La corriente dominante del ecologismo urbanita actual, que no de los profesionales, es dejar que la naturaleza campe a sus anchas, sin interferir en ella.
Estamos felices cuando hierbas y matojos crecen sin control en primavera, aunque luego se sequen y se conviertan en hojarasca y, sobre todo, en combustible para los incendios.
Una cosa es renaturalizar y mantener; otra, dejar que las cosas sucedan sin el más mínimo control.
Un cauce de tierra, con algunas plantas, es cierto que hace que el agua de ramblas y rieras baje con menos velocidad que si estuviese recubierto de hormigón, pero es imprescindible mantenerlo, no vale con sacarse la foto de la inauguración.
Las plantas crecen, se secan, se multiplican… Si no se hace nada, las plantas secas forman un tapón mucho peor que el efecto del hormigón. Las cañas, por ejemplo, son una especie invasora que hay que mantener acotada.
Cada vez que se produce una avenida, vemos como el agua arrastra una enorme cantidad de ramas y cañas secas, tantas que en algunas ocasiones llegan a taponar los ojos de los puentes.
La borrasca Glòria, en 2020, arrastró a un gran número de playas del levante la suciedad almacenada en ramblas y rieras. Proteger la naturaleza implica limpiar, no solo eliminar albarradas y otros elementos de contención que es cierto que interrumpen el paso de los peces, pero protegen de las riadas.
Lo mismo ocurre con los bosques. Como cada vez se explotan y se cuidan menos, la maleza crece y sirve de combustible perfecto para los incendios. Cada año hay menos ovejas y cabras que comen, y limpian, la maleza.
La tontería woke llega al extremo de multar a quien intenta limpiarlos porque proteger ahora es sinónimo de no tocar. Debemos de ser conscientes de que el abandono del campo está haciendo más y más peligrosos los bosques.
En 1978, había menos de 12 millones de hectáreas de masa boscosa en España. Hoy casi son 20 millones, lo que significa un crecimiento de casi el 70%. España no se desertifica, al contrario, la vegetación está conquistando terreno cada año.
España ahora es el segundo país de Europa con mayor superficie forestal, solo por detrás de Suecia, y el tercero en superficie arbolada, pues Finlandia se coloca la medalla de plata. Si tenemos una primavera lluviosa, como la de este año, el bosque está ahora lleno de maleza descontrolada.
Nuestras Administraciones son expertas en despilfarrar. Seguro que podría encontrarse dinero en muchos lugares de nuestros presupuestos para dotar a los ayuntamientos de fondos que permitiesen contratar brigadas de limpieza de bosques.
Tenemos mano de obra no cualificada suficiente que malvive con trabajos no siempre legales. Este tipo de trabajos sería una excelente forma de insertarles en el mercado laboral, además de fijar habitantes en zonas con serio peligro de abandono.
En 2009, IU-ICV-LV presentaron una proposición no de ley para que el 1% de los presupuestos de infraestructuras públicas se dedicase a la limpieza y mantenimiento de los bosques. Se inspiraba en el modelo del “1% cultural” (que destina un porcentaje de los presupuestos de obra pública a la conservación del patrimonio histórico.
Sea por la crisis, sea porque pasado el verano nadie se acuerda de los incendios forestales, la proposición pasó al cajón de los buenos deseos.
No deja de ser curioso que a quienes se les llena la boca con la emergencia climática luego sean incapaces de hacer algo para reducir su impacto, más allá de lanzar alarmas de manera indiscriminada y cortar el tráfico ferroviario preventivamente.