Avisé aquí, sin querer pasarme de alarmista, del repunte de Covid en Estados Unidos, y advertí que lo que pasa allá pasará aquí. No se me hizo caso, ya está el virus rampando por toda Cataluña, y en las farmacias no dan abasto para vender test a gente preocupada porque ha notado unos síntomas que les suenan a algo, a algo especialmente amargo. 

Informado como estoy de estos asuntos sanitarios a nivel internacional, estaba muy preocupado por las manifestaciones y actos públicos del once de septiembre, que suelen reunir a mucha gente y donde es fácil que se transmita el virus. “A ver cuántos caen en cama por haber salido a reivindicar su amado país”. 

Por suerte parece que a las convocatorias ha asistido poca gente. Se comprende: estaban informados del repunte del covid y no han querido correr riesgos. Bien por su prudencia. Toda precaución es poca. 

He puesto la tele: a la vista de la ceremonia institucional en la Ciudadela, ante la sede del Parlament, respiré con alivio: estaban Illa, Rull y Collboni –o sea, el presidente de la Generalitat, el del Parlamento y el alcalde--, y además un batallón de Mossos d'Esquadra, disfrazados con ese uniforme de gala o de opereta ambientada en Borduria –chistera y alpargatas-- que les diseñó el difunto modisto Toni Miró. Ninguno llevaba mascarilla. Ay, ay, ay. 

Pero observé que todos los presentes mantenían cierta distancia entre sí. Menos mal. ¡No quiera Dios que caigan enfermos, adónde iría el país sin estos próceres! ¡Imagínate que sale adelante sin ellos! ¡O que autogestionándose, liberado de sus autoridades, funciona mejor! Sería una catástrofe. 

Ma pareció que todos eran varones. Hombre, esto hace mal efecto. Qué costaba poner a alguna mujer, por aquello de la paridad. Podían haber sacado del desván de los trastos a Ponsatí, a Rahola, a Laura Borràs, a Gispert, a Forcadell, a las monjas locatis… 

E incluso insertar a alguna o algún transexual, por aquello de la inclusividad LGTBI+. Fallecida Carmen de Mairena, por lo menos podrían haber invitado a Bel Olid, que es una escritora que está contra la depilación (por ser una imposición machista) y luce bigote y piernas hirsutas. Podría pasar por trans –con todo el respeto lo digo-- aunque no lo sea. 

Hubiera sido un gesto bonito. Pero aquí ha faltado sensibilidad con las minorías. Quede para la próxima vez. 

Así pues, ahí están los tres varones, muy serios, como si la ocasión fuera de intensa gravedad. Mirando atentamente un mástil gordísimo, en la punta del cual ondea una bandera enorme. Una senyera de cincuenta metros de longitud. 

Esa bandera la ha comprado el señor Rull, pero no pagando de su bolsillo, sino con el dinero de todos los catalanes. Ha costado poco menos de cien mil euros, según informa El Periódico de Cataluña

Miro la bandera y siento lástima por esos cien mil euros tirados a la basura. No sé si Rull, con tan marcial patochada, habrá incurrido en delito de malversación de caudales públicos

Luego, me viene a la mente mi coche: está ya un poco viejo, debería cambiarlo por uno eléctrico, podría conseguir uno chino por cerca de 25.000 euros, pero ahora me va mal. 

Si esos cien mil euros, en vez de gastarlos en una bandera y un mástil totalmente inútiles, Rull los hubiera entregado graciosamente a cuatro catalanes con automóviles viejos –e, insisto, uno de esos cuatro afortunados podría ser yo--, hoy, hoy mismo, el parque móvil catalán contaría con cuatro coches eléctricos más y cuatro coches contaminadores menos, lo cual redundaría en beneficio de la pureza del aire de Barcelona. Y por ende, en beneficio de toda la comunidad autónoma. La bandera, en cambio, no sirve de nada.

Si Rull me hubiera entregado, a mí personalmente, las llaves de un coche eléctrico nuevo, yo, agradecido, le hubiera votado en las próximas elecciones. Los dos habríamos salido ganando. Pero ni se le ha ocurrido, ese hombre es un ximplet. En vez de hacer el bien, prefiere hacer tonterías, ir a la cárcel, esperar el indulto, salir de la cárcel, dar vivas, comprar banderas carísimas… Ximplet

Cierto que el contribuyente catalán no va a notar en sus bolsillos la falta de esos cien mil euros que ha costado la apoteosis banderil: se compra la cosa, se deja a deber, junto con el resto de la deuda pública, y luego viene el gobierno central y condona la deuda. Así que la señera de los cien mil euros en realidad la pagan todos los españoles. 

Aún así, queda feo. 

Luego me he puesto la mascarilla y he hecho una llamada telefónica: sí, hasta para telefonear me pongo mascarilla. Toda precaución es poca. 

Quería visitar un museo, pero no sin antes asegurarme de que está expuesta una obra que de vez en cuando, cuando estoy en Barcelona, me gusta volver a ver. Me atendió una recepcionista bastante simpática. Me dijo que el museo estaba cerrado. 

--Avui és festa, home!       

--Com que festa?... Si és dijous… Quina festa?

--L´onze de setembre! La Diada!  

--Ai, caram, ja me n´havia oblidat.

Bueno, mejor, menos riesgo de contagiarme.