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David Bowie, sí, un auténtico icono, pero también muchos otros y durante décadas.

Con un sentido del humor enorme, pero con un semblante muy serio, la escritora y novelista Fran Lebowitz le explica al director de cine Martin Scorsese, en la serie Supongamos que Nueva York es una ciudad, que la discoteca Studio 54 “no se podría entender sin la comunidad gay. Todos queríamos ir, y supuso una enorme vía de expresión para el colectivo, donde escuchábamos y bailábamos una nueva música”.  

La influencia gay, de la ahora llamada comunidad LGTBIQ, ha sido determinante en la música, tanto que Darryl W. Bullock ha señalado que sin ella “la música moderna no existiría”. Es el autor de David Bowie me hizo gay, 100 años de música LGTB, un libro escrito con pasión, --editado en español por Malpaso-- pero con el propósito firme de constatar una realidad, la de unos músicos que inyectaron algo nuevo, algo trascendental para entender las sociedades modernas en Occidente.

Fran Lebowitz bailaba en Studio 54, en lo que había sido un teatro, transformado en discoteca, donde se quería estar, mostrar, “ser uno mismo”. Y uno de los principales iconos, en la década de los 70, fue, claro, David Bowie, que siempre jugó con la ambigüedad, con la identidad camaleónica, aunque en un determinado momento se define con claridad.

Portada del libro de Darryl W. Bullock

Lo hace en 1972, cuando contó a Melody Maker que era “gay y siempre lo había sido”. Los músicos no se mostraban con esa desnudez, por lo que Bowie rompió moldes. Bullock, escritor británico, especializado en historia de la música, lo constata: “Para la generación que engendraría a las estrellas pop gay de los años 80, la extravagancia y andrógina sexualidad de Bowie fue una revelación”.

Bowie viró, quiso mantener su ambigüedad. Pero su definición, o el hecho de haber querido mostrarse, como homosexual, lo fuera o no a tiempo completo, abrió muchas compuertas. Bullock incide en ello, al señalar que para “miles de jóvenes LGTB de todo el mundo la vida pasó a ser un poco menos sofocante”.

Ciudades libres

Con posterioridad esa identificación ha resultado casi grotesca, con festivales como Eurovisión, captados por la comunidad gay. Pero, más allá del deseo de expresarse, de mostrar el “orgullo”, hay una música detrás, unos cantantes y músicos que exploraron, con letras atrevidas y sugerentes, y con una ide también fundamental: el baile, la diversión, el disfrute del momento, sin el peso que proponían las grandes bandas de rock sinfónico de esa larga década de los setenta.

El autor ahonda en la trayectoria de numerosos artistas como Marlene Dietrich, Billie Holliday, Freddie Mercury o Little Richard. La influencia de la comunidad gay es de suma importancia en el nacimiento del jazz y también del blues. Hay espacio para algunos olvidados, como Pansy Craze, en el periodo de entreguerras. Eso lleva a Bullock a escribir sobre fiestas drag en los años treinta, y, por tanto, de la Alemania de Weimar, de un Berlín libre, que deseaba disfrutar el momento, a pesar de las penalidades económicas y de la inflación que sería letal.

Un emblema de creatividad

Hubo, por tanto, ciudades donde primó la libertad y la creatividad, desde Berlín a París y Londres y Nueva York. Lo que pasó después fue mucho más oscuro. Los artistas gays se refugiaron en la clandestinidad. El invierno fue largo.

Imagen de la portada de uno de los discos de David Bowie / CREATIVE COMMONS

Pero el sol volvió a salir. Y ahí aparece David Bowie como catalizador o como emblema de una nueva forma de entender la música y la expresión artística. Antes ya había llegado el rock and roll, y el swing de los sesenta. Y en la misma década de los setenta haría aparición el Punk y luego el glam de los años ochenta. Todo ese recorrido lo podemos hacer de la mano de Bullock siempre a partir de la influencia de una comunidad LGTB que marcaría al resto de manifestaciones musicales.

Un momento clave fue el de la revuelta de Stonewall. El escritor musical señala que fue crucial, pero que no se puede olvidar lo que ya había sucedido mucho antes. Fue en 1969, a partir de unas manifestaciones espontáneas y violentas en protesta por una redada policial en un pub de un barrio de Nueva York.

Una banda sonora

Bullock describe aquella situación: “El mundo tiende a considerar los disturbios de Stonewall en 1969 como el amanecer de nuestra era de empoderamiento, pero los músicos gays, lesbianas, bisexuales y transexuales llevan causando sensación mucho más de cincuenta años. Los músicos LGTB han impulsado muchas de las etapas más importantes en el desarrollo de la música durante el último siglo, y esa música, a su vez, ha proporcionado una banda sonora a nuestra comunidad para su lucha por la aceptación y por la igualdad en todo el mundo”.

Creatividad, por tanto, que se brinda al mundo, y que sirve, también, de autoafirmación para el colectivo, como un instrumento de lucha.

“¿Quién no quería estar en ese momento en Studio 54?, todos nosotros, para dejarnos ir, para mostrarnos tal y como éramos, pero también todos los que querían ser alguien en Nueya York”, le dice Fran Lebowitz a Martin Scorsese.

Y, mientras, Bowie iba desarrollando una carrera muy personal, rompiendo estereotipos, ayudando a mucha gente. David Bowie me hizo gay.