Los fabulosos hermanos Mael
Al frente de Sparks, han sabido resistir y son los únicos supervivientes de los años dorados del pop en los años setenta
31 mayo, 2022 20:10En el ya lejano 1974, una canción deliciosamente absurda titulada This town ain´t big enough for both of us (Esta ciudad no es lo suficientemente grande para nosotros dos) se encaramaba a las listas de éxitos británicas tras la aparición de sus responsables, un grupo llamado Sparks (Chispas), en el programa de televisión Top of the Pops. Se trataba de un tema de pop delirante y bombástico, vagamente majareta y muy pegadizo, obra de dos hermanos californianos que no se separarían jamás a lo largo de su extensa carrera, que sigue en plena forma a día de hoy, Ron (1945) y Russell Mael (1948), dos excéntricos de mucho cuidado que se trasladaron a Londres cuando vieron que en Los Ángeles no se les hacía el menor caso.
La jugada les salió redonda y publicaron, casi seguidos, tres elepés formidables, Kimono my house, Propaganda e Indiscreet (los dos primeros los produjo Muff Winwood, para el tercero recurrieron al compadre eterno de David Bowie, el gran Tony Visconti). Aunque no los conocía ni su padre, su primer álbum apareció sin créditos en la portada, ocupada por la foto de dos japonesas con abanico y kimono haciendo muecas. Había que darle la vuelta a la carpeta para averiguar el nombre del grupo y del disco y ver la foto de los hermanitos, un melenudo que cantaba, Russell, y un tipo con gafas, el pelo planchado y un bigotito a lo Adolf Hitler que se encargaba de letras y músicas. Repitieron la jugada en su segundo álbum, donde se les veía atados y amordazados a bordo de una lancha motora (portada) y de la misma guisa en el asiento trasero de un coche (contraportada). Para el tercero tuvieron el detalle de incluir en la cubierta el nombre del grupo y del álbum.
Inspirados por los Kinks y otras luminarias del Swinging London de los 60, los hermanos Mael facturaban un pop insólito teñido de un humor muy serio que les granjeó una notable base de fans en todo el mundo (especialmente en Francia y Japón). A mí me gustaban mucho y me divertían sobremanera, pero me cabreé con ellos cuando recurrieron a Giorgio Moroder para un disco ulterior porque yo, en aquellos tiempos, odiaba profundamente al señor Moroder, rey de la música disco y responsable, entre otras cosas, de los grandes hits de Donna Summer (con el tiempo, reconozco que llegué a cogerle cierto cariño). Los hermanos Mael, simplemente, se me habían adelantado y, en su evolución constante, que se mantiene a día de hoy, me habían dejado tirado por el camino, echando de menos el pop delirante de sus tres primeros álbumes y dándolos por muertos antes de tiempo. Aunque nunca han sido ídolos de masas, los Sparks son actualmente un grupo de culto que ha rodado una película con Leos Carax, Annette, y han sido objeto de un entretenido documental que puede verse en Movistar y que está dirigido por el inglés Edgar Wright, cuya irregular carrera va de la espléndida Shaun of the dead a la indigesta, aunque bienintencionada, Last night in Soho.
Con Franz Ferdinand
Aunque yo me deshiciera de ellos en 1979, los Sparks no han parado de sacar discos desde entonces, unos mejores que otros, pero marcados siempre por la voluntad de situarse varios pasos por delante de sus seguidores. Ron ya tiene 77 años y Ron, 74, pero no contemplan la posibilidad de jubilarse. El documental de Wright, The Sparks brothers, cuenta su historia de manera eficaz y bastante exhaustiva, aunque dejando fuera los asuntos privados, que nunca se han dado a conocer. De Russell se sabe que tuvo algunas novias esporádicas que no le duraron mucho. De la vida sentimental de Ron no se sabe absolutamente nada. Es como si cada uno de ellos tuviera bastante con su hermano para compartir la existencia. Y en las canciones de Ron, el amor aparece siempre desde una perspectiva humorística y fatalista, cuando no directamente sarcástica.
La película repasa sus momentos álgidos y también aquellos años en los que se morían literalmente de asco y sobrevivían con sus ahorros, pues nunca habían dilapidado el dinero en alcohol, drogas, matrimonios fallidos y demás clásicos del mundo pop. En 2005 resurgieron de sus cenizas con Li´l Beethoven, una opereta delirante que les valió el aplauso de la crítica. En 2009 grabaron un disco con el grupo escocés Franz Ferdinand que les permitió acceder a un nuevo público. Tras dos experiencias cinematográficas fallidas (con Jacques Tati y Tim Burton), le endilgaron un guion a un fan de toda la vida, el irregular Leos Carax (para mí, su mejor largometraje es Holy Motors), que triunfó en Cannes con Annette. Desfilan por el documental un montón de fans del grupo, del guitarrista de los Sex Pistols Steve Jones al visionario Beck, pasando por Tony Visconti y una amplia selección de viejas glorias que le recuerdan al espectador los años transcurridos desde la aparición de los Sparks en Top of the Pops cantando This town ain´t big enough for both of us
Excéntrico y divertido
La moraleja de la película es que, en esta vida, como decía Cela de España, el que resiste gana. La carrera de los hermanos Mael ha sido una sucesión de altibajos, de éxitos populares y condenas al ostracismo, de reinvenciones permanentes conservando el carácter propio, que se manifiesta en ese pop rutilante y un pelín desquiciado que, en sus inicios, sonó como algo totalmente nuevo e insólito. Los 70 fueron unos años gloriosos para las vueltas de tuerca al rock & roll. Cuando salió Kimono my house, ya había un terreno abonado desde hacía uno o dos años por las propuestas de David Bowie, Roxy Music o Cockney Rebel.
En 1974, Sparks era una rareza más de las muchas que salían a la luz en esa década en el fondo tan prodigiosa como la anterior. Con Davie Bowie muerto, Bryan Ferry sin inspiración y Steve Harley reciclado en cantautor acústico, los hermanos Mael son, prácticamente, los únicos supervivientes de unos años dorados del pop que difícilmente volverán en esta época de divas, raperos e intérpretes de reguetón. Para quienes los vivimos, The Sparks brothers constituye un estimulante viaje a través del túnel del tiempo. Para quienes descubrieron a los hermanos Mael gracias a Franz Ferdinand o a Leos Carax, es una didáctica lección de historia. Y para cualquier espectador provisto de cierta curiosidad pop, un documental tan excéntrico y divertido como esos dos frikis adorables a los que va dedicado.