelta catalana ganaron una etapa y el cuarto clasificado por puntos fue de este equipo. Algo ha pasado en estos seis meses que “toda España” se ha puesto en su contra.
Los boicots a los países no son nuevos, y se suelen hacer para que la opinión pública local presione a sus gobiernos para hacerles cambiar sus conductas, aunque la verdad casi nunca funcionan. Si el gobierno lo considera, se puede trabajar para que Israel no participe en competiciones internacionales, pero de manera coordinada con nuestros socios europeos.
De hecho, el boicot ruso incluye al país, a dirigentes y a una lista de personas, pero no a todo el pueblo ruso. Y es así como, en general, se ha de jugar. Hablar de “los judíos” o “los israelitas” nos retrotrae a un aciago tiempo y eso no lo podemos hacer. Critiquemos a sus dirigentes, presionemos a su gobierno, pero no a alguien por ser natural de un país y mucho menos por practicar una religión.
La comunidad judía mundial es pequeña, poco más de 15 millones en el mundo, aproximadamente la mitad residiendo en Israel, pero tremendamente influyente y relevante. Puestos a boicotear, podemos plantearnos el uso de WhatsApp o Google, muchos de los partidos de la NBA, NFL o incluso alguno de la Liga. El famoso software Pegasus debería quedar en desuso, lo mismo que software especializado usado por las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado.
Nos hemos de plantear qué bancos de inversión pueden operar o qué fondos de private equity pueden comprar empresas. Puestos a boicotear, hemos de ver la marca de nuestros tejanos, o las manos por las que ha pasado el diamante que queremos regalar. Cebarse con un deporte donde el salario mínimo de un profesional de los mejores clubes no llega a 50.000 euros parece algo superficial e inconsistente...
Veremos cuál será la siguiente gracia. La Fórmula 1 de Madrid tiene muchos números, no se sabe si por Palestina o porque los pajaritos no podrán dormir bien, a falta de un gazatí siempre podemos encontrar una noble causa ecologista. Y el arranque del Tour, en julio de 2026, en Barcelona, no está garantizado, si bien probablemente todo dependerá más del buen, o mal rollo, con los ahora socios catalanes, que quién sabe lo que serán entonces, que de si participa, como ha hecho en el Tour 25, el equipo de la discordia.
El medio millón de euros perdido por el ayuntamiento y la comunidad de Madrid para asegurar la llegada de la Vuelta, quedarán en nada comparados con los casi 10 millones que cuesta la Grand Départ Barcelone 2026. De hecho, 3.025.000 euros se cargaron en el ejercicio presupuestario de 2024, 3.630.000 en el de este y el resto el año que viene.
Que el gobierno defienda los valores de quienes le votan no solo es correcto, sino es lo que hay que hacer. Pero querer invadir el espacio de sus vecinos de ideología a través de la movilización de la calle, cargándose los derechos de la mayoría, es otra muy distinta. Por mucho que se faciliten manifestaciones y algaradas, el votante de Podemos y alrededores no se va a cambiar de bando, seguirá votando al original en lugar de a la copia.
Cada día sube un grado el nivel de crispación en nuestro país y poco a poco se nos está yendo de las manos. Mientras tanto, seguimos sin presupuestos, la productividad no sube, el estado autonómico se agrieta y el del bienestar hace aguas. Ojalá no diluvie este otoño en algún lugar del Mediterráneo para acabar de pintar un paisaje más bien gris. Cuando gobiernen “los otros”, ya será tarde para quejarse. Gesticular no suele ser suficiente.