Echar la culpa al cambio climático es muy socorrido. Sirve tanto para una sequía como para una inundación, eso sin olvidar los incendios forestales. Pero tras todas y cada una de las catástrofes naturales se esconde una creciente falta de gestión de un estado pseudo federal que malgasta el dinero en actividades superfluas y en una Administración hipertrofiada, generalmente poco coordinada, en lugar de tratar de estar al servicio de sus ciudadanos. Si algo demuestran las últimas catástrofes es que las Administraciones están cada vez menos a la altura.
La primavera de 2025 ha sido, afortunadamente, una de las más lluviosas de las que se recuerda, poniendo fin a un periodo demasiado largo de sequía. Este patrón es el normal en nuestras latitudes y sí, los últimos años parecen más extremos en calor y en precipitaciones violentas.
Pero tampoco tenemos tanta información del pasado y además del impacto del ser humano en el clima del planeta, el eje de la tierra se mueve (precesión y nutación), la órbita alrededor del sol varía y el núcleo se está frenando. Pero compremos el pulpo de la religión woke y asumamos que estamos en una emergencia climática antropogénica.
Además de cargarse la industria de automoción europea renunciando de manera suicida al motor de combustión interna para regocijo de la industria china y de atar los tapones de plástico a sus botellas en beneficio del lobby de tintorerías y detergentes al incrementarse la probabilidad de mancharse, hay que hacer algo más. Y ese algo más se llama prever y gestionar.
Para paliar la próxima sequía hay que trabajar ahora, cuando no hay urgencia gracias a tener los embalses con agua por encima de la media de la década, en plantas desaladoras y recuperadoras de agua. Si los países ricos de Oriente Medio no tienen problemas de agua, mucho menos deberíamos tenerlos nosotros.
Para las lluvias torrenciales, que llegarán de nuevo en otoño pues el Mediterráneo está muy caliente, hay que trabajar en canalizar torrentes y ramblas y, sobre todo, limpiar las existentes de cañas y residuos. Y con los bosques… hay que gestionarlos especialmente en invierno y primavera. No se trata de tener un hidroavión más o menos, se trata de evitar que los incendios sean incontrolables.
España es el cuarto país europeo con más masa forestal, solo detrás de la parte europea de Rusia, Suecia y Finlandia. Contribuye a ello la superficie de nuestro país, de los más grandes de Europa, y que el interior, salvo Madrid y Zaragoza, está prácticamente despoblado.
Cerca del 40% de nuestra superficie es forestal, y creciendo, porque en 1975 teníamos unos 12 millones de hectáreas superficie forestal, ahora son casi 19, más de un 50% de crecimiento. Tiene que ver la repoblación, pero también el abandono del campo.
Los países europeos que más incendios tenemos somos los del sur, entre otras cosas porque en verano hace mucho calor y llueve poco. Ahí, quien se lleva la palma es Portugal y de nuevo las estadísticas de España, hasta ahora, no son tan malas.
En los últimos 25 años se ha quemado el 60% de masa forestal en Portugal, el 25% en Grecia, el 20% en Italia y “sólo” el 8% en España. Pero España es de los cuatro países del sur de Europa el que menos invierte en prevención, la cuarta parte que la media, y bajando.
Los deberes no son tan complicados, hay que limpiar los bosques, crear y mantener los cortafuegos y dejar de ver el bosque como una mera atracción turística. Tras una primavera lluviosa hay que intervenir sí o sí para evitar que la maleza se convierta en pasto de llamas. Hay que limpiar el bajo bosque y retirar maleza y ramas caídas, como se ha hecho siempre hasta que nos hemos vuelto eco-tontos.
Tenemos temporeros sin trabajo en invierno, inmigrantes irregulares y personas que necesitan acudir al Ingreso Mínimo Vital. Generemos para todos, pero para ellos en particular, oportunidades de un trabajo digno y útil para la sociedad. Además, contribuiremos a dar una nueva vida a pueblos que se están vaciando poco a poco. La mano de obra, con imaginación, sobra en España. Lo que falta son ganas de hacer cosas. No tiene sentido dejar que la naturaleza “fluya” si luego queremos apagar los incendios. Hay que prevenir.
Con la visión urbanita y alejada de la realidad de nuestros políticos, las competencias de medio ambiente corresponden al Ministerio de Energía, travestido en Ministerio de Transición Ecológica y Reto demográfico. Es un movimiento ideológico profundo por el que se mezclan muchas cosas.
Parecería más coherente que de los bosques se ocupase quien se dedica al campo, es decir, el Ministerio de Agricultura. Cuando había un organismo dedicado a los bosques, el Icona, éste dependía de Agricultura. Hoy las funciones de bosques se entrelazan con centrales nucleares, abastecimiento de gas y muchas, demasiadas cosas.
Los bosques no son una cosa para visitar en fin de semana, son parte de nuestra vida, de nuestro campo. El sector primario, y los bosques lo son, bien merecen una atención específica, no son un mero lugar para que los de ciudad se vayan el fin de semana.
Lo malo es que éste será uno de los peores años en lo relativo a los incendios forestales, a la altura de los horribles 1985 o 2022, pero aprenderemos entre poco o nada. Los bosques seguirán descuidados y durante los próximos veranos seguiremos viendo llamas y desolación a la hora de comer en la televisión.
Este año además, con víctimas mortales y al menos un pueblo arrasado por las llamas. Eso, y los mapas teñidos de rojo oscuro, seguirán alimentando el mantra de la emergencia climática cuando lo que hay es una creciente carencia de gestión.