La ‘Chunga’, el embrujo de los pies desnudos
La bailaora del distrito V de Barcelona despojó de complejos a los entendidos y encandiló a los profanos, toreó con Dominguín y como pintora naíf descubrió el mundo de las salas de arte en España y media Europa
Gitana de mano robada en el baile de la torsión, dama del flamenco racial y pies desnudos: la Chunga. Micaela Flores Amaya nos ha dejado a los 87 años. Su mito de bailaora callejera florece durante la fusión entre la inteligencia alternativa y el jondo. Se entrega al medio siglo y agita los corazones de los setenta con un arraigo similar al del cantaor Manuel Gerena. Nunca se suelta el pelo delante de Camarón, como lo hace Lola. No ha sido mujer de tablao turístico, aunque si gacela sobre las tablas durante más de tres décadas, el tiempo en el que forjó su fama y nombre internacional. Firma un juramento de arte; ama la rumba catalana en las noches de palmero y Pescailla; y un buen día, se lleva el flamenco a Hollywood
Su ronda persigue sombras en el viejo Odeón de la calle Sant Pau, allí donde se conservó un organillo anarquista, conocido con el sobrenombre de Tierra y Libertad, que había sido muy activo un siglo antes, durante la Semana Trágica. Atraviesa una infancia difícil en las barracas del Somorrostro y, desde niña, baila descalza en la Calle Escudellers, a cambio de propinas.
Conoce la puerta herrumbrosa y dulce del Distrito V, un enjambre de pensiones, relojerías, tiendas de música e instrumentos; un mosaico de baños higiénicos medicinales, expendedores de gomas, consultorios prostibularios y ortopedias. Vive por un corto tiempo en la calle Sant Pau junto a la librería teatral Millà y la tienda de bibliófilo Palau i Dolcet, ambos vecinos del Cine Diana, convertido en proscenio y dirigido por Mario Gas, durante el tardo-franquismo.
El pintor Paco Rebés la descubre en una de sus actuaciones callejeras y poco después, su arrolladora danza llega al corazón inerme de Salvador Dalí, un “desaborío”, en palabra de la bailaora fallecida. El sabio de Port Lligat dispone un lienzo en el suelo con varios tubos de pintura abiertos para que ella baile descalza y desparrame el color hasta recrear un cuadro con los pies. Ella huele a trementina y pinta al son del rasgueo del guitarrista Ramón Gómez; nace así un nuevo estilo al que la Chunga dedicará una gran parte de su vida desde aquel momento. Como pintora naíf descubre el mundo de las salas de arte en España y media Europa. Transporta lo que desborda. Imprime corazón; despoja de complejos a los entendidos y encandila a los profanos.
La Chunga besa el suelo que pisa Carmen Amaya -su tía carnal-, la inigualable, y entra de lleno en el corazón de la Rosa de Fuego, la ciudad libertaria y culta, a menudo entregada. Arranca su paso por el cine, contratada y rechazada simultáneamente para rodar Los Tarantos, la película de Rovira-Veleta. Más tarde, aparece en el reparto de directores consagrados, como José María Forqué o José Luis Gonzalvo, con quien contrae matrimonio y tiene tres hijos, Curro, Luis y Pilar.
Desde las afueras de Marsella
Su última aventura en el celuloide, Pápa Piquillo, rodada por Sáenz de Heredia en 1998, le devuelve la infancia dura junto a Chiquito de la Calzada, en el papel de abuelo de una saga de barraquismo y pan negro, enclavada en el pasado de la propia bailaora. Nunca deja de moverse, aunque sea sobre un tamiz hecho a base de cáscaras de cacahuete; entra sobre las tablas en el siglo XXI y solo se retira cuando sus pies rotos dicen basta, maltrechos por la herencia de un taconeo sin zapatos.
El recuerdo permanece; es un camino que se bifurca entre Francia y España. La Chunga no nació en las barracas de la falda de Montjuïc; salió al mundo dentro de un carromato tirado por un burro en las afueras de Marsella. Está acostumbrada al bravo atardecer de una niña que tuvo que defenderse de las vagas insinuaciones y las imprecisas referencias; conoce la rudeza del camino en caravana, el canto rodado. Tantas veces le pidieron la rumba y otras tantas, siendo gitana, se quedó sin seguidilla ni soleá.
Triunfa en el Corral de la Morería y en el Café de Chinitas, en Madrid; recorre la Costa Brava de Tharrats y Cuxart, la Sierra de Tramontana de Miró y las playas escondidas de la Costa Azul, donde conoce a Picasso. En Palma de Mallorca establece su pequeño reducto solar, un rincón con mirada a Formentor en el que Camilo José Cela defiende su revista, Papeles de son Armadans y, de tarde en tarde, le enseña a leer a la Chunga.
Por un tiempo lo tiene todo donde no había nada. Se ha visto bandeada, en parte de su infancia y primera juventud, en la Barcelona canaille, entre Nou de la Rambla y la Puerta de Santa Madrona. Baila con dulzura y rabia en la acera del London Bar, un auténtico caudal de absenta, el licor de los poetas malditos en el París de Baudelaire y Rimbau. Allí, sobre el suelo, levanta los encendidos colores del China-Town barcelonés, hoy desperdigado por la gentrificación del Raval, que tanto lamentaron las crónicas de Sempronio y Carandell.
Torear con Dominguín
La joven Chunga recupera el resuello en la pequeña barra marmórea del Cazalla, el chringuito de madrugada frente al monumento de Francesc Pitarra en la Rambla de Santa Mónica. Atraviesa ligera la mancebía en enjambre de interiores tapiados en dirección al antiguo teatro de la Santa Creu, camino del Villa Rosa, donde murió en un altercado el Platanillo, el aparcacoches coches de la mítica Bodega Bohemia.
La dulce Chunga de nuestras calles frecuenta los accesos al pasaje de Lluís Cutxet, escritor y periodista de la Renaixença, donde todavía permanece la arqueología de las guías secretas que respetó la ciudad olímpica. Nadie se atreve a tocar el Bar Pastís, muy cerca de locales nocturnos como la Taurina o la Criolla; y así, siguiendo la recua tauromáquica, alcanza el éxtasis en Los de Gallito y Belmonte, el último superviviente de una capitulación entendible, pero difícil de aceptar.
La Chunga lo ve todo desde el Cielo y, por un instante, recuerda que, en una capea con los Ordóñez, ella toreó con el capote, al alimón, junto al maestro Luis Miguel Dominguín. El baile es una unidad expresiva de orden dramático; es también, en este caso, el torso serpenteante con el que la Chunga chungó a muchos admiradores sin fuego real, merecedores del sarcasmo de Clement Marot: Jamais n’eusse creu -dice ella- que vault ce petit membre là. Vive en un mundo de cabestros, pero es ella y solo ella quién deshace la margarita de la pasión que levanta su pie descalzo bajo un bucle de sus velos.
La queremos.