Siniestro Total, pajas, tintorro y ‘blues’
El grupo gallego pone término a su carrera, sostenida durante cuatro décadas de carretera, gamberrismo, discos y conciertos, con canciones que entroncan con la mejor tradición 'rock'
31 mayo, 2022 20:10Cuarenta años dan para tanto, más aún en el peculiar universo del rock, que en última instancia todos hemos acabado pensando que Siniestro Total han estado con nosotros desde siempre. Y seguramente esto explique el llamativo y espectacular contraste entre los últimos años de la banda, que –como los obreros de la furgoneta y el directo que siempre fueron– se ha prodigado sin mirarse los anillos en conciertos en pueblos sin gloria y fiestas patronales de la España toda ante audiencias fidelísimas pero no exactamente multitudinarias, y su apoteósica despedida en el WiZink Center de Madrid, en dos conciertos celebrados bajo el lema, tan propio de ellos, 40 años sin pisar la Audiencia Nacional. Porque sí, en efecto, lo que parece existir desde siempre normalmente lo damos por consabido, y por permanente, pero no: ocurre que se acaba también. Y entonces corremos a agotar las entradas en unas pocas horas.
No se merecía menos el querido grupo gallego –resulta difícil, por no decir imposible, encontrar a alguien tan enemistado con la vida como para no sentir hacia ellos, como mínimo, simpatía– que ese baño de masas y ese tremendo fiestón en Madrid para certificar un adiós que aseguran que es definitivo y que han entonado con absoluta fidelidad a su estilo, sin falsas nostalgias ni penas sobreactuadas. Al contrario, de hecho. No en vano el rock, eso nos han dicho siempre sus canciones, innegociable, incansable, irreverentemente, es para divertirse. Y creyeron los vigueses con tal firmeza en ello que sin descomponer el gesto burlón han sorteado habilidosamente un peligro en el que otros grupos de intenciones más o menos similares pero con un talento muy inferior se han estrellado: el de acabar haciendo únicamente canciones-chiste.
De hecho, a menudo su salvaje sentido del humor, la concepción satírica y en general el gamberrismo de su planteamiento han eclipsado el vasto y apasionado conocimiento de la tradición rock (pero no sólo) sobre el que se asientan las composiciones de Siniestro Total, un grupo mucho más culto –nos atraveríamos a afirmar– que tantos otros que han comprado, para vanagloriarse mostrándola a las primeras de cambio, toneladas de mercancía intelectual averiada.
Se aprecia todo esto con especial claridad en las muchas versiones que han ido grabando desde sus comienzos, desde el imbatible y pletórico himno a la morriña que es Miña terra galega, su idiosincrática reinterpretación del Sweet Home Alabama de Lynyrd Skynyrd, hasta tantas otras, como Corta o pelo, landrú (basada en el sensacional riff de Sunshine of your love de Cream), Emilio Cao (David Watts de The Kinks), Rock en Samil (Rockaway Beach de The Ramones), Somos Siniestro Total (Highway to hell de AC/DC), Hoy voy a asesinarte (Life and soul of the party de Petula Clark) o Luna sobre Marín (Moon over Marin de los Dead Kennedys).
En un libro publicado casi simultáneamente al anuncio de la despedida del grupo, Julián Hernández, junto a Miguel Costas miembro esencial del mismo, ofrece una elocuente, divertida y suculenta inmersión en su educación sentimental a través, precisamente, de esas numerosas versiones de artistas ajenos que no tardaron en convertirse en guiños cómplices, a veces verdaderamente sorprendentes, que sus seguidores aguardaban disco tras disco, concierto tras concierto. Ese libro, Folla con él. Todas las versiones de Siniestro Total y sus circunstancias (Trama Editorial), es, en última instancia, un compendio razonado difícilmente mejorable de las fuentes que moldearon la estética y el imaginario de Siniestro Total.
Y existe también un disco que, pese a no ser de los canónicos, como lo son por ejemplo, para entendernos, ¿Cuándo se come aquí? (1982), con el que debutaron, Siniestro Total II: El regreso (1983), Menos mal que nos queda Portugal (1984) o En beneficio de todos (1990); un disco que pese a ser, de hecho, el más excéntrico de la banda comandada por Hernández y Costas –y a la vez el más ambicioso tanto artísticamente como en su delirante pero sofisticado discurso–, captura y sintetiza a la perfección el espíritu de Siniestro Total, una banda tradicionalmente enmarcada bajo el epígrafe punk, aunque diríamos que tal vez más preciso sería rock & roll con actitud punk.
El punk es provocación, frescura, me importa un carajo no dominar plenamente mi instrumento, do it yourself, ruptura de toda ortodoxia escrita o implícita, y todo eso lo hay, a chorros, en las canciones de Siniestro Total del mismo modo que su arquitectura sonora bien podría resumirse en un puñado de riffs hipervitaminados y peleones de Chuck Berry o Dr. Feelgood y coros primitivos, enérgicos, casi beodos, envuelto todo en promiscuidad estilística en forma de préstamos y citas a veces paródicas hasta el sacrilegio, a veces escrupulosamente respetuosas del swing, el reggae, el ska, el folk, hasta las rancheras tex-mex y, por descontado, el blues.
Llegados a este punto vamos por fin a nombrar el disco del que hablamos: La historia del blues. Ese álbum, lanzado en el año 2000 y grabado con la ayuda de Joe Hardy, productor habitual de ZZ Top, recrea la epopeya vital y el desconocido legado de un esquivo y pícaro negro albino llamado Jack Griffin, un bluesman coetáneo de Robert Johnson y remojado como éste en las aguas de leyenda del Delta del Misisipi. El tal Griffin, por lo demás, no existió nunca, pero ese disco conceptual, al entregarse apasionadamente a la dimensión apócrifa de la iconografía, los ritos fundacionales y los santos lugares del género, materializa tal vez mejor que cualquier otro de la banda de Vigo una premisa a la que nunca renunció: la asunción de la cultura popular como lúdico pastiche e intercambio colectivos.
Este disco, además, nos permite también ir despidiéndonos, como ellos, volviendo al principio. Y en el principio fue el blues. Antes de los generacionales y festivos himnos urgentes y sinvergüenzas, antes de Ayatolah!, Miña terra galega, Assumpta, Cuánta puta y yo qué viejo, Camino de la cama, Bailaré sobre tu tumba, Matar jipis en las Cíes, Me pica un huevo, Ay, Dolores y tantas otras, antes de todo eso había un grupo de chavales con la cabeza volada por los recopilarorios The Story of the Blues que publicó CBS en los años 70. Chavales que después de trabajarse todos los garitos nocturnos de Vigo tocando versiones de ese viejo blues arenoso y áspero decidieron tomárselo un poco más en serio –un poco más, no demasiado, lo justito– y montaron una banda que cambiaba de nombre permanentemente hasta que dieron con uno que parecía que les convencía: Mari Cruz Soriano y los que afinan su piano.
Luego vino, durante una de sus incesantes travesías por las aldeas gallegas de bolo en bolo, camino de un futuro más divertido que aquel presente postfranquista, el famoso accidente con el Renault 12 del padre de Julián Hernández que acabó en siniestro total y rebautizó definitivamente a la banda. El resto, como saben y suele decirse, es historia. No una de sexo, drogas y rock & roll, como ha dicho alguna vez Hernández, sino de pajas, tintorro y blues. Tentados estamos de decir que ningún otro grupo ha hecho tan bueno, y a mucha honra, aquello de Spain is different.