David Byrne en San Diego, EEUU / WIKIMEDIA COMMONS

David Byrne en San Diego, EEUU / WIKIMEDIA COMMONS

Músicas

David Byrne

El cantante americano-escocés David Byrne fue un creador singular en el mundo pop que llegó a protagonizar la revista 'Time'

11 octubre, 2021 00:00

De todos los grupos que se dieron a conocer en el pequeño escenario del mítico (y cochambroso) club del Bowery neoyorquino CBGB, yo diría que el más relevante fueron los Talking Heads, cuya influencia alcanzó a un número de músicos considerable (Thom Yorke tomó prestado el título de una de sus canciones para bautizar a su banda, Radiohead). El grupo se disolvió en 1991 y hay pocas posibilidades de que vuelva a reunirse: aunque el guitarra solista y teclista Jerry Harrison nunca ha abierto la boca, el matrimonio compuesto por la bajista Tina Weymouth y el batería Chris Frantz se ha puesto las botas poniendo verde a su viejo amigo de la Escuela de Diseño de Rhode Island y líder de la formación, David Byrne, quien, por su parte, nunca ha querido dar muchas explicaciones al respecto. Supongo que para él los Talking Heads representaron una etapa juvenil que ya no le daba para mucho más y que, incluso, le entorpecía el futuro musical al que aspiraba, para el que la presencia de Brian Eno le resultaba mucho más prometedora.

David Byrne y Brian Eno estaban condenados a encontrarse, y ese encuentro tuvo lugar casi al principio de los Talking Heads: Eno se insinúa ya en el segundo disco del grupo, el soberbio More songs about buildings and food (1978), se va acomodando en el tercero, Fear of music (1979) y se queda a vivir en él como miembro fundamental en el cuarto, Remain in light (1980), donde el resto de la banda parece limitarse a seguir sus órdenes y las del señor Byrne (Dumbarton, Escocia, 1952). Eno supo ver en Byrne a un estupendo autor de canciones y, sobre todo, a un tipo abierto a nuevas sonoridades que fueran más allá de las fronteras del pop, a una especie de Bowie neoyorquino (de adopción) maleable y lleno de curiosidad; o sea, el tipo de gente al que Eno lleva acercándose desde que se enganchó a Bryan Ferry en los inicios de Roxy Music. Yo diría que donde más se nota su influencia es en el disco experimental con Byrne My life in the bush of ghosts (1981), difícil de entender en su momento, pero que constituyó la entrada triunfal del cantante y principal compositor de los Talking Heads en la vanguardia (canciones con extrañas estructuras, variadas influencias ajenas al pop, uso pionero de sampleados que incluían hasta la jeremiada de un predicador radiofónico). Lástima que la repetición de la jugada, Everything that happens will happen today (2008) fuese una obra rutinaria y escasamente inspirada de la que solo se redimieron ambos en 2018, con el álbum American Utopia.

David Byrne llegó a ocupar la portada de la revista Time, que lo calificó de renacentista de la música pop. Algo de eso hay. Personalmente, uno se queda con los cuatro primeros discos de los Talking Heads a la hora de revisar su obra, con aquella energía juvenil e intelectual, aquellas letras sugerentes y a menudo inquietantes, aquel look de oficinistas en fin de semana, aquella fascinante vuelta de tuerca que las canciones de Byrne le daban al género en que se insertaban, pero es indudable que la evolución personal del líder de la banda ha sido de las más interesantes que ha habido en toda la historia de la música pop. Además de escribir grandes temas, Byrne se ha mostrado siempre como un tipo cargado de curiosidad que ha flirteado con la salsa (gran colaboración la suya con Celia Cruz en Wild thing, incluida en la banda sonora de la película homónima de su amigo Jonathan Demme, que ya había inmortalizado a su grupo en Stop making sense, uno de los mejores conciertos filmados de la historia) o con los sones brasileños (el vitalista álbum Rei Momo, de 1989), que ha colaborado con la bailarina Twyla Tharp o el director teatral Robert Wilson, que consiguió que Robert Rauschenberg le pintara la portada de uno de los discos de los Heads, que creó su propia discográfica, Luaka Bop, para distribuir en Estados Unidos toda esa música cantada en idiomas distintos del inglés que se bautizó, de forma algo cateta, como world music, que ha escrito algunos libros (uno de ellos, sobre su amor a la bicicleta y las cosas que se le ocurren sobre dos ruedas) y que ha dirigido una película sensacional, True stories (1986), que le auguraba un espléndido futuro cinematográfico que, lamentablemente, no tuvo continuidad.

¿David Byrne, hombre del Renacimiento? Más bien un creador muy singular en el mundo pop, uno de esos escasos personajes que, como el difunto Bowie, se ha tomado el rock como una disciplina más del arte contemporáneo, abierta a cambios, evoluciones, mezclas e investigaciones de esas que no sabes muy bien a donde te van a llevar, pero que no puedes evitar emprenderlas. Así deberían considerarlo sus viejos compinches Tina y Chris en vez de hacerse mala sangre porque solo fueron dos personajes secundarios en un grupo que era, básicamente, el vehículo de un artista singular: Andy McKay y Phil Manzanera podrían darles algunos buenos consejos.