En los últimos días se han celebrado diversos actos conmemorativos en recuerdo de la constitución de instituciones importantes. Hace ya 40 años se crearon el ICF (Institut Català de Finances) y el IRTA (Institut de Recerca i Tecnologia Agroalimentàries), piezas clave si Cataluña aspira a ser un país moderno. Su fundación contó con un amplio consenso y se enmarcó en la etapa de reconstrucción de la Generalitat.
Esta reflexión viene a propósito del clima general que vivimos actualmente, y también de algunos gestos que permiten albergar esperanza. Las imágenes de los actos del ICF y del IRTA transmitían un reconocimiento sincero a gestores públicos de distintas sensibilidades políticas.
Me detendré especialmente en el caso del IRTA, por mi antigua vinculación. El actual conseller de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación, Òscar Ordeig, ha mostrado desde el inicio su voluntad de convocar a sus antecesores, un gesto destacable. Ignoro si en otros ámbitos del Govern esta práctica es común, pero resulta aún más relevante si se tiene en cuenta que, con el paso del tiempo y de las elecciones, las sensibilidades políticas han sido diversas.
Estos aniversarios, junto con los gestos del conseller y un reciente artículo publicado por Manel Mas, exalcalde de Mataró, en la revista Nou Cicle, me inspiran algunas reflexiones:
Las personas deben estar al servicio de las instituciones, sean públicas o privadas, y no pretender convertirlas en un patrimonio personal. A menudo, ciertas prácticas y actitudes son claramente mejorables. Quien se cree imprescindible y eterno, mala señal. Desgraciadamente hemos tenido y
tenemos muchos ejemplos de visiones patrimonialistas.
Quienes hemos tenido el privilegio de servir a una institución debemos saber ponernos a disposición de los nuevos responsables. Pero es fundamental entender bien qué significa “estar a disposición”. Si te llaman o te consultan, perfecto. Si no, lo mejor es guardar un educado silencio. Ser respetuoso con las nuevas gobernanzas. Hacer de agorero, repetir que “en mi época se hacía mejor” o ir dictando cómo deben hacerse las cosas hoy, no ayuda. Los contextos son cambiantes y sus dificultades también. Saber entender la realidad es responsabilidad institucional. Los llamados “jarrones chinos” son frágiles y complicados de ubicar.
Existe un espacio para la reflexión, para el consejo. Otro para la acción. Aprender a transitar los cambios generacionales es clave y no fácil. Tal vez sea un aprendizaje mutuo: saber pedir, saber explicar. Quizá, recuperando la memoria del pasado y reconociendo las pequeñas piedras que han ido construyendo nuestras instituciones, podamos también recuperar consensos.
Los aniversarios han de servir para poder sentirnos orgullosos del trabajo realizado, con la historia acumulada pero siempre mirando al futuro.