Cuando los datos son claros, no hay relato que valga. El 25,8% de los delitos, los comete el 12,7% de nuestra población, aquella que no ha nacido en nuestro país. Las cifras son mayores en hurtos (34,27%), robos (33,98%) y delitos contra la salud pública (32,65%), así como en delitos sexuales (37,3%).

En Cataluña, los extranjeros, que son el 16% de la población, cometieron el 42% de los delitos. Las cifras de reclusos muestran la misma tendencia, constituyendo el 50,11% de la población reclusa en Cataluña y el 43,1% en Madrid. Resumiendo, la tasa de condenas es de 5,8 condenados por cada 1.000 habitantes para nacidos en España y de 14,6/1.000 para no nacidos, es decir, 2,5 veces más. Son solo datos. 

Pero quedarse con los datos no sirve para nada, salvo para lanzarse los trastos a la cabeza quienes consideran que mirar las estadísticas ya es una discriminación o quienes se toman la justicia por su mano, algo que lamentablemente parece ir a más, especialmente si los medios se regodean en el espectáculo montando especiales que no merecen ningún calificativo que deba reproducirse en una columna de opinión. 

No es casualidad que los datos sean así porque tenemos una pésima política de inmigración. Por un lado, somos permisivos en el acceso, y luego no sabemos qué hacer con quien entra sin papeles y, por tanto, tiene muy difícil el acceso al mundo laboral.

Los hay que encuentran subempleos, facilitando la explotación laboral, y los hay que intentan buscarse la vida de varias formas, incluida la delincuencia, eso sin olvidar quienes logran una paguita jugando con las debilidades de un Estado del bienestar que camina con paso firme a su colapso.

Lo que ocurre con los menores no acompañados es de libro. Se les hospeda y alimenta hasta su mayoría de edad y luego se les deja tirados en la calle. ¿Qué podemos esperar de esta situación? Nada bueno.

Que España necesita emigrantes es, también, un dato. Somos una población que envejece y que está por debajo de la tasa reproductiva de mantenimiento, sin inmigrantes seremos menos dentro de poco. Con 1,12 hijos por mujer estamos condenados al envejecimiento y a la caída de la población.

Sin inmigración, en 2050 seríamos ocho millones menos de habitantes. Y con ella, el porcentaje de población no nacida en nuestro país seguirá creciendo, llegando a superar el 40% en 2070, si no antes. Al paso que vamos, la mayoría de la población en España será inmigrante antes de que acabe el siglo, algo que ocurre en varios países del mundo.

Pero la inmigración hay que gestionarla. Se pone como ejemplo la emigración española a Alemania para alentar nuestro sentimiento de acogida. Es un buen ejemplo, a Alemania se emigraba a través del Instituto Español de Emigración, es decir, gestionando en origen, con contrato, con certificado de penales, con examen médico y para un tiempo limitado, no valía con plantarse en la frontera y querer entrar

Y sin irnos tan lejos, nunca ha sido sencillo ir a trabajar a Estados Unidos, ahora menos, y Reino Unido, desde el brexit, se parece bastante a Estados Unidos. Pero en China, en Emiratos y en casi todos los lugares del mundo, entrar y quedarse no es tarea fácil, algo que parece lo es en Europa en general y en España en particular. 

Toda sociedad tiene el derecho, cuando no la obligación, de regular el flujo de personas en sus fronteras, de lo contrario pasa lo que ahora vemos en España, el buenismo se está girando y en más de un caso pagan justos por pecadores.

España nunca ha sido xenófoba y ahora llevamos camino de serlo. La realidad es que lo que se produce es aporofobia, el rechazo al pobre. Si quien viene es rico lo tratamos genial, venga de donde venga, pero es más fácil decir que rechazamos a los de fuera que a los pobres.

Tras los altercados que se suceden de vez en cuando lo que subyace es la impotencia ante conductas delictivas flagrantes de unos pocos amparadas o por un Código Penal que debiera actualizarse ante la okupación o la multirreincidencia o, simplemente, por el victimismo fomentado por quienes dicen proteger, pero no hacen nada. 

Tenemos que aprovechar la necesidad de abrir nuestras fronteras para planificar nuestro mercado laboral. Quienes vienen a nuestro país no son, en general, trabajadores cualificados. Aprovechemos nuestras necesidades, enseñémosles oficios que necesitamos y así todo el mundo saldrá ganando. Mirar para otro lado es evidente que solo hace engordar el problema hasta que estalle.

La ultraderecha no necesita hacer campaña, se la hacen unos con su inacción y otros con su demagogia.