Hubo una época, allá por los años 80 del pasado siglo, en la que escuchaba cada noche la canción del efímero grupo madrileño Paraíso Para ti. No lo hacía de manera voluntaria, pero agradecía la escucha, aunque ello significara que me echaban de mi bar favorito, el Gimlet, cuyo dueño, Javier de las Muelas, había elegido esa canción para anunciarnos que su pequeño y acogedor establecimiento del Born barcelonés cerraba las puertas y que ya nos veríamos, con mucha probabilidad, al día siguiente. La canción la cantaba Fernando Márquez (Madrid, 1957), que es, probablemente, el mayor excéntrico que vieron los tiempos de la Movida Madrileña y uno de los personajes más curiosos e interesantes del pop español con el que su país no ha sabido muy bien qué hacer y ha tendido a considerarlo, erróneamente, una nota a pie de página en el libro de la música popular nacional.
Le conocí cuando estaba al frente de La Mode, el único grupo madrileño, junto a Radio Futura, que sabía exactamente lo que quería en unos tiempos en los que imperaban el entusiasmo y la buena fe sobre las propuestas realmente logradas. Era un tipo no muy alto, con una gran nariz (que luego se operó, aunque muchos pensábamos que le quedaba mejor la napia original, ya que, visto de perfil, se parecía al Buitre Buitáker de Miguel Gallardo), que vivía con sus tíos y que decía que era falangista. Musicalmente, su eclecticismo le permitía compartir sin problemas su amor por Roxy Music con su interés por la Incredible String Band o su devoción por Vainica Doble. Empezó con un fanzine en 1977, La liviandad del imperdible, y enseguida creó el grupo seminal de la Movida, Kaka de Luxe, junto a gente como Carlos Berlanga, Alaska, Nacho Canut, Enrique Sierra o Manolo Campoamor, un grupo en el que, en la línea de los Sex Pistols, nadie sabía tocar ni cantar, pero que fue capaz, no me pregunten cómo, de fabricar grandes canciones y ser el nido del que volarían los Pegamoides, Radio Futura y La Mode.
Ajeno al signo de los tiempos, Fernando no probaba las drogas ni el alcohol. No parecía necesitar tales estímulos, de la misma manera que Obelix no recurre a la poción mágica porque se cayó de pequeño en la marmita en que se cocinaba. Su falangismo, que tantos problemas le acabó causando a lo largo de su extraña carrera, parecía una opción estética basada en sus lecturas de Junger, dado que abominaba de la dialéctica de los puños y las pistolas y se le veía más cercano a Bryan Ferry que a José Antonio Primo de Rivera. Se podría haber ahorrado la versión pop del Cara al sol que grabó para unas elecciones generales, pero nunca me pareció que estuviéramos ante un genuino fascista, sino, en el más extremo de los casos, ante un intelectual excéntrico muy aficionado a los comics que tanto podía disfrutar de las aventuras de Tintín como de las de Makoki.
Cuando La Mode ya había grabado su primer disco, el magnífico El eterno femenino, Fernando apareció por Barcelona con sus cómplices Mario Gil (teclados) y Antonio Zancajo (guitarra) y se las apañó para que los defensores de la línea clara (Cairo) y de la línea chunga (El Víbora) se tomaran una tregua para comer con ellos (la supuesta pugna era más bien una manera de divertirse, pues, a fin de cuentas, todos estábamos metidos en lo que acabó revelándose como un negocio ruinoso). El encuentro fue muy estimulante y extremadamente fácil de organizar, ya que La Mode gustaba por igual a claros y a chungos. A día de hoy, sigo pensando que El eterno femenino es el mejor disco de la llamada Movida Madrileña, con el permiso de Radio Futura y su La ley del desierto/La ley del mar.
Tras un segundo álbum de La Mode, Fernando disolvió el grupo como había disuelto Kaka de Luxe o Paraíso. Entre 1986 y 1989 estuvo al frente de Proyecto Browning, grupo así llamado por la admiración del cantante hacia Juan Eduardo Cirlot, que nunca rozó la (relativa) popularidad conseguida por La Mode (que contó con el apoyo del gran Mario Pacheco, que en paz descanse). Y el amigo Fernando fue regresando paulatinamente a la marginalidad, grabando cada vez menos, colaborando en radios, revistas alternativas y fanzines y no sé si conservando su peculiar ideario falangista. Hace tiempo que no lo veo y que no sé a qué se dedica exactamente, pero siempre recordaré lo contento que se le veía en aquel papeo de comiqueros, cuando parecía que El Víbora y Cairo vivirían eternamente y que La Mode tendría una carrera larga y repleta de éxitos.
Creo que el Gimlet cambió de dueño, pero no sé si sigue cerrando sus puertas a los acordes de Para ti porque dejé de beber hace años.